Jorge Luis Marzo

Las videntes


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y enseguida nos encontró con la mirada. Hizo un gesto a sus hijos de que se quedaran donde estaban y se dirigió a nosotros. Estábamos paralizados. Yo, que he sido siempre más cobarde que mi hermano pequeño, di un paso atrás, con ademán de huir. «¿Qué queréis, mocosos?», nos preguntó con un tono burlón, sin enojo. «Nada», dije yo. Entonces, mi brother le preguntó con un hilillo de voz: «¿Es usted abogada o algo así?». Ella frunció el ceño, miró a los lados como buscando algo, incluso más allá, como al final de la calle, como al horizonte, y dijo: «¿Os conozco?, ¿cómo sabéis eso?». Salimos corriendo, a toda pastilla. Mi hermano, desde entonces, siempre que tiene oportunidad, dice que lo más importante es explorar la relación oculta de las cosas. Antes de doblar la primera esquina, mi hermano se paró de nuevo y les gritó: «¿Vais a la piscina?». Y la cría, metiendo la mano en la mochila, sacó unas gafas de nadar que nos enseñó moviéndolas como una bandera.

      LA BOLA DE CRISTAL

      Dicen que la luz que emiten las bolas de cristal sobre las que se inclinan las médiums para conocer lo que va a suceder tiene un color especial, tirando al azul. Aquel artilugio esférico, frío, transparente, frágil e inmóvil, capaz de transmitir imágenes de otros tiempos y espacios, lo tienen arrinconado en el desván. Desde que las máquinas hacen lo mismo, los operarios ya no visten turbantes y la experiencia se ha hecho más cómoda que en los tiempos en los que había que correr las cortinas del salón y reunirse alrededor de una mesa con las manos cogidas. ¿O no?

      Ver el futuro tiene que ver con intentar el gobierno de la propia vida. Gobernar, kybernan, significa pilotar un barco, de cuya misma raíz surge cibernética. El observar el mundo desde la proa de nuestros ojos nos ha ayudado desde los orígenes a comprender, a aprender, a distinguir muchos de los elementos previsibles o no que nos rodean. Saber lo que más o menos te espera mañana genera un estado de cómoda seguridad; es la que busca el campesino al otear el cielo, el transportista al escuchar los partes de tráfico o el usuario que espera sus likes. La predicción es alimento para el hambre general de conocimiento y de cualquier industria humana, y gasolina de imaginarios y deseos. Hoy, esa predicción viene escrita en números matemáticos, y todo ya es gobernar un timón invisible en un mar azulado. Es invisible porque así camufla el hecho de que no está en nuestras manos. ¿O sí?

      La intención aquí es trazar el curso que ha llevado a las máquinas a hacer suyo el lenguaje de los oráculos a la hora de interpretar y juzgarlo todo, especialmente a los humanos. Los ordenadores están aprendiendo muy rápido a hacer una cosa que hasta ahora les era muy difícil: ver imágenes, ver el mundo mediante imágenes, escribirlas, convertir en imágenes todo lo que escriben, llevándonos con ello a interpretar el mundo casi exclusivamente a través de ellas. Se han convertido en máquinas videntes.

      Tiresias fue uno de los más célebres videntes de la Grecia clásica. Vio lo que no debía, a Atenea desnuda en el baño, y fue castigado con la ceguera. Luego, la diosa, arrepentida por imponer una pena tan severa, le concedió el don de la adivinación. El acceso a los secretos tuvo el efecto de dejar a Tiresias ciego ante el presente pero vidente del porvenir. La videncia te separa de la realidad para introducirte en el valor. Porque adivinar es hacerse divino, aceleradamente, por eso la economía es el gran barómetro de su estatus, ya que representa el dominio frenético de la planificación, de la toma de decisiones, y el modelo que regula el valor: nada sirve si no es productivo. Las predicciones son muy baratas porque ya hay muchos datos, razón por la cual se hacen ubicuas y expansivas. Y son muy rápidas de hacer. Una predicción más barata significa más predicciones. Una predicción muy rápida significa más plusvalía, porque el valor de los datos requiere que estén al día para que los pronósticos no sean ya viejos cuando los obtenemos. Ya conocemos cómo funciona el mercado: cuando el coste de algo cae, la producción se acelera y se gana más dinero. Es una promesa de plusvalía permanente. Los algoritmos no saben dónde parar: su productividad se basa en vincularlo todo, sin dejar nada fuera, no permiten que quede ninguna pieza del puzle sin montar: el estudio de dos neuronas solas no les dice nada, pero el análisis de todas las neuronas les cuenta todo, los hace omniscientes.

