AAVV

Espais i imatges de la Generalitat


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hecho novedades radicales en el entorno artístico de la Valencia de mediados del siglo XVI, en cuanto fue quizá el primer artífice que incluyó de forma muy destacada entre sus habilidades la capacidad de diseñar y planificar grandes obras, introduciendo un sesgo intelectual a su quehacer artístico que le llevó tanto a trazar obras de carpintería como propiamente arquitectónicas e incluso en algún caso más cercanas al campo de la ingeniería.12 Como tal, fue especialmente considerado por la Generalitat, para la que, a pesar de ser conocido habitualmente como carpintero, ejerció una especie de control general de las obras que se hizo muy evidente en algunos momentos, como por ejemplo en 1563, cuando tras la muerte del fuster oficial del palacio, Martí Genís Llinares, se permitió que continuara la obra de la Sala Nova al hijo de este, Andreu Joan Llinares, pero como todavía era menor de veinte años, se le puso como condición que fuera tutelado por Gaspar Gregori.13

      Gregori realizaba además trabajos de todo tipo para la institución, y tenía la capacidad para, entre otras cosas, alquilar su instrumental a la obra o proveer parte del material, de manera que la Generalitat no dejó de acumular deudas con él. Lo vemos por ejemplo en 1566, cuando primero se estimaron en 2.320 sueldos valencianos lo que se le debía con anterioridad, a lo que el 1 de julio de ese año se le vinieron a sumar 1.397 sueldos más por el arriendo de un andamio y bastimentos para los pintores que debían colorear la cubierta y la galería de la citada Sala Nova, el cubrimiento de una chimenea nueva para que no hixqués la flama ni lo fum, ni guastàs la cuberta nova, dos puertas para el porche y la entrada de la sala, y la madera y la mano de obra para la escalera de caracol que subía a dicha galería.14

      Por supuesto, estos artesanos oficiales de la Generalitat disponían de sus propias cuadrillas, con las que ellos y solo ellos –no la institución– tenían una relación contractual. Precisamente por eso es difícil obtener datos sobre su composición a través de las fuentes emanadas de la misma Generalitat, y solo a veces alguna circunstancia excepcional nos arroja un poco de luz sobre este tema. Eso ocurre cuando, como se ha señalado, murió Martí Genís Llinares en 1563 en el ejercicio del cargo de fuster del palacio y, al hacer recuento de los atrasos que se debían abonar a su viuda, se llevó a cabo una escueta cuantificación del personal que estaba a su servicio, compuesto por siete personas: dos de ellas, Francesc Canet y Monserrat Forcià, eran llamados criats, otros dos, mestre Munyós y mestre Jaqués, recibían el apelativo de entretalladors, es decir, eran personal cualificado dedicado a labores de detalle en la madera, sobre todo de tipo escultórico, y los tres últimos eran los hijos del maestro, lo major, el mijà e el més gich, que debían de ser todos menores de edad cuando la madre actuaba en su nombre.15

      Los costes de un edificio cambiante

      La parte del palacio realizada por los mismos artesanos «de plantilla» de la Generalitat es, sin embargo, como ya hemos apuntado, relativamente pequeña, y para acercarnos a la evolución de las inversiones en el edificio y valorar su cuantía en el marco de la coyuntura económica de cada momento histórico se deben seguir las licitaciones de trabajos a destajo durante casi tres siglos. Además de ello, naturalmente, si queremos comparar la importancia de las inversiones realizadas en la obra del palacio entre diversas épocas, se deberán aplicar a las cifras halladas en esos contratos procesos de deflactado que serán fundamentales en unos siglos en los que la capacidad adquisitiva del dinero tendió a disminuir de forma continuada por efecto de la «revolución de los precios» que siguió a la llegada del oro americano, como explicó en su día Earl J. Hamilton, y de las sucesivas devaluaciones de la moneda llevadas a cabo por la corona española.16 Las conclusiones que extraeremos serán sin duda parciales, y será imposible establecer un coste total del edificio, pero el mismo ejercicio de seguir durante centurias el esfuerzo económico que supuso la obra de un palacio que no alcanzaría su forma actual hasta 1953 sin duda arrojará luz sobre la evolución tanto de la institución como de la ciudad en cuyo centro neurálgico se insertaba esta imponente construcción.

