con la mano.7
El padre kafkiano como encarnación feroz de la Ley parece reducirse en realidad a un puro semblante, a pesar de que su voz sea fuerte e incluso dé miedo. Pero, ¿acaso no es esta la alternancia más común del neurótico respecto a la Imago paterna? ¿Aquella que, precisamente, Lacan sintetiza en la paradoja por la que «el progenitor del mismo sexo se le manifiesta al niño a la vez como el agente de la interdicción sexual y el ejemplo de su transgresión»?8 El temor de la Ley que el padre edípico representa ¿no implica acaso la tendencia del neurótico a actuar la Ley o a querer mostrar su fragilidad y toda su vulnerabilidad? ¿Bajo el semblante del padre ideal no está siempre el padre castrado? ¿No es éste el corazón del Edipo freudiano? De hecho, la neurosis es un modo de hacer existir el padre ideal precisamente porque se ha visto claramente que no es ideal en absoluto. Es una obstinación de querer creer en el padre ideal a pesar del padre real. La idealización neurótica de la Imago paterna intenta asegurar una versión del padre que la realidad desmiente fatalmente: no existe padre ideal, no existe padre que no esté castrado. Esta es la verdad estructural que la neurosis pretende eliminar idealizando su imagen, queriendo creer firmemente en su potencia fálica.
Malentendidos de la función paterna
Cuando Lacan introduce la figura del declive irreversible del Padre y de su función ideal-normativa, no es casual que lo haga en dos momentos cruciales de nuestra historia: 1938 y 1969. En 1938, Europa se encuentra al borde del abismo de la Segunda Guerra Mundial y el periodo trágico de los grandes totalitarismos está en su momento culminante. En ese año, en Los complejos familiares, Lacan introduce la imagen del «ocaso de la Imago paterna» para señalar cómo la titánica afirmación de los padres locos de las dictaduras totalitarias compensaba patológicamente el debilitamiento del padre en la sociedad occidental.
La segunda fecha es la de 1969, próxima a la protesta juvenil que encuentra su punto culminante en el mayo francés del 68 y que se extenderá no solo en la Europa burguesa sino por todo el mundo. En una breve nota, no exenta de un cierto efecto de sorpresa para su público, habituado a oírlo teorizar en torno al papel fundamental del Nombre-del-Padre, hará referencia a la «evaporación del padre» como rasgo constitutivo de nuestro tiempo, dominado por la afirmación universal (hoy diríamos globalizada) de los mercados comunes.9 Treinta años separan estas dos formulaciones de la crisis de la paternidad cuyo tono se muestra, sin embargo, muy similar. De lo que se habla es de una crisis irreversible de la función ideal y normativa del Padre edípico.
¿Qué tienen en común estas dos escenas tan radicalmente lejanas? ¿Por qué Lacan, en dos situaciones históricamente tan diferentes anuncia, en el fondo, el mismo acontecimiento respecto al destino del Padre en nuestra Civilización? No hay, a primera vista, nada más incomparable: por un lado, la afirmación indiscutible y delirante de una Imago paterna totémica que caracteriza la versión históricamente determinada de los totalitarismos y, por el otro, la crítica radical de la sociedad patriarcal, la lucha de los hijos contra el autoritarismo burgués del padre amo, la lucha de los hijos contra los padres. Por una parte, la aniquilación de la singularidad y de la diferencia; por la otra, la afirmación crítica de la singularidad y de la diferencia. Pero entonces, ¿por qué utiliza Lacan expresiones similares para definir el destino de la función paterna en estas dos situaciones históricas, hablando de ocaso y de evaporación del padre? ¿Qué puede mantener juntas la titánica afirmación de un padre, cuya potencia se muestra ilimitada, y la crítica libertaria a su función autoritaria en la sociedad burguesa? ¿Qué lectura de conjunto podríamos atribuir a Lacan de estos dos fenómenos históricamente incomparables (totalitarismo y protesta del 68) que haga posible una aproximación entre ambos? ¿Qué es lo que intenta tocar o, mejor, que es lo que intenta sacudir?
