Eugenio Carrero Puertas

Cómo me convertí en millonario


Скачать книгу

grandes fortunas en los momentos más complejos de sus respectivos países.

      Con relación a la situación global acaecida por la reciente pandemia que estamos padeciendo, hay muchas personas con dudas, inquietudes, y existe un malestar generalizado, sobre todo porque nos cambian las cartas de nuestra baraja y nos hacen empezar una partida diferente. Una partida que no queríamos jugar, pero en la cual irremediablemente nos toca tomar cartas en el asunto.

      Cuando no estamos habituados a realizar cambios o estos han de ser autoimpuestos debido a una causa mayor, se mueve literalmente nuestro tablero, y toca adaptarse o morir. Si te fijas, a lo largo de la historia forma parte de la evolución humana.

      Hay que decir que, incluso en los momentos en los que nos tocan ciertas cartas negativas en la vida, tenemos que seguir avanzando, con ánimo, con espíritu de crecimiento y con más energía si cabe.

      Recuerda, si nos preparamos sistemáticamente para cosas buenas y positivas, es mucho más fácil que estas nos ocurran.

      Pero antes de entrar más a fondo en nuestra historia de prosperidad y abundancia, creo que es necesario que conozcas cuáles son mis orígenes en su conjunto.

      Capítulo 1

      Orígenes

      Pertenezco a la denominada generación X, que somos aquellos nacidos entre el 69 y el 80. Según dicen, tenemos vidas activas, equilibradas y felices, en las que dedicamos gran parte de nuestro tiempo libre a la cultura, el ocio al aire libre o la lectura.

      He de confesar que antes era un mal lector, me costaba, pero me he dado cuenta de que, si te apasiona un tema, cada vez quieres leer más sobre el mismo. Lo que más me gusta son los libros de autorrealización y superación personal que aportan a su vez contenido técnico y de crecimiento. Personalmente me gustan más los libros en soporte papel, pero también los acompaño de audiolibros y vídeos formativos de los mejores expertos con múltiples áreas de aplicación.

      La lectura es esencial en nuestras vidas. Despierta nuestra curiosidad, aumenta nuestro conocimiento, nos mantiene informados, alimenta nuestra imaginación e inspiración y hace que surjan nuevas y poderosas ideas para crear un mundo mejor.

      Me defino en lo referente a mis inicios como un españolito de clase media‑baja perteneciente a una familia tradicional. En mi caso una familia numerosa. Concretamente somos seis hermanos, tres chicos y tres chicas ―el equipo de fútbol, nos decían―.

      Mi padre, albañil, trabajador incansable, cuyo objetivo principal era el de traer dinero a la casa, un dinero que nunca era suficiente.

      Recuerdo su evolución de ir a trabajar en bici a ir en su primera moto ―una Montesa que mantenía impecable―. Después nuestro primer vehículo: un Renault 7 amarillo chillón en el cual viajábamos literalmente un sinfín de horas con maletas, pájaros y similares durante los periodos vacacionales. Así era la España de aquella época. Este fue mi primer referente de superación. Ante una situación límite, tienes que seguir y sacar a la familia adelante, cueste lo que cueste.

      Respecto a mi madre, he de decir que, de la misma forma que mi padre hacía todo lo humanamente posible por traer dinero a casa, mi madre era la mejor gestora, banquera, financiera y administradora que jamás os hayáis imaginado. Hacía lo imposible por sacar el máximo partido, por aquel entonces, a cada peseta gastada o invertida en comida o lo que fuere que nos hiciera falta. La peseta, para las nuevas generaciones que no la han llegado a conocer, era la moneda que utilizábamos antes del euro.

      Mi madre, como cualquier ama de casa de la época, se conocía de memoria los precios de una gran variedad de productos y a su vez de cada una de las tiendas del barrio. Y no le hacía falta calculadora, de cabeza te echaba la cuenta rápidamente sin el más mínimo error. Era insuperable.

      Recuerdo mi infancia ciertamente feliz a pesar de la escasez de medios económicos o materiales. La ropa nos la íbamos pasando de los hermanos mayores a los más pequeños, al igual que los libros, juguetes y en general todo a lo que se le podía dar una segunda o tercera vida. Todo se aprovechaba una y otra vez hasta que literalmente se deshacía. Los hermanos pequeños siempre se quejaban de que lo que les llegaba a ellos ya estaba muy desgastado. En mi caso ―yo era de los mayores―, tuve algo más de suerte en este sentido.