      De entrada, la Generalitat tardó un tiempo en tener casa propia. Para las primeras reuniones, realizadas a lo largo del último cuarto del siglo XIV y en los primeros años del xv, se utilizaron tanto los locales de la Cofradía de Sant Jaume, la más antigua de la ciudad y a la que pertenecía buena parte de la elite que solía integrarse en los brazos de las cortes del reino, como las casas particulares de algunos de esos diputados.17 La fijación ya definitiva de una Diputació del General del reino en 1418 llevó aparejado el deseo de contar con una sede fija, que en principio fue una casa propiedad del noble Eimeric de Centelles, a quien se pagaba un alquiler anual de 1.000 sueldos, una cantidad importante si tenemos en cuenta que ese era el precio de venta medio habitual de una casa en la ciudad, pero alejado del coste de los palacios nobles, que rara vez se encontraban por menos de seis mil.18 Tres años más tarde, en 1421, la institución se trasladó a la casa del notario Jaume Desplà, que entonces era el escribano principal al servicio del municipio valenciano, en la calle de Caballeros.19 Este al principio les alquilaba solo dos salas, una para reuniones y otra, llamada en el documento lotga, situada seguramente encima de la anterior, que fue acondicionada para sede de la escribanía, a cambio de entregarle al propietario una cantidad extra de cincuenta florines de oro (550 sueldos), para que concediera permiso para realizar obras. Pero ya al año siguiente, 1422, la Generalitat decidió comprarle la casa entera a dicho notario por la insólita cifra de 38.000 sueldos.20 Ese precio venía como mínimo a sextuplicar los de las viviendas más caras de la Valencia medieval, y aunque estamos hablando de un inmueble de importantes dimensiones, cuesta justificar esa inversión, que solo se entiende quizá si tenemos en cuenta que una parte relativamente pequeña del total, 7.105 sueldos, fue satisfecha en dos pagas en ese mismo año, y el resto se convirtió en el capital de un censal al 7,14 % (a XIIIIM sous lo miler per any dice el documento), con lo que Desplà conseguía al mismo tiempo una buena suma en metálico y una renta perpetua anual de más de dos mil sueldos. Sin embargo, una institución todavía joven, que ya era capaz de emitir su propia deuda pública, la cual además era adquirida con avidez especialmente por los nobles del reino, podía permitirse esta costosa «consolidación física» de sí misma, a través de la cual reivindicaba además su nuevo papel en el concierto político de la ciudad.

      A lo largo de casi todo el siglo XV las obras realizadas en este edificio primigenio fueron en general bastante limitadas. La cuantía invertida en estas se puede seguir a partir de la serie de albaranes, y ascendió en esa centuria a un total de 10.489 sueldos y 2 dineros, lo cual, en la estable economía valenciana de la época, vendría a equivaler a 2.623 jornales de un obrero cualificado.21 Entre ellas destacaron las llevadas a cabo en 1444 por Jaume Martínez. alias Biulaygua, el primer maestro de obras de esta saga que encontramos al servicio de la Generalitat, realizando en este caso un escritorio, con su acceso correspondiente mediante una escalera de caracol, dos ventanas y el pavimento, todo lo cual ascendió a 494 sueldos y 11 dineros.22 Biulaygua no era, sin embargo, por entonces, el maestro de obras de la institución, cargo que, como se ha dicho, ostentaba Antoni Prats, quien se llevó los contratos más sustanciosos del momento. Entre 1446 y 1457 Prats ejecutó obras muy variadas, como rehacer buena parte del techo de la cocina en enero de 1446; reparar una terraza en mayo del mismo año; abrir una ventana y emplazar unas columnas en la escribanía en diciembre de 1447; abrir una letrina y reparar un tejado al mes siguiente; tapiar una puerta secundaria que daba a la calle de Caballeros y arreglar una alcantarilla que por allí discurría en diciembre de 1450, y sobre todo en los primeros meses de 1457 rehacer toda la «pared mayor» que daba a la llamada Plaça dels Esplugues, y abrir allí una gran ventana que serviría para «la collecta de les generalitats qui·s cullen per la deputació». Todas estas intervenciones le proporcionaron la nada despreciable cifra de 2.565 sueldos y 10 dineros, incluyendo la provisión de materiales y los jornales de una cuadrilla que estaba formada por tres o cuatro miembros, según el día, incluido él mismo.23

      Por los mismos años el carpintero Bartomeu Abat llevaba a cabo las estructuras de madera necesarias para el funcionamiento de la institución, sobre todo muebles, pero también piezas encajadas en la obra, como vigas, puertas, estantes, armarios y hasta arquibancos empotrados, mientras que cerrajeros