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SCOTT HAHN
SEÑOR, TEN PIEDAD
La fuerza sanante de la confesión
Octava edición
EDICIONES RIALP
MADRID
Título original: Lord, Have Mercy. The Healing Power of Confession
© 2003 by SCOTT WALKER HAHN
Publicado por acuerdo con Doubleday, una división de Random House, Inc.
© 2015 de la versión española realizada por MERCEDES VILLAR,
by EDICIONES RIALP, S. A.,
Manuel Uribe 13-15, 28033 Madrid
Primera edición española: octubre 2006
Octava edición española: junio 2018
Con aprobación eclesiástica del Obispo de Steubenville (EE.UU.), 18 de diciembre de 2002.
No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita reproducir, fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
Realización ePub: produccioneditorial.com
ISBN (versión impresa): 978-84-321-3606-1
ISBN (versión digital): 978-84-321-5950-3
A Gabriel Kirk Hahn:
Omnia in bonum (Rom 8, 28)
ÍNDICE
II. ACTOS DE CONTRICIÓN: LAS RAÍCES MÁS PROFUNDAS DE LA PENITENCIA
III. UN NUEVO ORDEN EN EL TRIBUNAL: EL FLORECIMIENTO PLENO DEL SACRAMENTO
IV. AUTÉNTICAS CONFESIONES: SELLADAS CON UN SACRAMENTO
V. ¿QUÉ ANDA MAL EN EL MUNDO? UNA SÍNTESIS
VI. LA CONFESIÓN SACRAMENTAL: ¿QUÉ HAY TAN DULCE EN EL PECADO?
VII. TEMAS PARA LA CONSIDERACIÓN: LA CONFESIÓN COMO ALIANZA
VIII. ABSOLVIENDO AL HEREDERO: LOS SECRETOS DEL HIJO PRÓDIGO
IX. EXILIADOS EN LA CALLE MAYOR: NO ES UN VERDADERO ALEJAMIENTO DEL HOGAR
X. CONOCER EL DOLOR, CONOCER LA GANANCIA: LOS SECRETOS DE LA PENITENCIA VENCEDORA
XI. PENSANDO FUERA DEL CONFESONARIO: COSTUMBRES PENITENTES ALTAMENTE EFICACES
XII. LA ENTRADA DE LA CASA: LA CONFESIÓN COMO UN COMBATE
APÉNDICE A. RITO BREVE DEL SACRAMENTO DE LA PENITENCIA
APÉNDICE C. EXAMEN DE CONCIENCIA
PATMOS, LIBROS DE ESPIRITUALIDAD
I.
ACLARANDO NUESTRAS IDEAS
LA CONFESIÓN ES UN ASUNTO arduo para muchos católicos. Cuanto más la necesitamos, menos parecemos desearla. Cuanto más optamos por pecar, menos deseamos hablar de nuestros pecados.
Esta reticencia a hablar de nuestros fallos morales es completamente natural. Si has sido el pitcher perdedor en la final del Campeonato del Mundo de béisbol, no vas en busca de los comentaristas deportivos cuando vuelves a los vestuarios. Si tu mala gestión de los negocios familiares ha llevado a la ruina a la mayoría de tus parientes, probablemente no darás a conocer esa información en un cóctel.
Por otra parte, el pecado es la única cosa de nuestra vida que debía avergonzarnos. Porque el pecado es una trasgresión contra Dios Todopoderoso, un tema mucho más serio que un fracaso económico o un lanzamiento fallido. Al pecar, rechazamos hasta cierto punto el amor de Dios, y nada queda oculto para Él.
SUPERAR EL TEMOR
Es pues, bastante natural, que nos estremezca la idea de arrodillarnos ante los representantes de Dios en la tierra, sus sacerdotes, y hablar en voz alta de nuestros pecados en términos claros, sin disimulos ni excusas. El hecho de acusarse a uno mismo nunca ha sido el pasatiempo favorito de la humanidad, pero es esencial en toda confesión.
El temor a la confesión es bastante natural, sí, pero nada «bastante natural» puede ganarnos el cielo, o incluso alcanzarnos la felicidad aquí en la tierra. El cielo es sobrenatural; está por encima de lo natural, y toda felicidad natural es efímera. Nuestro instinto natural nos dice que evitemos el dolor y abracemos el placer, pero la sabiduría de todos los tiempos nos dice cosas como: «sin dolor, no hay fruto».
Por mucho que suframos hablando de nuestros pecados en voz alta, el dolor es mucho menor que el que nos causa el hecho de vivir en un rechazo interno o externo, actuando como si nuestros pecados no existieran o como si no tuvieran importancia. «Si decimos que no tenemos pecado, nos dice la Biblia, nos engañamos a nosotros mismos» (1 Jn 1, 8).
El propio engaño es una cosa desagradable en sí misma, pero no es más que el comienzo de nuestros problemas, porque cuando empezamos a negar nuestros pecados, empezamos también a vivir en la mentira. Con nuestras palabras o con nuestros pensamientos, rompemos la importante conexión de causa y efecto, pues negamos la propia responsabilidad en nuestras faltas más graves. Una vez que lo hemos hecho, incluso en una materia insignificante, empezamos a mermar los límites de la realidad.