El conocimiento técnico y el fuego son las herramientas que dotaron de eficiencia a la actividad humana. Él representa la ética de la eficiencia, que está dispuesta a sacrificar el placer en el presente en función de los resultados futuros. Adora cualquier tecnología que sirva para conseguir sus fines. Prometeo es el más nerd de los dioses.
Prometeo es el arquetipo del pensamiento productivo, mientras que Epimeteo encarna el pensamiento creativo. Cada uno de ellos da diferente sentido a la expresión del “valor”. Por un lado, el “valor de uso” (Epimeteo) y por otro el “valor de cambio” (Prometeo)51, anclado en el paradigma de la racionalidad productiva, de la división del trabajo, de la especialización, de la eficiencia, de las metas, de la utilidad y de la cuantificación.
Una primera lectura de los valores prometeicos nos haría asimilar su ética a la protestante, propia del espíritu capitalista, tal como la describiera Max Weber52. Una ética del trabajo diferente a la de aquellos pueblos mediterráneos íntimamente ligados a los de la Magna Grecia. Por eso no es casual que su figura dorada adorne el Rockefeller Center, la meca del capitalismo53 en la década de 1920, ubicado en Nueva York. Tal vez deberían haber realizado otra estatua para Epimeteo, el dios del consumo, la otra pata del capitalismo.
Para la ética protestante el trabajo es un fin en sí mismo. El mero hecho de trabajar hace a la gente virtuosa y la acerca a Dios. Vimos que Prometeo no se muestra en absoluto adepto al trabajo: apenas su hermano le ofrece hacer la tarea de repartir las habilidades, acepta gustoso. Declina realizar el trabajo en persona justamente porque está orientado a metas: si el “tonto” de su hermano quiere trabajar, pues que lo haga, en la medida que se consigan los resultados esperados.
Otro detalle importante es que ningún monoteísta en su sano juicio se atrevería a desafiar al Creador, mientras que Prometeo no solo intenta engañar a Zeus sino que hasta les roba a los dioses del Olimpo con tal de cumplir sus metas.
A Prometeo le atrae la técnica porque es el camino de la eficiencia. La eficiencia es medible por medio de una ecuación sencilla: menos recursos usados para conseguir un fin, mayor eficiencia.
Luego de declarar a Prometeo como el primero de los conquistadores modernos, dice Albert Camus que toda revolución se realiza siempre contra los dioses54. La revolución es una reivindicación del hombre contra su destino. Mientras Dédalo reivindica a los dioses, enfocando su picardía contra los hombres, Prometeo emplea la suya para rescatar a los últimos. Pero, según hemos visto en esta interpretación del mito, Prometeo no se parece en nada a un revolucionario. Prometeo es un dios que “quiere pasarse de listo” con los dioses del Olimpo, vencedores en la guerra contra sus padres, solo para cumplir sus metas. Es un rebelde que se resiste a respetar el poder establecido, y Zeus no lo va a tolerar.
Como castigo a su impertinencia Zeus lo hizo encadenar a una roca y envió a un águila a comer su hígado. Como Prometeo era inmortal, el órgano volvía a crecer y de nuevo el águila lo devoraba. Su castigo debía durar por toda la eternidad, pero Heracles lo liberó con permiso de Zeus.
Al final del día Prometeo ganó. Su fin era que se cumpliera la tarea de repartir las habilidades a todas las especies de manera equitativa y, en ese sentido, la “picardía” de robar el fuego y la técnica lo condujo al éxito. En los mitos griegos, cuando los más débiles se enfrentan a los poderosos tienen carta blanca para emplear métodos “no convencionales”, y siempre se salen con la suya. Como dijo Bill Gates, cuídate de los nerds que algún día serán tus jefes...
La estatua de Prometeo en el Rockefeller Center de Nueva York es el homenaje al dios que le regaló el fuego a los hombres, ubicado en la meca del capitalismo. Google Street View.
Sísifo: el rey proletario
Tan astuto era Sísifo que algunos chismes sugieren que era el padre biológico de Odiseo. Cuentan las malas lenguas que en el día del casamiento de Laertes y Anticlea, Sísifo (que era un reconocido bromista) logró filtrarse en el lecho nupcial antes que el novio. El producto de esa picardía sería el astuto Odiseo, rey de Ítaca.
