Néstor Braidot

Cómo ser más inteligente


Скачать книгу

los últimos años, este atributo se le asignó también a numerosos productos y servicios: casas inteligentes, automóviles inteligentes, anteojos inteligentes, lavarropas inteligentes…

      Una heladera inteligente es aquella que “sabe” hacer el pedido al supermercado automáticamente cuando detecta, mediante sensores, que le falta algún producto de alto consumo en esa casa.

      Un zapato inteligente es aquel que puede cambiar de color para combinar con la ropa en cada ocasión.

      La inteligencia artificial, sin ir más lejos, es la tecnología que se posiciona como dominante de cara al próximo lustro.

      Vamos hacia un futuro en el que, parecería, lo “no inteligente” no tiene lugar.

      La ironía es que a pesar de lo mucho que se habla de la inteligencia, poco se sabe sobre ella en realidad.

      En su libro ¿Qué es la inteligencia?, Sternberg y Detterman presentan más de dos docenas de definiciones elaboradas por expertos de diferentes campos.

      Ninguna pone en duda la existencia de un correlato neurofisiológico y emocional en la actividad intelectual.

      Por otro lado, es ampliamente compartida la visión contextualizada de la inteligencia, en el sentido de que los factores culturales, sociales y emocionales tienen gran influencia en su desarrollo.

      Si bien quedan muchas preguntas por responder, está comprobado que el cerebro es un órgano que cuenta con partes diferenciadas y que cada una de las inteligencias del ser humano está vinculada con neurocircuitos identificables.

      Así la define, en este sentido, Howard Gardner, uno de los principales investigadores relacionados con la temática de la inteligencia: “Un conjunto diferenciado de capacidades que es gobernado y regulado desde un conjunto diferenciado y exclusivo de zonas cerebrales”.

      Bases de datos empíricas revelan que los sistemas nerviosos difieren en la velocidad y eficacia con que reciben, procesan y emiten información.

      Algunos expertos opinan que estas características podrían explicar por qué algunas personas son más inteligentes que otras.

      En cualquier caso, la corteza prefrontal, que tiene un rol muy importante en el desempeño de las funciones ejecutivas (coordinación de pensamientos, acciones y metas y toma de decisiones) está también vinculada a determinados tipos de inteligencia.

      Una investigación llevada a cabo en la Universidad de Washington, St. Louis, en 2012, apuntó en esa dirección.

      Se analizó el cerebro de los participantes mediante fMRI (resonancia magnética funcional) en dos etapas.

      La primera, mientras descansaban. La segunda, mientras realizaban tareas que les exigían razonar rápidamente y utilizar el pensamiento abstracto.

      En estos casos, se observó una mayor actividad en la corteza prefrontal izquierda y, paralelamente, niveles más altos de conectividad neuronal.

      Este estudio permite comprender que la posibilidad de visualizar la actividad cerebral en esta región habilita a predecir en qué grado un individuo es más inteligente que otro.

      Esto ocurre debido a que la velocidad de procesamiento de la información (uno de los insumos más importantes de la inteligencia) depende de la forma en que la corteza prefrontal se comunica con el resto del cerebro.

      Retomando el tema, las ideas sobre la inteligencia son muchas y proceden de una diversidad de corrientes de pensamiento.

      Sin embargo, la mayoría de los modelos confluye en una de estas dos alternativas:

      • La inteligencia como estructura unitaria. Históricamente predominó el concepto de que existe una sola inteligencia general.

      • La inteligencia múltiple. Una visión más moderna sugiere que contamos con varias facultades intelectuales relativamente independientes que se pueden modificar o desarrollar mediante estímulos adecuados.

      Este libro suscribe a la segunda opinión en base a términos empíricos.

      Los seres humanos tenemos capacidad para adquirir conocimientos y aprender de muchas maneras.

      Lo hacemos a través del lenguaje, del uso del cuerpo, del análisis abstracto, de la intuición, de la representación espacial, de las emociones, del pensamiento musical y de una comprensión de los demás y de nosotros mismos.

      Cada forma de aprender tiene su correlato en la existencia de varias inteligencias que pueden potenciarse si se aplican estímulos significativos.

      Y un dato no menor: esto puede hacerse a lo largo de toda la vida.

      Por otra parte, la existencia de personas con discapacidades evidentes para el aprendizaje de cosas muy sencillas y, al mismo tiempo, con habilidades sorprendentes para las deducciones más difíciles, como ocurre con los autistas, pone en duda la concepción de la inteligencia como una función unitaria de la mente.

      De todos modos, algunas corrientes de pensamiento continúan defendiendo la concepción tradicional.

      Así, acotan la inteligencia a la aptitud para razonar, elaborar planes, resolver problemas, interpretar ideas complejas y aprender con rapidez.

      De esta manera se soslaya nada menos que el componente emocional de la inteligencia.

      Ser inteligente, no obstante, no es solo poder resolver problemas, adaptarse al medio ambiente y mostrar algún que otro signo de creatividad.

      También lo es comprender las emociones, tanto propias como ajenas, e interpretar los sentimientos de los demás para ser empático en las relaciones interpersonales.

      Las neurociencias y sus descubrimientos de los últimos años han demostrado que la anatomía del cerebro es un componente de base de la inteligencia.

      El correlato entre los factores relacionados con la anatomía cerebral y la inteligencia se ha presentado en variaciones en el engrosamiento de la corteza cerebral o en la densidad de conexiones neuronales, entre otras manifestaciones.

      Al ser una función activa en la mente, la inteligencia puede desarrollarse y eso mismo sucede con el cerebro.

      La neuroplasticidad, es decir, la característica del cerebro de poder mejorar y moldearse, nos acompañará a lo largo de toda nuestra vida.

      En este sentido, un estudio realizado en 1989 sobre una muestra de 307 niños residentes en el barrio de Bethesda, en Washington, Estados Unidos, arrojó conclusiones reveladoras. El trabajo fue encabezado por Judith Rapoport, del Instituto Nacional de Salud Mental de dicho país.

      En esa ocasión se tomaron imágenes del cerebro de estos chicos durante su crecimiento. La experiencia se extendió por un período de diecisiete años.

      Los participantes que eran considerados “muy inteligentes” desarrollaron su cerebro con un patrón diferente. El tamaño de sus lóbulos frontales difería de aquellos cuyas habilidades cognitivas habían sido evaluadas como “promedio”.

      La investigación buscaba corroborar una hipótesis previa, según la cual algunas áreas del lóbulo frontal que se ocupan del pensamiento de mayor nivel tienen un tamaño más grande en personas más inteligentes.

      La conclusión de este trabajo, publicada en la revista Nature, indica que el cerebro de los niños más inteligentes es más moldeable o modificable y que, debido a la neuroplasticidad, estas divergencias podrían tener origen en otros factores, como estímulos intelectuales o emocionales que impactan en el período de crecimiento.

      Otro caso de investigación fue el relacionado con el cerebro de Einstein. Luego de su muerte, fue comparado con