las producciones artísticas fruto de las tensiones sociales surgidas por Europa a lo largo del primer cuarto de siglo XVI. Sirvan como ejemplo dos monumentos, uno realizado y otro proyectado, con motivo de la revuelta que protagonizaron los campesinos alemanes, alentados por las ideas de la Reforma, contra los nobles en 1524-1525. Por un lado, Albrecht de Brandenburg, príncipe elector y cardenal, costeó el pozo de la plaza del Mercado de Maguncia, realizado por Peter Schro en 1526, como un mensaje político mediante inscripciones, escudos de armas y santos para conmemorar la paz en la residencia electoral, al tiempo que hacía mención a la victoria de Carlos V sobre Francisco I en la batalla de Pavía.43 De manera significativa, la obra pública del mercado se presentaba como un monumento renacentista con inscripción y elementos religiosos y alegóricos en una estructura de tres pilares de piedra y tres vigas.
Por otro lado, destaca el monumento ideado por Alberto Durero y que lo incluyó en 1525 en su tratado sobre geometría, De la medida, en el libro III dedicado a su aplicación en la arquitectura.44 Esta obra apareció en el mes de enero, por lo tanto, anterior a las grandes batallas, como la de Frankenhausen (Turingia) el 15 de mayo, cuando los príncipes alemanes comandados por Felipe I de Hesse y el duque Jorge de Sajonia vencieron a los 8.000 sublevados dirigidos por el reformador y milenarista Thomas Müntzer, lo que prácticamente finiquitó la revuelta. Por lo tanto, la propuesta de Durero debe situarse en el inicio de los conflictos en 1524 en Forchheim, en las cercanías de Núremberg, donde residía el artista. En un contexto todavía escasamente radicalizado, el alambicado proyecto conmemorativo del maestro alemán en la llamada Columna de los Campesinos, acumula animales, utensilios y productos agrarios que culminan con un campesino arrodillado, afligido y con una espada atravesada en su espalda. Su propuesta ha dado lugar a interpretaciones que van desde el ensañamiento con el vencido hasta la ironía contra los vencedores, puesto que −en palabras del mismo artista− presentaba su idea ante la ansiedad de los últimos por erigir un monumento a su victoria. En fechas más recientes se ha expuesto una interpretación intermedia y conciliadora, que relaciona la obra con la conmoción de la sociedad ante la disyuntiva: la necesidad de la vitualla que el campo aporta o la seguridad frente a los sediciosos. Por este motivo, en palabras de Hans-Ernst Mittig, el resultado fue «un monumento a la contradicción».45
En el caso valenciano, el monumento conmemorativo a una batalla sirve para reescribir muchos aspectos incómodos. Por un lado, los agermanados se presentan como contrarios al orden del rey y se obvia a una población que luchó como mudéjar en el bando vencedor. Por otro, la institución municipal valenciana, uno de los objetivos del movimiento agermanado, promueve un monumento en recuerdo de la victoria frente a los agermanados, a los que califica de pérfidos, pero de los que se obvia eran la hueste de Valencia. El monumento reubicaba a los actores. Por esta razón, tal vez no sea casual que, en el mismo año de 1543, con las aludidas amenazas francesa y turca, y con posturas de reinterpretación de lo que aconteció durante la Germanía en el monumento citado, Joan Baptiste Anyés (Agnesius o Agnesio) publicara una de las escasas obras sobre los hechos de la Germanía, y que sirve para enaltecer, entre otros, a su protector el conde de Oliva. De él destaca con detalle su contribución durante toda la contienda y su honor en la derrota en el campo de batalla próximo a Gandia,46 contrapunto en el mismo bando a la victoria que el duque de Segorbe consiguió entre Sagunto y Almenara.
