entró tapándose la nariz y la boca con las manos, y su gesto expresaba todas las consideraciones del momento.
«¡Aquí hay mucho trabajo de mierda por hacer!» exclamó Keith al ver su cara. «No puedes hacer esto, ¡vamos!» dudó un momento antes de entrar, negando con la cabeza.
«¡Sí que puedo! Dime cómo hacerlo y qué usar y lo haré.» respondió Daisy.
Al ver la firme respuesta, Keith no tuvo más remedio que darle instrucciones. Pero él temía que ella se hiciera daño al rodear el ganado, así que la seguía a cada paso. Pudo ver que se movía con inseguridad y torpeza, pero con una tenacidad que haría que cualquier otro ganadero sintiera envidia.
Se había dado cuenta de que ella se había atado el pelo de otra manera, para evitar que le cayera delante de los ojos, en una especie de moño sujeto con una goma. La encontró más interesante que de costumbre, o quizás fue la situación la que le hizo verla con otros ojos.
Uno de los cubículos estaba en muy mal estado. Cuando Daisy abrió el corral de una de las tres vacas, casi tuvo un reflejo nauseoso, seguido de varias toses.
«¡¿Oye, todo bien?!» Keith se preocupó cuando la vio apoyada en el box. «Deja que yo me encargue, tú ve a tomar aire fresco.»
«No, no, déjalo, ya está, estoy bien.» respondió entrando en el box y comenzando a rastrillar el fondo con Keith, pero después de unos segundos Keith la detuvo, el aire era irrespirable y el estado del fondo era muy malo. «¡Para! Está demasiado sucio aquí, tenemos que reemplazarlo todo» dijo Keith, señalando la presencia de restos del parto que no habían sido eliminados por completo. El heno se había empapado de sangre y excrementos y eso no era bueno para los terneros recién nacidos, había que sustituirlo.
Afortunadamente, Darrell también pasaba por allí y le echó una mano con la retirada completa del fondo. Era un trabajo sucio y pesado, había mucho material que retirar y sustituir y había que trasladarlo a otra zona exterior.
Keith se sentó y la miró todo el tiempo, ella era incansable a pesar de que no era precisamente un trabajo agradable de hacer, fuera de los cánones normales de la limpieza doméstica y a años luz de aquello para lo que había sido contratada. Tenía la frente sudada, la cara roja por el esfuerzo físico y el mono con el que trabajaba estaba ahora completamente sucio. Sus botas de gran tamaño estaban completamente cubiertas de excrementos y sangre. Pero a pesar de todo no dejó de escucharle ni un momento mientras le daba instrucciones de trabajo. A los ojos de Daisy, Keith tenía un aspecto muy profesional, pero también interesante, mientras le explicaba los cuidados postparto de los terneros que estaban allí con ellos, y otras cosas sobre la suplementación alimenticia que harían en unos días. No es que ella se lo hubiese pedido, pero la charla surgió de forma natural en ese ambiente y ella aprovechó para aprender algo nuevo.
Se dio cuenta de la energía y la pasión que Keith ponía en lo que le gustaba hacer. Incluso ahora que tenía que quedarse quieto, siempre estaba concentrado. Y por un momento se sonrojó, pensando en la energía que podría haber utilizado en otras situacione.
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