      Cibernética y bolas de cristal. Muy esotérico. Por eso deberíamos saber de qué hablamos. Para empezar, solo hay que ir a cualquier página académica, empresarial, artística o activista y buscar «deep learning», «machine learning», «redes neuronales», «computer vision», «pattern recognition», «clustering», «regresión», «estimación bayesiana», «redes de capsula», etc., en definitiva, se acabará uno topando con la inteligencia artificial, o IA, si ahorramos algo de papel. Pero ¿qué es la IA? Comencemos por su escritura.

      def generate_tokens(

      self,

      tokens_prefix: List[str],

      tokens_to_generate: int,

      top_k: int,

      temperature: 0.8

      ) -> List[str]:

      tokens = list(tokens_prefix)

      for i in range(tokens_to_generate):

      ntk_values, ntk_indices = self.get_next_top_k(tokens[- self. model.hparams.n_ctx:], top_k)

      if temperature > 0:

      ntk_values_temp = torch.div(ntk_values, temperature)

      ntk_values_exp = torch.exp(ntk_values_temp)

      ntk_values_exp_sum = torch.sum(ntk_values_exp)

      ntk_values_mult = torch.div(ntk_values_exp, ntk_values_ exp_sum)

      ntk_selected = torch.multinomial(ntk_values_mult, 1)

      next_token_n = ntk_indices[ntk_selected]

      next_token = self.id_to_token(next_token_n)

      else:

      next_token_n = ntk_indices[0]

      next_token = self.id_to_token(next_token_n)

      tokens.append(next_token)

      if next_token == END_OF_TEXT:

      break

      Es un fragmento de código para la autogeneración de textos y poemas, por cierto, muy bellos: «La nit és plena de miracle / que és la fi dels déus de la memòria. / Som sols per la por i la mort, contra el somni i la paraula justa». Sin conocimientos de programación, solo somos capaces de comprender términos sueltos del código; se nos escapa el orden sintáctico, semántico, su lógica interna (cuando, si se mira bien, mucho tiene que ver con proposiciones condicionales, el colmo de la lógica: «si esto, entonces aquello»). Es como si el lenguaje sabido de letras y números se lo hubiera tragado una máquina o un animal de pensamiento extremadamente seco, y lo devolviera regurgitado en una secuencia misteriosa. Son signos que despiertan temor, no por ser lenguas ignotas e inaccesibles, sino porque son el reflejo de nuestras vidas procesadas matemáticamente y sin la menor indulgencia, aunque se presenten vestidas de poesía. Al abanderar la búsqueda de la verdad, las matemáticas se maquillan de libertad y prometen seguridad en un mundo volátil y precario. Todo ello produce fenómenos fascinantes en numerosas esferas de nuestra vida, como ver a grandes masas llevar en la mano un nuevo librito rojo, ahora en forma de catecismo ideológico sobre las ventajas de la IA en la vida social. Este es un fenómeno que entiendo que hay que estudiar en términos de biopolítica y de biodicción, o, lo que es lo mismo, bajo la premisa de que nos lleve a cavilar cómo la predicción gestiona nuestros cuerpos y deseos, qué efectos tiene a la hora de describirlos y, sobre todo, a la hora de ponerlos en relación con el todo. O sea, qué competencias nos quiere asignar a los humanos la vieja ideología de la predicción en el nuevo orden de cosas que instaura la inteligencia artificial.

      La IA es un concepto muy amplio que se refiere al uso de la computación para imitar las funciones cognitivas del ser humano en campos muy variados. En lo que aquí nos interesa, es la capacidad de un sistema