Pienso que Lacan utiliza estas dos figuras evocadoras de un debilitamiento de la figura del padre («ocaso» y «evaporación») para indicar una apuesta radical común a estos dos giros en el camino histórico de Occidente. Por el momento, podemos sintetizar su razonamiento en una tesis general: en la afirmación del Padre-Führer y en la protesta juvenil contra la sociedad patriarcal se puede localizar un fatal malentendido de la auténtica función simbólica del Padre. Lo que no comporta en modo alguno la uniformidad histórica de las diferencias que separan profundamente estas dos escenas. La crítica juvenil de la sociedad patriarcal y, más en general, la experiencia del 68, representaron un momento fecundo de nuestra historia por razones que también Lacan reconoce, incluso hay quien lo considera como el inspirador oculto de aquel movimiento en Francia. Por el contrario, el culto totalitario del Padre-Duce únicamente ha producido devastación y crimen.
El padre primigenio del totalitarismo
¿Cómo interpretó Lacan el terrible período del totalitarismo? Como una compensación atroz y nefasta de un desmigajamiento de la función paterna y del tejido familiar que se sostenía gracias a ella. La experiencia de la desaparición del padre y de su función simbólica no es una experiencia nueva, específica del tiempo hipermoderno, sino que caracterizaba ya la época de Freud. En Los complejos familiares, Lacan, audazmente, se atreve a pensar que toda la teorización freudiana del Edipo podría tener de fondo este desmigajamiento de la Imago paterna y de su poder simbólico. Huérfano de este refugio, caída la autoridad paterna como punto de referencia ideal, firme e inamovible, el hombre occidental busca figuras autoritarias capaces de ofrecer estabilidad e identidad. El gran cuerpo de la Comunidad sustituye ese desmembramiento de la familia sin centro y amenazada por la precariedad económica y social producto de la crisis ligada a las vicisitudes de la Primera Guerra Mundial. Asegura pertenencia y protección de la vida a cambio de la renuncia al uso de la razón crítica. El espacio ya segmentado y desordenado de la familia burguesa parece encontrar así una recomposición loca en la identificación a la masa.
Carencia del padre simbólico y afirmación de los fundamentalismos exaltados son dos caras de la misma moneda. La llamada de las masas al Padre loco y déspota, al Padre de la destrucción y de la guerra, es un modo patológico de compensar la crisis social de la Imago paterna. Donde falta la función simbólica del padre, donde esta función declina e inevitablemente se debilita, puede aparecer, como sucede hoy con el renacimiento en Oriente de fundamentalismos fanáticos, la nostalgia por una Ley fuerte, absoluta, inhumana, capaz de reemplazar la impotencia paterna a través de la rehabilitación de una imagen loca y omnipotente del Padre. En este sentido, la tentación totalitaria, el espejismo de la fusión y de la armonía universal, la utopía trágica de una comunidad que engulle las particularidades y que anula cualquier diferencia, son modos patológicos de recuperar la fuerza titánica e ideal del Padre que, sin embargo, en realidad no hacen sino exhibir su declive irreversible y revelar la mezcla de esta fuerza con la sombra terrible de un matriarcado arcaico y mortífero.
La esencia del totalitarismo es, en efecto, la rehabilitación inconsciente del poder loco de un Padre primordial y fanático que se confunde con aquel otro caníbal de una madre que devora a sus propios hijos. Por tanto, si por un lado, en el vínculo totalitario la sombra del Padre cae sobre el sujeto, por el otro, esta caída se da precisamente como movimiento nostálgico de recuperación de una matriz perdida desde siempre. El padre primordial del totalitarismo no es solamente el complemento necesario del padre carente del que Lacan dibuja el retrato, sino que es también la prolongación del vínculo viscosamente incestuoso del sujeto con la Imago materna originaria.
El triunfo del discurso capitalista
Si el ocaso del padre era la imagen que Lacan utilizaba para reconstruir el fondo psicopatológico sobre el que se recortaba la figura omnipotente del padre primigenio del totalitarismo, la de la evaporación del padre es propuesta tras la protesta de 68 para definir el proceso de pérdida de autoridad simbólica que inviste una figura paterna objeto de la crítica antiedípica que empuja a los jóvenes rebeldes contra el sistema patriarcal. La paradoja es que esta crítica coincide con la afirmación del discurso capitalista, que retira los fundamentos que sostendrían cualquier tipo de Ideal, incluido el paterno. El Padre-fundamento, el Padre-garantía, cuyo origen revela una naturaleza profundamente teológico-religiosa, el Padre-Uno, se ha disuelto definitivamente, se ha evaporado. A partir de esta evaporación, Lacan en Francia, al igual