Jack Benton

Tren De Cercanías


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pero no podía acabar tan pronto con sus esperanzas. No hasta haber seguido todas las pistas posibles.

      —En este momento, solo estoy tratando de descartar posibilidades —dijo Slim—. Cuantas más elimine, más probable será descubrir una pista que desvele lo que pasó. —Hizo una pausa, mirando a Elena mientras esta comía, sin mirar al frente—. Siento tener que preguntar esto, pero, como digo, tengo que eliminar posibilidades. ¿Había alguna razón por la que su madre pudiera haber querido huir?

      Elena pareció sorprendida por un momento. Se estremeció como si le hubiera llegado de repente un aire helado, antes de recuperar la compostura. Cuando miró al frente, Slim pudo adivinar por su mirada que era algo en lo que nunca había pensado.

      —Hasta donde yo sé, no había ninguna razón por la que mi madre pudiera haber querido marcharse. No salíamos en el periódico, si se puede decir así. Mis padres no tuvieron un matrimonio perfecto, pero funcionaba bastante bien comparado con otros. Yo tenía doce años y sabía lo que pasaba. Hubo tensión cuando mi padre fue despedido, también cuando mi madre asumió más turnos. Pero fueron cosas aisladas y se arreglaron por sí solas. Mi padre consiguió otro empleo. La jornada laboral de mi madre volvió a ser normal. Cosas cotidianas. Era raro que discutieran. He pensado mucho en eso y solía preguntarme si mi madre tendría un amante con el que se había fugado. Pero nos llevábamos bien. ¿Por qué iba a abandonarme? ¿Por qué todos estos años de silencio? Mi padre… se enfadaba pocas veces. No era una bestia en la intimidad. Si hubiera querido dejarlo, él no habría hecho nada.

      Slim asintió. Hacía garabatos en un cuaderno, preguntándose si había algo útil que anotar.

      —¿Ha recibido algún correo extraño en estos años? —preguntó—. ¿Cartas sin firmar, postales de Navidad, algo así?

      Elena sacudió la cabeza.

      —Siempre he tenido sospechas de cualquier cosa que no podía identificar. Pero al final siempre averiguaba quién lo había enviado.

      —¿Hay algún… cómo puedo decirlo? ¿Alguna persona siniestra en su familia o entre los amigos de sus padres? ¿Tal vez un tío o algún vecino celoso? ¿Alguien que hubiera tenido algún interés morboso por su madre?

      Elena suspiró.

      —No puedo pensar en nadie. Créame, he pasado muchos años pensando en esto.

      —Puedo imaginarlo. En este momento, no tengo ninguna pista decente, pero hasta donde yo veo, hay tres opciones. Una: se perdió en el camino a casa y murió congelada. Dos: fue secuestrada poco después de hacer la llamada telefónica. Y tres: aprovechó la oportunidad del mal tiempo para huir y empezar una nueva vida en otro lugar.

      —¿Y cuál cree que es la más probable?

      —Bueno, en realidad, las tres pueden descartarse —dijo—. La uno, porque no se han encontrado sus restos ni su cuerpo. La dos, porque el mal tiempo habría hecho esto muy arriesgado, y la tres, porque si ese era su plan ¿para qué la llamó? ¿Y por qué esperar hasta a estar tan cerca de casa? ¿Por qué no quedarse en Manchester después de su turno y darse cierta ventaja?

      —¿Hay más opciones?

      Slim suspiró.

      —Ninguna que se me ocurra por ahora. ¿Puedo preguntarla, solo por curiosidad, qué piensa usted que pasó? ¿Qué es lo que ha considerado más probable durante todos estos años?

      Elena respiró hondo.

      —Todos estos años he pensado que alguien se la llevó —dijo—. Había nacido en Wentwood. Me decía que solía jugar junto a las vías del ferrocarril, subiendo y bajando Parnell’s Hill. No hay modo de que pueda haberse perdido, ni siquiera con nieve. Y si nos hubiera dejado por otro, no hay razón para haber permanecido en silencio todos estos años. —Sacudió con vehemencia la cabeza—. No. Es imposible.