      Quizá debido a esa carencia, soñaba por entonces con sacar a la familia de aquella situación, volverme rico y regalarles parte de mi fortuna para mejorar sus vidas y para que se sintieran plenamente orgullosos de su hijo el soñador.

      No me entendáis mal, siempre he estado agradecido de pertenecer a una gran familia con espíritu de compartir, porque, hoy en día, a los niños les damos prácticamente todo sin la menor importancia. Esto tiene su vertiente buena, pero también una mala. La buena es que tanto ellos como los padres se encuentran satisfechos, la mala es que en el futuro pueden frustrarse por no conseguir todo de forma rápida y sin esfuerzo, cuando alcanzan la edad adulta y se tienen que enfrentar a la tormenta perfecta sin el paraguas de sus progenitores. Les hicimos creer que todo estaba al alcance de su mano, y el concepto en sí es correcto, pero hay que incluir también que cada éxito tiene su valor y que como tal hay que ganarlo, hay que soñar y trabajar para poderlo conseguir.

      Enfocado a mi formación, decidí estudiar el módulo de Imagen y Sonido, y llegué a trabajar para Telefónica I+D, pero este definitivamente no iba a ser mi camino. Por mis venas corría sangre comercial, en este caso heredada de mi abuelo. Como decía mi padre, ¡era un gran tratante! Siempre estaba comerciando, sobre todo con comida y animales. Tenía mucha labia. En esa época se pesaba con la romana, que, para los que no lo sepáis, se trata de una balanza a modo de barra graduada por la que se desliza una pesa. Vamos que muy preciso no era.

      En cuanto fuimos algo más mayores, mis hermanas enseguida se colocaron en sus respectivos trabajos y los chicos íbamos pegando botes sin más, de un empleo a otro. Disponíamos de la ventaja del conocimiento, pero también del inconveniente de la incertidumbre por no contar con algo estable. Quizá teníamos más desarrollado ese espíritu emprendedor de nuestro progenitor, quién sabe. En mi caso particular, en lo referido a la enseñanza o el asesoramiento, siempre lo he realizado de forma unitaria o unipersonal. Es decir, nunca me había planteado una formación o asesoramiento global o masivo. Los grandes expertos en formación señalan que tu mensaje tiene que llegar al mayor número posible de personas para conseguir un gran impacto y lograr que traspase fronteras y pensamientos. Si no te das a conocer, si no impactas, todo se queda en una gota de agua en un mar de incertidumbres.

      Continuando con mi historia millonaria, comencé a seguir a diversos mentores y expertos en la materia como Robert T. Kiyosaki, Jürgen Klarić, T. Harv Eker, Raimon Samsó y similares. Al principio saltaba de uno a otro experto como buscando mi gurú, mi guía espiritual, el camino dorado que me llevase a mi nuevo destino. Como dicen los prósperos y emprendedores, si quieres convertirte en alguien grande o sobresalir en algo, tienes que fijarte en un gran líder que ya lo haya logrado y reproducir su sistema.

      Mi introducción en el mundo de los millonarios y la prosperidad es relativamente reciente. Es decir, tan solo nos separa algo más de un año. Puedes pensar como lector que es muy poco tiempo, pero para mí ha sido todo un descubrimiento formativo, de conocimiento e implementación llevado al punto de la obsesión, como si fuera un mantra. Mi motivo responde a que en mi anterior empresa de consultoría cada vez había menos negocio y facturación, por lo que necesitaba un nuevo camino, así como las respuestas adecuadas para seguir avanzando y emprendiendo.

      Llegó el momento de fuego, el tema que nos ocupa y preocupa, el de los millonarios.

      Capítulo 2

      ¿Por qué ser millonarios?

      En lugar de hacernos la pregunta de por qué queremos ser millonarios, deberíamos cuestionarnos lo siguiente: ¿qué precio estamos dispuestos a pagar? Si el sacrificio es mínimo, la recompensa es aún menor.

      Todos disponemos de veinticuatro horas al día, y tan solo las personas de éxito ―a veces incluso con una muy mala situación o con los bolsillos vacíos― logran lo imposible