explorar rutas para seguir el trabajo de los conceptos en la formación de mundos sociales. Esto requiere introducir un importante desplazamiento, el cual consiste en desprendernos de los conceptos como fuentes de certidumbre científica y emplearlos como sitios de exploración de las incertidumbres de lo social. Me parece que a partir de esta base es posible explorar los conceptos como espacios de experimentación e imaginación política, así como expandir el potencial conceptual de la vida política (Cooper 2014).
Tal como intento mostrar a lo largo de los diferentes capítulos, tomar esta dirección obliga a despejar la confusión bastante común de reducir los conceptos a palabras o a las cosas a las que ellos refieren. En efecto, aunque los conceptos nos remiten a palabras específicas que los encarnan en el lenguaje y su significado a menudo se asocia a objetos concretos, la vida social y política de los conceptos siempre tiene lugar entre las palabras y las cosas. En dicho espacio intermedio, los conceptos operan como un modo de producir identidad; es decir, de conectar, anudar y subsumir una heterogeneidad de elementos no-idénticos (e incluso contradictorios) bajo una forma común o universal. Por lo mismo, la «pretensión» de identidad que un concepto moviliza, si bien se puede actualizar y estabilizar en normas, prácticas e institucionales sociales, nunca es del todo completa puesto que un concepto siempre acarrea una «impureza», una «discontinuidad» o una «alteridad» que excede dicha pretensión de unidad. Aunque parezcan estar quietos como palabras inscritas en un diccionario, los conceptos se mueven y lo hacen en escalas y a velocidades que muchas veces resultan difíciles de observar. Esta es una premisa central para la teoría crítica, pues apunta a problematizar la naturalización de los conceptos a los que adherimos y a través de los cuales vivimos.
Seguir el movimiento de los conceptos es lo que permite deshacernos de la rigidez de las definiciones, reconstruir la plasticidad del proceso de su devenir social e imaginar otras trayectorias posibles. Seguir a los conceptos no significa salirse del mundo social, sino que emplear otra compuerta para sumergirse en el complejo tejido que lo constituye. Emplear esta compuerta, por abstracta y complicada que a veces parezca, no es una manera de buscar refugio en la especulación filosófica. Muy por el contrario, es una manera de prestar atención al hecho de que la vida material de la sociedad se encuentra atravesada por formulaciones filosóficas heredadas, y una forma de interrogar aquello que el orden conceptual de la sociedad excluye, pero también de identificar eso que emerge como un espacio de posibilidad más allá de lo existente.
Al hacer este recorrido, lo que importa no es encontrar definiciones correctas, sino que descifrar las formas en que los conceptos aparecen y se mueven, las historias heterogéneas que hacen posible, las distinciones que despliegan, las relaciones que activan, las posibilidades que sellan, los silencios que producen, las prácticas que encarnan, los pensamientos que permiten, los afectos que movilizan y los poderes que ponen en funcionamiento. El razonamiento que subyace a esta estrategia es la idea de que los conceptos son algo más que palabras dichas cuyo significado permanece dentro de los límites de un léxico establecido. Los conceptos son órganos vivos del tejido social por cuanto están integrados en las prácticas cotidianas como recursos que los actores emplean para dar sentido al mundo y a su contingencia. Pero su fuerza también reside en el hecho de que la propia sociedad va tomando forma a través de procesos de conceptualización cuyos resultados habitan y circulan a través de una densa red de prácticas e instituciones, así como de múltiples luchas conceptuales acerca de la definición correcta del mundo.
Si los conceptos son órganos de la realidad social y constelaciones de elementos heterogéneos que no podemos definir simplemente en aras de la precisión científica, parte central del desafío consiste en trabajar a través de ellos. Esta es la propuesta que, por cierto, anima el método de análisis de dos corrientes principales de la teoría social crítica, la dialéctica y la genealogía, a saber: reinsertar los conceptos en el mundo y observar su funcionamiento en sitios sociales e históricos concretos a través de las relaciones y prácticas que ellos mismos contribuyen a producir. Así, para la teoría crítica el estudio de los conceptos no tiene que ver con un ejercicio de reconstrucción meramente hermenéutico (interpretación de significado), filológico (búsqueda de la raíz), lógico (consistencia terminológica interna) o epistémico (herramienta de conocimiento), sino con descifrar la fuerza material de los conceptos y seguir su movimiento como abstracciones vivas.