Aunque la imposibilidad de realizar un ADN a los involucrados nos prive de la oportunidad de comprobar la supuesta paternidad, la anécdota pinta de lleno a Sísifo. Se trata de un personaje capaz de engañar a cualquiera con tal de pasarla bien. Porque, a diferencia de Prometeo, que engañaba para cumplir sus metas “por el bien del hombre”, Sísifo lo hace todo para su propia diversión.
Sísifo fue fundador y rey de Corinto, una de las ciudades griegas más prestigiosas por su estratégica ubicación sobre el estrecho que liga a la península del Peloponeso con el continente55. Como rey y alcalde tenía ciertas responsabilidades, entre las cuales se incluía conseguir agua para la ciudad. En esa época, Zeus había raptado a Egina, una bella muchacha hija del río Asopo, un dios menor. El dios Asopo estaba furioso por la desaparición de su hija, pero ignoraba que era Zeus quien se la había llevado. Sísifo lo sabía y le propuso un trato a Asopo: “Si haces brotar una fuente de agua fresca en mi ciudad, te diré quién raptó a tu hija”, le dijo. Tras lo cual Sísifo, en un arranque soberbia inaudito, se atrevió a traicionar al padre de los dioses. La venganza de Zeus no se haría esperar.
Mientras Sísifo contemplaba el agua del río correr desde su palacio, vio que a lo lejos se acercaba Tánatos56, enviado por Zeus para conducirlo al inframundo. Sísifo se apresuró a tenderle una trampa y el dios quedó atrapado en ella. Con Tánatos prisionero, los mortales dejaron de morir. Las consecuencias de inmortalizar la raza humana eran tremendas, en especial para Hades57, el más rico de los dioses, que dejó de recibir los tributos de los difuntos. Otro de los dioses perjudicados era Ares, dios de la guerra, nicho de mercado que desapareció ya que nadie moría. Fue este último dios el que tomó cartas en el asunto: liberó a Tánatos y le entregó al pícaro Sísifo, quien fue obligado a descender a los infiernos.
Pero Sísifo todavía tenía más conejos en la galera. Antes de morir le pidió a su esposa que no le rindiera las honras mortuorias, cosa extraña para la época pero que la leal mujer respetó. Cuando Sísifo llegó al inframundo corrió a contarle a Hades la traición que le había realizado su esposa y le pidió que lo deje volver al mundo para castigarla, con la promesa de volver apenas lo hubiera hecho. Hades le concedió el deseo.
Ya de regreso en Corinto, a Sísifo ni se le ocurrió cumplir con su palabra y volver al Hades. Le dio las gracias a su mujer por su complicidad y se quedó con ella fabricando hijos por muchos años hasta que finalmente murió de viejo. Fue recién entonces cuando los dioses le impusieron el famoso castigo de empujar la roca hasta la cima de la montaña, desde donde caería por su propio peso, tras lo cual debería volver a subirla eternamente.
Si nos pusiéramos por un momento en los zapatos de los personajes estafados por Sísifo, es posible que aprobáramos el castigo que le impusieron los dioses. Después de todo, nuestro personaje se la pasó engañando y trampeando a todo aquel que se interpuso en su camino. Aun flexibilizando los argumentos, es difícil negar que su ética dejaba bastante que desear.
Sin embargo, parecería que la posteridad juzga a Sísifo con llamativa liviandad y hasta diríamos que con simpatía. El mensaje implícito en el mito está claro: engañar, traicionar, trampear, estafar, mentir, mientras sea “a los poderosos”, está bueno. Una vez más, para la religión griega “la picardía paga”. Aunque tenga que pasarse una eternidad subiendo una piedra, a Sísifo ¿quién le quita lo bailado?
Tal es la admiración que despierta Sísifo en algunos que hasta Albert Camus la deja reflejada en el famoso ensayo que lleva su nombre. Para Camus, Sísifo es la apoteosis del trabajo absurdo, es “un trabajador inútil en los infiernos”, que solo cometió “alguna ligereza con los dioses”58.
Camus admira el desprecio por los dioses que demuestra Sísifo, así como su odio a la muerte y su amor a la vida. Admira la imagen de su cuerpo tenso empujando la roca, su rostro crispado, la tensión en sus brazos, la “seguridad eternamente humana de sus dos