Clara Coria

El sexo oculto del dinero


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de que las mujeres aspiran a una actitud exhibicionista que atraiga el deseo de los hombres al mismo tiempo que viven con culpa todo posible placer conectado con la sexualidad.

      En nuestra cultura, la ambición económica así como la audacia y la intrepidez han sido características asociadas a la potencia sexual y atribuidas a la identidad sexual masculina. El consenso popular llama «masculina» a una mujer ambiciosa y «triunfador» a un hombre ambicioso.

      Por extensión, la ambición económica pasaría a ser una expresión de la sexualidad y una evidencia de su potencia. Potencia que adquiere distinta valoración social según sea expresada por un hombre o por una mujer. Un hombre sexualmente desbordante es visto como reafirmando su «virilidad», mientras que una mujer con la misma cualidad es considerada como enferma psíquica o prostituta. Como dicen los taxistas de mi país: «Los hombres necesitan de eso más que las mujeres, es su naturaleza… Si las mujeres lo hacen es por otra cosa».

      Es casi redundante recordar que el placer sexual aparece cargado de tabúes y castigos. Además, como ya hemos visto, con discriminaciones. En relación con las mujeres adquiere un tinte pecaminoso, su exhibición es vergonzante y su exageración es considerada índice de enfermedad mental o social (loca o prostituta). En relación a los hombres se convierte casi en una exigencia compulsiva. Su exhibición es indicio de una identidad sólidamente constituida y definida (es bien macho) y su exageración es la expresión de su potencia. En este contexto el éxito económico —producto de la ambición— adquiere distintos significados según de qué sexo se trate. Así, en el caso masculino, se piensa en un «hombre realizado» y, en el caso de la mujer, «que consiguió compensar un fracaso en su realización femenina». Por ello no resulta tan contradictorio que una mujer tienda a ocultar su placer por ganar dinero, su ambición económica y en algunos casos sus éxitos financieros y que presente comportamientos de inhibición, contradictorios o conflictivos en relación al dinero.

      Podríamos decir; sintetizando, que el gusto por el dinero es vivido inconscientemente (por las mujeres «excitables») como un goce sexual pecaminoso, indigno de una «mujer de bien». Y, consecuentemente, la ambición económica resultaría la ostentación exhibicionista de dicho goce.

      Debemos pensar muy seriamente que estas vivencias supuestamente pecaminosas, asociadas con la sexualidad y desplazadas a las prácticas con el dinero, son uno de los mayores obstáculos internos con que tropiezan las mujeres (así condicionadas) para acceder a prácticas más libres y autónomas en relación al mismo.

      Es posible también encontrar toda una serie de comportamientos y creencias derivadas de este «complejo ideacional». El pudor frente al dinero sería uno de estos comportamientos asociados y derivados de las fantasías de prostitución en relación al dinero: por pudor muchas mujeres «no hablan de dinero» o se sienten incómodas cuando deben hacerlo. Hablar de dinero «impúdicamente» (sin pudor) sería como evocar una sexualidad prohibida y hacer ostentación de ella. Tal vez la creencia encubierta es que un comportamiento pudoroso evita el contacto con lo prohibido y al mismo tiempo evita —ella misma— convertirse en fuente de tentación, al igual que una vestimenta pudorosa y austera que «pone a resguardo de las excitaciones» —propias y ajenas— evitaría la tentación y suprimiría el deseo sexual.

      Una extensión de esto puede llevarnos a pensar que el pudor frente al dinero evita el contacto con él, imponiendo asepsia frente al placer y a la ambición.

      De ninguna manera podemos pensar que las actitudes pudorosas frente al dinero son conscientes. Por el contrario, se trata de expresiones inconscientes que intentarían ocultar la tentación por el dinero. Podría considerárselo como un síntoma (que reprime un deseo y al mismo tiempo lo expresa).

      Las personas pudorosas frente al dinero no serían, por ello, las menos atraídas. En todo caso estarían expresando de manera inconsciente su lucha interna.

      De igual manera que sonrojarse es la expresión inconsciente de un pensamiento o sentimiento vivido como vergonzoso, el pudor frente al dinero sería también la expresión de una atracción vivida como vergonzosa.

      Vergüenza y culpa en nuestra cultura —en relación a las mujeres— han estado fundamentalmente ligadas a transgresiones sexuales.

      Transgredir el ámbito asignado a la mujer es motivo de culpa. Si a esto le agregamos el desempeño de una actividad a cambio de dinero, están presentes los elementos básicos para dar cabida al fantasma de la prostitución.

      Los deseos de movilidad y libertad en las mujeres son frecuentemente alcanzados por el fantasma de la prostitución. La libertad de acción que otorga el dinero es vivida (por la asociación inconsciente dinero = sexo) como una libertad sexual. Como tal, deseada y temida. Tanto más deseada por cuanto es reprimida en las mujeres y tanto más temida porque implica algo así como una «transgresión fundamental».

      La idea de que la mujer disponga de dinero parece reactivar los más profundos temores de la sociedad. Una idea aparentemente terrorífica es que la mujer utilice el dinero para hacer uso de su movilidad y libertad. Movilidad y libertad que vulgarmente se perciben como sexuadas. Una mujer con dinero podría hacer uso de esa libertad impunemente, de la misma manera que lo hace un hombre con dinero.

      La idea de que una mujer llegue a ser capaz de pagar para obtener sexualidad resulta terrorífica. Lo llamativo es que lo que pareciera realmente impactar no es la idea de pagar (o sea el mecanismo básico de la prostitución) sino que quien pague sea una mujer.

      Curiosamente, el mundo no se conmueve ante la realidad de la prostitución en sí, y de que esta prostitución es casi siempre pagada por hombres que usufructúan a mujeres tomadas como objetos. Si quien posee el dinero es el hombre que compra los servicios sexuales de una mujer, la prostitución resulta ser un hecho «incómodo pero necesario», que no altera ningún orden social ni perjudica el bienestar de la humanidad. Si, por el contrario, quien utiliza el dinero es una mujer que compra los servicios sexuales de un hombre, este fenómeno de prostitución altera los más profundos cimientos sociales y es vivido como una catástrofe que amenaza de forma irremediable a la humanidad.

      La contaminación e impureza que tan frecuentemente aparecen asociadas al dinero en boca de mujeres, también pasa a estar asociada con el fantasma de la prostitución. Desde una perspectiva psicoanalítica, podríamos agregar que esta impureza también deviene de que en el inconsciente el dinero es el equivalente simbólico de las heces. En esta oportunidad prefiero centrar el peso en la equivalencia dinero-sexo, pues ello me permite, además, incluir las connotaciones socio-culturales implícitas en el dinero. La perspectiva psicoanalítica explica el carácter anal de hombres y mujeres —con lo que estarían relacionadas las prácticas del dinero. Pero no explica por qué siendo posible tanto para hombres como para mujeres adquirir características anales, los varones acceden al dinero y a su ambición sin tanta carga de vergüenza y culpa como las mujeres.

      En la actualidad los cambios sociales permitieron el acceso al dinero para las mujeres, pero mantuvieron en vigor las connotaciones de