A pesar de lo que decía Lucio Marineo Sículo en el prólogo de su obra sobre las cosas memorables de España, en la que defendía la capacidad de la historia de inmortalizar la fama de los príncipes y de extenderla, todo ello frente al carácter restrictivo que en su opinión tenía la pintura y la escultura por quedar restringidas a un espacio concreto, lo cierto es que el monumento de la Cruz de la Victoria se reinterpretaba con sesgo historiográfico, mientras que algunas de las afirmaciones que se mantenían en las nuevas ediciones de la obra del humanista cronista de los Reyes Católicos podían resultar anacrónicas. Su obra, que acababa con la llegada de Carlos I a la Península en 1517, incluía en su loa de Valencia, columna y cabeza del reino, la admiración por su emplazamiento, clima, economía (especialmente ligada a la industria de paños), carácter piadoso (sobre todo en la solemnidad de procesiones como la del Corpus) y gobierno. Para este último caso con las siguientes palabras:
defiende la paz y concordia entre sus ciudadanos. Esta es la que siempre aborresce las discordias y pleitos. Biven en ella de continuo muchos y nobles caballeros y mercaderes muy ricos y liberales: y varones de muy claros ingenios.47
Aparentemente, y después de más de cien años de paz social entre cristianos, poco hacía presagiar el conflicto inminente. Su desarrollo y resultado quedaron analizados e interpretados con el sesgo del bando vencedor, entre otros, por intelectuales ausentes como Vives y otros presentes como Agnesio, así como por algunas instituciones en monumentos como la Cruz de la Victoria.
Jerónimo de Sempere, en su poema épico de exaltación a la figura de Carlos V, acaba la primera parte de su Carolea con la llegada a Valencia del emperador con el rey francés Francisco I, prisionero tras la batalla de Pavía. En el recibimiento, la riqueza nobiliaria de la ciudad se representó en una carrasca de la que pendían las múltiples armas de sus linajes. En lo alto estaban las de Alfonso de Aragón, a quien el poeta enaltece calificándolo de «duque famoso», que conservó para el emperador lo que en su día ganó Jaume I, gracias a su victoria en el campo de Sagunto, donde «esta gloria señala hoy la Cruz de la Victoria».48 Como en Maguncia, y como auténtico topos, se aunaban la victoria doméstica y civil con la internacional como presagio de un triunfante reinado. De hecho, su obra alababa la capital pocos años antes díscola, entre otras cosas, por estar ornada de «templos y edificios de próceres, de nobles y de oficios».49
Epílogo
Los edificios y monumentos nombrados en este estudio sufrieron numerosas vicisitudes, algunas irreversibles. La Cruz de la Victoria, en un dibujo de Javier Vivas en la obra de Chabret de 1888 aparece sin cubierta, con su interior abierto, y con una solución en las esquinas que flanquean dicho arco difícil de interpretar.50 La fotografía que publicó Salvador Carreres en 1928 muestra el interior colmatado. Después se desmontó la cruz de remate y todo el conjunto fue trasladado, por lo que desde finales del siglo XX se aprecia la numeración en los sillares. Hoy este bien de interés cultural por declaración genérica, queda entre la autovía A-7 y la nacional 340, con partes restauradas, un basamento modificado en sus proporciones, el acceso cegado y con una placa de 1995, sin la cruz original, con una moderna con orientación alterada respecto a la original, y sin restos de las armas del duque que obtuvo la victoria.
Después de la guerra de Sucesión, la Generalitat valenciana, como el resto de instituciones forales de la Corona de Aragón, quedó abolida por el decreto de Nueva Planta promulgado por Felipe V. Con el Estatuto de Autonomía de 1982 se recuperó el nombre de la Generalitat para designar las instituciones del autogobierno valenciano, así como el histórico edificio como sede de su presidencia. En este lapso, a comienzos del siglo XIX se derribó el Palacio del Real y a comienzos del XX el baluarte y Casa de Armas de la Ciudad que costeó en el siglo XVI la Generalitat y fue uno de los emblemas de la capital y reino. A mediados del siglo XIX se derribó el edificio de la Casa de la Ciudad. Por su parte, el de la antigua Generalitat, que había sido Audiencia de 1751 a 1809, sede de reuniones del Ayuntamiento hasta 1812, Diputación hasta 1823, conviviendo estos años con la Audiencia, mantuvo la función de Audiencia Territorial y Provincial hasta 1923. Después, hasta 1982 fue sede de la Diputación de Valencia, momento en el que en la década de los cincuenta, con diseño de Luis Albert Ballesteros, se añadió la torre al oeste. Con esta solución, y visible desde la plaza de la Seo, prácticamente se recuperaba la imagen gráfica de dos torres en los extremos que tuvo el edificio municipal desaparecido. Un testimonio que evidencia, una vez más, las rivalidades, complementariedad y mixturas que las dos instituciones tuvieron a lo largo de su existencia.
Figura 9. Anónimo, Plaza de la Virgen y Palacio de la Audiencia, Valencia, entre 1915 y 1920.