Jose Angel Lopez Herrerias

50 miradas a la educación


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talento y elocuencia, le preguntó de qué arte hacía principalmente profesión, a lo que Pitágoras respondió que, arte, él no sabía ninguno, sino que era filósofo. Admirado León de la novedad del nombre, le preguntó quiénes eran, pues, los filósofos y qué diferencia había entre ellos y los demás; y Pitágoras respondió que le parecían cosa semejante la vida del hombre y la feria que se celebraba con toda la pompa de los juegos ante el concurso de la Grecia entera; pues igual que allí unos aspiraban con la destreza de sus cuerpos a la gloria y nombre de una corona, otros eran atraídos por el lucro y el deseo de comprar y vender, pero había una clase, y precisamente la formada en mayor proporción de hombres libres, que no buscaba ni el aplauso, ni el lucro, sino que acudían por ver y observaban con afán lo que se hacía y de qué modo, también nosotros, como para concurrir a una feria desde una ciudad, así habríamos partido para esta vida desde otra vida y naturaleza, los unos para servir a la gloria, los otros al dinero, habiendo unos pocos que, teniendo todo lo demás por nada, consideraban con afán la naturaleza de las cosas, los cuales se llamaban afanosos de sabiduría, esto es, filósofos; e igual que allí lo más propio del hombre libre era ser espectador sin adquirir nada para sí, del mismo modo en la vida supera con mucho a todos los demás afanes la contemplación y el conocimiento de las cosas.

      “El buen ciudadano es aquel que no puede tolerar en su patria un poder que pretende hacerse superior a las leyes”

      Pero Pitágoras no fue mero inventor del nombre, sino engrandecedor también de las cosas mismas. Pues como después de aquella conversación de Fliunte hubiera venido a Italia, embelleció a la Grecia llamada Magna con instituciones y artes eminentes en lo privado y en lo público… Ahora bien, desde la filosofía antigua hasta Sócrates, que había oído a Arquelao, discípulo de Anaxágoras, los números y los movimientos eran los temas tratados, y de dónde nacían todas las cosas y a dónde tornaban, y con afán eran investigados por aquellos filósofos los tamaños, intervalos y cursos de los astros y todas las cosas celestes. Sócrates fue el primero que hizo bajar a la filosofía del cielo, y la hizo residir en las ciudades, y la introdujo hasta en las casas, y la forzó a preguntar por la vida y las costumbres y por las cosas buenas y malas. Y su variada manera de discutir, la diversidad de sus temas y la grandeza de su talento, conmemorados por el recuerdo y las obras de Platón, produjeron numerosas clases de filósofos discrepantes”.1

      “No sé, si, con excepción de la sabiduría, los dioses inmortales han otorgado al hombre algo mejor que la amistad”

      “capítulo 17, 44. Como podéis ver, pues, lo que constituye los cimientos de nuestra investigación ha sido perfectamente colocado ya. La creencia, en efecto, en los dioses no se ha establecido en virtud de una autoridad, una costumbre o una ley, sino que descansa en un unánime y permanente consenso de la humanidad; su existencia es, por consiguiente, una inferencia necesaria, puesto que poseemos un instintivo o –mejor aún– innato concepto de ellos; ahora bien, una creencia que todos los hombres de una manera natural comparten debe ser necesariamente verdadera; por tanto debe admitirse que los dioses existen. Y, supuesto que esta verdad es casi universalmente admitida no solamente entre los filósofos sino también entre las gentes indoctas, hemos de convenir en que es también una verdad admitida, que poseemos una ‘noción previa’, como la he llamado antes, o ‘noción anterior’, de los dioses. –Pues nos vemos obligados a emplear neologismos para expresar ideas nuevas, de la misma manera que el propio Epicuro empleó la palabra prolepsis en un sentido en que nadie la había empleado antes–. 45. Tenemos, pues, una noción previa de tal tipo que creemos que los dioses son bienaventurados e inmortales. Pues la naturaleza, que nos ha concedido una idea de los dioses mismos, ha grabado también en nuestras mentes la creencia de que ellos son bienaventurados e inmortales. Al ser esto, así, la famosa máxima de Epicuro enuncia con toda verdad que ‘lo que es bienaventurado y eterno no puede ni conocer personalmente la turbación ni causar molestia a otro, y en consecuencia no puede sentir ni ira ni inclinación favorable, porque tales cosas son propias solo de los débiles’. Si no buscáramos nada más que la piedad en el culto de los dioses y el vernos libres de supersticiones, lo dicho sería suficiente; porque la preeminente naturaleza de los dioses, al ser eterna y felicísima, recibiría el piadoso culto de los hombres –pues lo que está por encima de todo impone la reverencia que se le debe–; y asimismo quedaría eliminado todo temor del poder divino o la ira divina –pues se entiende que la ira y el favoritismo están por igual excluidos de una naturaleza que es a la vez bienaventurada e inmortal, y que una vez eliminadas estas cosas, no nos sentimos amenazados por ningún temor respecto a los poderes de lo alto–. Pero el espíritu pugna por reforzar esta creencia intentando descubrir la forma de la divinidad, el modo de su actividad y las operaciones de su inteligencia”.2