Los textos reunidos a continuación se desarrollan a partir y en diálogo con esta idea. Más que una teoría acabada y coherente, ofrecen algunas pistas sobre cómo abordar el trabajo de los conceptos en la vida social y cómo movernos con y a través ellos.
La primera pista consiste en explorar los conceptos como archivos que almacenan significados, modos de razonamiento, saberes y experiencias. En el archivo hay tiempo, materia y vida, pero también las ansiedades e incertidumbres que cruzan nuestras relaciones con el mundo en que vivimos y los intentos por darle coherencia. Tomados en este sentido archivístico, los conceptos trabajan como dispositivos de registro que siempre dejan algo sin registrar. Seguir el movimiento de un concepto, en consecuencia, consiste en seguir los rastros y sedimentos alojados dentro y fuera de ellos.
La segunda pista apunta a tratar a los conceptos como prácticas que producen formas concretas de conectar personas, lugares y cosas. Los hilos de conexión social que producen los conceptos son un índice de su fuerza aglutinante, a saber: de su capacidad para ensamblar elementos heterogéneos, acomodar fenómenos contradictorios y codificar relaciones dentro de un ámbito de validez que ordena la experiencia y delimita un espacio de posibilidades. Seguir el movimiento de un concepto significa, entonces, mapear las prácticas que lo forman, así como las maneras en que se encarna en prácticas.
La tercera pista se refiere a aproximarse a los conceptos como sitios de lucha política, por cuanto están abiertos a ser apropiados de distintas formas en el marco de disputas y controversias acerca de la correcta definición del mundo y las entidades que lo componen. Esto supone sumergirse en un campo de fuerzas y fricciones en el cual los potenciales de crítica y desobediencia se encuentran igualmente presentes que las lógicas de poder y dominación. Seguir el movimiento de un concepto significa, por lo tanto, reconstruir los principios de visión y división que ellos producen y observar su operación en sitios concretos.
La cuarta y última pista que deseo proponer consiste en entender los conceptos como aparatos afectivos. Esto quiere decir que el alcance de un concepto no se agota en lo que las personas racionalmente piensan, atribuyen o reconocen como su significado. Su fuerza se articula, en última instancia, en la pluralidad de apegos y disposiciones afectivas que producen, activan, incitan y movilizan. Si bien nuestra inclinación natural es a querer definir los conceptos como manera de comprenderlos y producir conocimiento, existen conceptos que no podemos aprehender a través de definiciones precisas ni de la transparencia de hallazgos empíricos, sino que solo podemos sentirlos. Seguir el movimiento de un concepto, en consecuencia, significa tratarlos como texturas sensibles o superficies de contacto que producen experiencias y saberes «somáticos». A ello apunta Adorno cuando objeta la manera en que las sociologías positivistas, al deshacerse del «concepto de sociedad» por considerarlo una noción metafísica que no puede ser vista, niegan la textura sensible y afectiva del conocimiento de lo social: «la sociedad se puede sentir de modo inmediato allí donde duele» (Adorno 1996: 55).
Esta manera de comprender las formaciones conceptuales invita a reconocer el hecho de que un concepto –y el trabajo de conceptualización a través del cual se despliega en el mundo– es una trama de inscripciones y descripciones, un ensamblaje de conexiones y traducciones, un espacio de disputas y tensiones, y una cadena de efectos y afectos. Así, un concepto es menos un dominio estable de verdades sólidas que una serie de «interrupciones», «accidentes» y «brechas», y es menos una unidad de definiciones coherentes que una «población dispersa» de ideas, imágenes, saberes y presuposiciones acerca del mundo reunidas por el trabajo del propio concepto (Foucault 2002: 24).
III
Sobre la base de estas consideraciones, el presente libro persigue la idea bastante sencilla de que una crítica de la sociedad no es posible sin una crítica de los conceptos. Para la teoría crítica, tal como sugiere Walter Benjamin, esto significa emplear los conceptos como instrumentos para navegar por el mundo social y como espacios productivos para la imaginación política.