y comunistas en las manifestaciones de la Unidad Popular; y tabaco y banderitas chilenas y de Patria y Libertad en las de la ultraderecha. Venden igual, como profesionales que son, pero su corazón está con la izquierda.
Gonzalo y Pedro vivirán la extrema polarización política del periodo, el desabastecimiento, el mercado negro y el clima de violencia que poco a poco va imponiéndose en el país. La película acabará trágicamente cuando la población callampa en la que vive Machuca sea tomada por los militares y reducida prácticamente a escombros. Los militares reparten culatazos y golpes a diestro y siniestro y detienen a mucha gente a la que hacen subir en camiones. Cuando descubren las banderitas izquierdistas en la chabola de Silvana, los militares se ceban con su padre. Al intentar defenderlo, la muchacha muere a causa de un disparo fortuito de un soldado. Todo sucede ante los ojos atónitos y horrorizados de los dos jóvenes amigos. La amistad entre ambos saltará hecha añicos cuando, ante el cadáver de Silvana, Gonzalo huya, horrorizado pero consciente, alegando que él no es de allí.
El film presenta muchas secuencias de gran interés, pero queremos centrarnos en una. Sucede en el colegio y recrea una tensa y politizada asamblea de padres y madres de alumnos, presidida por el director, el padre McEnroe, a la que han acudido los vecinos de la población callampa cuyos hijos han sido acogidos en el centro. En ella podemos rastrear las hondas y poderosas raíces de la dura realidad social chilena de principios de los años setenta, antes del golpe militar.
En el transcurso de la asamblea, un padre toma la palabra y afirma: «Aquí hay un solo culpable, y ese es usted, padre. Está concientizando a nuestros hijos y los está mezclando con gente que no tienen por qué conocer. Usted, padre, está manipulándolos, y no se lo vamos a consentir». Ante este ataque, el sacerdote director sentencia con voz tronante: «¡Al que no le gusta el colegio, se va del colegio!». Una madre colérica le responde de inmediato: «¡Váyase usted mejor, cura comunista!». Otro padre, del sector progresista de las familias tradicionales del colegio, sale en defensa del sacerdote: «El padre representa lo que sentimos un grupo importante de apoderados [padres o tutores] del colegio (...) que queremos una educación igualitaria y profundamente democrática para nuestros hijos». El sector popular de la asamblea, fundamentalmente las madres que han venido de la población, aplaude con fuerza esta intervención.
Es en ese momento cuando toma la palabra María Luisa, la madre de Gonzalo Infante. Haciendo caso omiso de los ruegos de su marido, que sintoniza desde la tibieza con el anterior padre progresista, insiste en una idea central de toda la secuencia y, en última instancia, de la película: que hay dos tipos de personas en Chile y que no hay por qué mezclarlas. Si el padre antes citado había afirmado que sus hijos no tenían por qué mezclarse con otros muchachos a los que no tenían ni siquiera que conocer, la madre de Gonzalo sencillamente no entiende qué es lo que está pasando: «Quiero hacer una pregunta. ¿Cuál es la idea de mezclar las peras con las manzanas? Yo quisiera saber por qué se empeñan tanto... No digo que seamos peores o mejores, ¡pero,pucha que somos distintos, pues, padre!». Dos clases de chilenos, peras y manzanas, que no tienen por qué conocerse siquiera. Esa es la tesis conservadora. ¿Cómo, pues, van a poder compartir pupitre?
El mundo ha cambiado mucho en los últimos cuarenta años, y Chile también. La dictadura acabó gracias a una actuación memorable de la ciudadanía que –mediante el plebiscito de 1988– dijo «no» al intento del régimen de alargarse en el tiempo con el aval popular. Chile recuperó la democracia, no sin dificultades desde los inicios de la década de los noventa del siglo pasado, y se han sucedido desde entonces gobiernos de distinto signo que han ido mejorando tanto la calidad democrática del sistema político chileno como, en general, las condiciones de vida y de trabajo de la ciudadanía, si bien todavía son perceptibles importantes desigualdades así como el estado de ánimo de desencanto que camina en paralelo a los avances macroeconómicos.