      “Estos son malos tiempos. Los hijos han dejado de obedecer a sus padres y todo el mundo escribe libros”

      “capítulo 18, 46. Para la forma divina poseemos las indicaciones de la naturaleza completadas por las enseñanzas de la razón. De la naturaleza derivan los hombres de todas las razas la noción de dios como poseedor de la figura humana y no otra alguna; pues ¿en qué otra figura se han aparecido ellos nunca a nadie, en estado de vigilia o en sueños? Pero, para no hacer de las nociones primarias el único criterio de todas las cosas, diremos que la razón mis manos dice lo mismo. 47. Pues parece natural que el ser más elevado, bien sea a causa de su felicidad, a causa de su eternidad, sea también el más bello; ahora bien ¿qué disposición de los miembros, qué conformación de rasgos, qué figura o qué aspecto pueden ser más bellos que los humanos? Vosotros los estoicos, al menos, Lucilio –pues mi amigo Cotta dice una cosa unas veces y otra cosa otras–, soléis describir el arte de la creación divina hablando de la belleza así como de las ventajas del diseño empleado en todas las partes de la figura humana. 48. Pero si la figura humana supera la forma de todos los demás seres vivos, y dios es un ser vivo, la divinidad debe poseer la figura que es la más bella entre todas; y puesto que se ha convenido que los dioses son sumamente felices y nadie puede ser feliz sin virtud, y la virtud no puede existir sin la razón, y la razón se encuentra solamente en la figura humana, se sigue de ello que los dioses poseen la forma del hombre”.3

      “Humano es errar; pero solo los estúpidos perseveran en el error”

      Bibliografía

      Cicerón (2013a): Sobre la vejez/Sobre la amistad, Madrid, Alianza.

      — (2013b): El orador, Madrid, Alianza.

      — (2009): Sobre la naturaleza de los dioses, Madrid, Gredos.

      — (1989): La República y las leyes, Madrid, Akal.

      — (1987): Disputas Tusculanas, 2 vols., Julio Pimentel Álvarez (trad.), Ciudad de México, Universidad Nacional Autónoma de México.

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      Séneca

      4 a. C.- 65 d. C.

      El cuidado de la república y de la ancianidad

      El escritor latino, filósofo, político y orador es maestro existencial, reconocido a lo largo de los siglos. Mantiene en sus reflexiones e inquietudes lo aportado por la tradición de la cultura clásica: la responsabilidad moral como ciudadano, miembro del imperio, el logro de la felicidad personal y comunitaria, y múltiples reflexiones sobre asuntos cotidianos de la existencia.

      Es ejemplo de pensador y de maestro, sereno, reflexivo y directo. Sus ideas generaron escuela a lo largo de los tiempos, senequismo. Pensar mucho y escribir y hablar certero y valioso. Buen uso del tiempo de la existencia. Valorar y anteponer el saber intenso y meditado que el saber mucho, sin profunda reflexión. Recuerda el carpe diem horaciano.

      Lucio Anneo Séneca era hijo de Séneca el Retórico, miembro de la alta burguesía romana oriundo de Córdoba. Llegó a ser ministro, tutor y consejero del emperador Nerón. En la época imperial tuvo un gran prestigio como senador. Como pensador e intelectual se le reconoce como la figura predominante del estoicismo, que influiría después en el humanismo, en autores como Erasmo de Róterdam, Calvino o Montaigne. Él representa