por ambas caras, doradas y ornadas con molduras.87 Se trata de una obra que revela de alguna manera el ambiente de la época, tanto por su profusión decorativa como, sobre todo, porque su funcionalidad parece traslucir una cierta decadencia de la institución, que ahora raras veces era capaz de llenar su sala principal.
* * *
Son en todo caso las últimas obras dignas de reseñarse de la época foral, que es aquella en la que la institución de la Generalitat tuvo un sentido en sí misma. Era de alguna forma el final del prolongado y azaroso proceso de construcción de un palacio que cambió totalmente de aspecto en más de una ocasión, hasta el punto de que Salvador Aldana llega a distinguir dos palacios: el inicial, del siglo XV y el definitivo, una vez añadidos todos los solares circundantes, que comienza propiamente a principios del XVI,88 y que es el que podemos observar actualmente, con su ampliación novecentista, que lo ha convertido en un edificio más o menos simétrico, con una segunda torre que imita a la antigua. Como anunciábamos, es imposible realizar una valoración económica global de todo el edificio, no solo por esas mutaciones a menudo radicales que se produjeron en él, sino también por su larga historia, surcada además por un proceso de inflación galopante en los tiempos modernos que hace muy difícil comparar los precios de las obras a lo largo de trescientos años. Sin embargo, el análisis de las coyunturas económicas que fueron atravesando tanto la institución como su sede principal permite interrogarse sobre algunos aspectos fundamentales en la fecunda frontera entre historia del arte e historia económica. Por ejemplo, si existe una correspondencia entre las mayores inversiones en el edificio y las situaciones de bonanza económica de la Generalitat o si, como plantearon en su día Roberto Sabatino López y Harry Miskimin para la Europa del Renacimiento, «enterrar riqueza» en la construcción era una forma de proteger el capital y hasta cierto punto de conjurar las crisis ofreciendo la imagen de una institución sólida como una pantalla ante la desconfianza de los posibles acreedores.89 Un mejor conocimiento de la evolución económica de la Generalitat, que sin duda se obtendrá a partir de las actas de este congreso, permitirá hilar mucho más fino sobre este tema, pero sin duda la impresión que nos ofrece el primer acercamiento que se ha realizado aquí es que los diputados gastaban más cuando más tenían, y no al revés, y que las grandes intervenciones coinciden con los momentos de apogeo de la institución. Es cierto, sin embargo, que la sincronía no puede ser perfecta con los ciclos económicos por los que atravesaba el reino, entre otras cosas porque influían también en la decisión de construir o decorar el palacio otros factores importantes, como el político, que hizo que se entrase en una cierta competencia por ejemplo con la ciudad de Valencia y con otros poderes locales (la jerarquía eclesiástica, los oficiales reales, etc.). El siglo XVI es así, sin duda, el gran momento del palacio, cuando, pese a que Valencia va quedando claramente en la periferia de las grandes decisiones del Imperio Habsburgo, las cortes valencianas y sus representantes adquieren el rol indiscutible de «voz del reino», más en un momento en que el municipio capitalino estaba siendo progresivamente domesticado por el poder real. Se llevaron a cabo entonces las mayores inversiones en el edificio, con una cierta confianza desmedida en la capacidad económica de la Generalitat, que llevaría por ejemplo a invertir sumas un tanto desproporcionadas en la compra de inmuebles para que el palacio pudiera ir creciendo, o se llenaran de pan de oro los casetones de las salas de la primera planta, echando verdaderamente «el resto» en la Sala de Corts que, al fin y al cabo era la cara visible de la institución, con esa gran muestra de orgullo corporativo –cien años antes de los cuadros de Rembrandt en Holanda– que son las pinturas murales de esa estancia. Pero no se debe olvidar, por otro lado, que el gasto en el palacio era en realidad una parte bastante pequeña del «presupuesto» anual de la institución, cuando incluso en los años de mayor dispendio nunca llegaban a los cinco mil sueldos, mientras que solo el pago de los intereses de la deuda se llevaba cerca de treinta mil todos los años, a lo que se unían además las dietas, los salarios de los oficiales, los gastos de administración en general, las fiestas y, por supuesto, el servicio a la monarquía que estaba en el origen de la institución.90
El haber tenido en cuenta la inflación galopante que se vivió a partir de esta centuria, con el deflactado de las grandes cifras, nos ha servido no obstante para relativizar en cierta medida lo que en principio parecían grandes diferencias entre los años en torno a 1500 y los posteriores. Solo la construcción de la gran cubierta y de la galería de la mencionada Sala de Corts destaca de forma llamativa frente al resto de las inversiones en el edificio, y se produce justo cuando parece que la Generalitat ha llegado al cenit de su poder económico, comenzando entonces un período de dificultades que proseguirán después, a lo largo del siglo XVII. Es interesante también recordar cómo a partir de entonces la relativa despreocupación de los diputados a la hora de invertir dinero, y hasta de redactar los contratos, va dando paso a una actitud más precavida, que juega además con la competitividad entre los artífices para intentar ahorrarse unos cuantos sueldos.
Algunos de esos artífices llegaron ya a ganarse una cierta reputación intelectual, como se ha visto por ejemplo en el caso de Gaspar Gregori, pero lo que se observa a través de la demanda artística generada por la Generalitat es precisamente que los comitentes seguían dominando el mercado local. La institución se beneficiaba quizá de la amplia nómina de artesanos de la construcción y de las artes visuales que había en la Valencia de la época, donde aún continuaban llegando inmigrantes de otras partes de la Península e incluso de más allá, y sin duda también del prestigio que les podía proporcionar a estos que sus obras se pudieran contemplar en una de las grandes sedes del poder del reino. Los artistas, así pues, aunque comenzaron en algún caso a reivindicar su autoría y su condición erudita, siguieron aquí en el Renacimiento siendo considerados básicamente como simples ejecutores materiales de las obras, y en el caso de las de la Generalitat, lo que sí se acentuó fue la figura del artista-empresario, dado el sistema de contratas de destajos por el que optó esta institución.
A través de dicho sistema la consolidación de la Generalitat como poder político y social fue reflejándose en los sucesivos cambios que fue viviendo su sede, pasándose del edificio reducido y funcional del siglo XV a la creciente magnificencia del palacio del siglo XVI. A partir de entonces los diputados fueron teniendo cada vez más claro lo importante que era proyectar sobre el reino, en pleno centro de su capital, y justo enfrente de su casa consistorial, la imagen de una institución vigorosa que representaba a las elites cultas y refinadas del país, y que sabía que, en política, parecer es a menudo tan importante, o más, que ser.
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