La derrota de la Concertación en el año 2009, las masivas protestas de los jóvenes en pro de la educación pública desde el año 2010 y la explosión de rebeliones regionales e indígenas (mapuches) hablan de Chile como un país de claroscuros. En él se critica a los antiguos partidarios de Allende, acusándolos de haberse convertido en una generación administradora del neoliberalismo, una suerte de socialistas del orden y de lo posible. Chile ha avanzado en ingreso per cápita y en políticas contra la extrema pobreza (bajó del 44% al término de la dictadura a un 16%), pero la desigualdad sigue intacta y la carga fiscal en el mismo rango de 18-20% de 1989. Esta falta de avances sociales y la ausencia de democratización relevante (sistema electoral proporcional, descentralización, participación de minorías) son el combustible de un malestar que lleva, una y otra vez, al 73: allí se acabó la utopía y la voluntad de transformación, comenzó la dictadura con un proyecto fundacional neoliberal, y provocó una renovación socialista que se reencontró con la democracia en la lucha antiautoritaria y en las dos décadas de gobiernos concertacionistas moderados.
Los jóvenes ya no enarbolan las banderas de los partidos; en sus manifestaciones se aprecia la bandera mapuche, la patagónica de los regionalistas y la figura de Allende que crece, como un superstar, rescatado como estadista y como luchador social consecuente. En los años ochenta se le respetaba, pero se le criticaba su falta de conducción de la Unidad Popular y el mal manejo de la economía. En 2013 se reconocen sus aciertos, como la nacionalización del cobre y las políticas contra la desigualdad, así como se debate la imposibilidad de gobernar de manera efectiva en medio de la feroz Guerra Fría y el desborde de un modelo social excluyente.
Subsisten, por tanto, las peras y las manzanas en cuanto hace a las memorias de lo ocurrido entre 1970 y 1998. Los problemas de las contradicciones entre las memorias del pasado –las de matriz más estrictamente política y partidaria– pueden verse agravados por la distancia social que separa a esos grupos que están en la parte de arriba y en la de abajo de la pirámide social. Hay, pues, una tensa relación entre la historia reciente y el presente político y social. En el caso chileno [como en el argentino] la aparición de las memorias militantes fue, quizá, el único espacio de actuación posible. En buena medida, pensamos, se produjo una contaminación, si se puede hablar así, de la memoria de la dictadura por la desilusión de la democracia. La baja calidad de la democracia recuperada frustró demasiadas expectativas, especialmente las de aquellos que se reconocían como víctimas directas de la dictadura militar, pero también de otros que habían imaginado (no sin razón, dada la simplificación extrema de los discursos partidarios que alentó grandes expectativas) que la democracia iba a mejorar su calidad de vida de forma casi automática. En ciertos sectores surgiría con fuerza una memoria militante, que propiciaría la politización partidista del pasado reciente como herramienta o arma antisistema [democrático]. Se trata, con frecuencia, de aquellos que siguen pensando, décadas después, que la democracia –peyorativamente adjetivada como burguesa- no es sino un disfraz de la clase dominante, que ahora dice repudiar la dictadura de la que se sirvió poco tiempo atrás.
En el libro no se escabullen las interpretaciones sobre la caída o derrota, desde las que enfatizan la intervención norteamericana (Allende quizá más peligroso que Cuba, porque era un socialismo por la vía electoral), los factores de radicalización excesiva de las élites, las fallas del sistema político para construir una mayoría sólida por los cambios (presidencialismo sin segunda vuelta electoral ni mayoría en el parlamento), el desborde del estado de compromiso que excluía a campesinos y pobladores sin casa ni empleo, hasta los análisis que enfatizan los propios yerros de la izquierda chilena. Una buena síntesis de dicho debate es el artículo de Luis Garrido, «La caída de la up en el sistema– mundo capitalista», el cual invita no solo a interrogarse por el poco apoyo soviético a la Unidad Popular, sino también a valorar los intentos de Allende en el Movimiento de los No Alineados y tercermundistas para crear su propia moneda y sus espacios de intercambio y cooperación.
En la dimensión perspectiva se inscribe el trabajo «El fracaso de la up y la esquiva construcción de un Bloque por los Cambios en Chile. Desde el Frente Popular a la Concertación», del connotado sociólogo Tomás Moulian, con la colaboración de Esteban Valenzuela y Sergio Valdés. El Frente Popular de los años treinta dejó intacto el latifundio y las relaciones semifeudales en el campo chileno, la UP no pactó con la Democracia Cristiana y la Concertación, como producto