      Slim asintió. Elena lo había dicho con tanta convicción que casi podía creerla. Pero, como todo lo demás, había alguna mentira que había que encontrar en algún sitio.

      Solo necesitaba levantar la piedra correcta para encontrarla.

      10

      La cabina telefónica fuera de la estación de Holdergate seguía existiendo, de color rojo y con su estilo pasado de moda en una esquina junto a una parada de taxis. Sin embargo, el teléfono del interior ya no funcionaba, con una inscripción pegada al estante indicando a los pasajeros que quisieran hacer una llamada que debían usar el nuevo teléfono de pago dentro de la estación.

      Slim abrió la puerta y entró, tratando de visualizar cómo se habría visto la calle hace cuarenta y dos años. Una glorieta fuera de la estación podía abarcar cuatro automóviles de un extremo a otro. De ahí salían cuatro carreteras, con la principal, de dos carriles, dirigiéndose a lo alto de la colina haciendo un pequeño ángulo y dos carreteras más pequeñas a derecha e izquierda. La izquierda era de un solo carril que seguía paralela a las vías un pequeño tramo, para luego girar hacia una calle residencial sin salida exactamente donde empezaba el camino de herradura, mientras que la derecha era asimismo una calle sin salida, que acababa en un portón metálico que daba a un patio de mercancías, como indicaba una señal junto a la entrada.

      Los edificios de ambos lados eran de la década de 1960 y aunque ahora albergaban un par de pequeños supermercados y una agencia de viajes, Slim había visto en fotografías antiguas que uno había sido un banco y otro una tienda de verduras. Los dos habrían estado cerrados cuando pasó el tren nocturno del 15 de enero de 1977.

      En lo alto de una pequeña colina directamente enfrente de la estación estaba el parque de Holdergate. Delante del parque, la carretera viraba bruscamente, continuando a lo largo del parque hasta el cruce donde estaba la iglesia. Una verja separaba el parque de la calle, con una hilera de árboles dando sombra a esta. Dos carteles, uno anunciando detergente y otro un nuevo modelo de automóvil japonés, destacaban en una parada de autobús un poco a la izquierda. Las mismas fotografías habían mostrado a Slim que la parada de autobús había estado antes en el lado derecho, delante del banco.

      Desde la cabina, Jennifer habría podido ser capaz de ver hasta el parque. Subir por la calle hasta donde sugería la fotografía de sus pisadas le habría permitido ver más el parque y también un poco más arriba la carretera hacia la iglesia; sin embargo, según los informes policiales, como había estado nevando con fuerza en el momento de su desaparición, por no mencionar la oscuridad, no era realista pensar que hubiera visto más allá de la verja del parque. Slim estimó que lo que podría haber visto para alarmarla tanto como para cambiar de dirección habría estado en un semicírculo de unos veinte metros.

      No era mucho, poco más que los dos edificios a ambos lados de la plaza o la verja del parque al norte.

      Slim frunció el ceño. ¿Había visto algo a través de una de las ventanas? ¿Algo que la preocupó tanto como para salir corriendo? ¿O tal vez había visto a alguien en problemas y había acudido a ayudarlo, para acabar cayendo por accidente antes de lograrlo?

      Entró en la estación y llamó a Kim, usando el nuevo teléfono de pago en lugar de confiar la llamada a su viejo Nokia.

      —Hola, Mr. Hardy. ¿En qué puedo ayudarlo? Debería tener esa lista del personal de la Enfermería Real de Manchester al final del día.

      —Gracias, Kim, estupendo. Tienes que hacer algo más. Si te doy un par de direcciones, ¿crees que podrías encontrar sus ocupantes desde 1977? Son propiedades comerciales, pero muchas veces se alquilan pisos en las plantas superiores y, bueno, podría ser que alguien hubiera bajado por la noche…

      Calló, consciente de lo torpe y ridícula que sonaba su solicitud. Sin embargo, Kim ni siquiera hizo una pausa para mostrar su frustración.

      —Léame la dirección para que la anote y veré qué puedo encontrar —dijo—. ¿Tiene allí