manifestantes corearon consignas cada vez más nacionalistas, y la policía utilizó la fuerza para dispersarlos, hiriendo a 32 personas. Una reacción desmesurada que, lejos de calmar los ánimos, los encrespó.
El 1 de abril, las manifestaciones se extendieron por todo Kosovo, y 17 policías resultaron heridos en enfrentamientos con los estudiantes. El dirigente comunista albanokosovar, Mahmut Bakalli, solicitó la intervención del ejército federal, que hizo acto de presencia sacando los tanques a la calle. En pocos días, las protestas por las condiciones de los estudiantes se convirtieron en un claro descontento nacionalista, siendo la demanda principal que Kosovo se convirtiera en una república dentro de Yugoslavia, en contraposición a su estado vigente en ese momento como una provincia de Serbia.
Las autoridades culparon a los radicales nacionalistas de las protestas. El diario serbio Politika afirmó que el objetivo de las protestas era, en última instancia, la independencia de Kosovo y su posterior unión a Albania, lo que resultaba inaceptable tanto para la minoría serbia del lugar como para los serbios de la propia Serbia, que veían en Kosovo uno de sus centros históricos, religiosos y culturales más estimados. Tampoco la república macedonia, con una destacable minoría albanesa, se mostraba muy conforme con las protestas.
El 2 de abril, el presidente de Yugoslavia, el serbobosnio Cvijetin Mijatović, declaró el estado de emergencia en Kosovo, situación que se alargó durante una semana. 30.000 soldados se desplegaron por toda la provincia, acabando así con las protestas. La prensa yugoslava informó sobre 11 muertos y 4.200 encarcelados. El propio Bakalli, ahora en desacuerdo con la brutal actuación militar, acabó renunciando de sus cargos. Otras fuentes afirman que fue obligado a dimitir por las autoridades serbias. Posteriormente, en la universidad se prohibió el uso de libros de texto importados de Albania, usándose solo los escritos en serbocroata. En esencia, la revuelta fue considerada oficialmente como un acto contrarrevolucionario, fomentado en parte por agentes extranjeros (léase, procedentes de Albania).
Las manifestaciones también motivaron una tendencia cada vez más extendida entre los políticos serbios a exigir la centralización, la unidad de las tierras serbias, la disminución en el pluralismo cultural para los albaneses y el aumento de la protección y promoción de la cultura serbias, exigiendo el fin de la autonomía de la provincia. La universidad albanokosovar sería denunciada como un foco de nacionalismo albanés. También se dijo entonces que los serbios de la provincia estaban siendo obligados a abandonarla, principalmente por el crecimiento de la población albanesa, más que por la mala situación de su economía. La crisis que llevaría a la disolución de Yugoslavia estaba, pues, ya servida.
Mientras, durante la década de los 80 la Constitución de 1974 estaba dando sus frutos más negativos, con cada república encerrándose política y económicamente en sí misma. En cada una de ellas se aplicaban recetas propias (la legislación permitía el control del 70% de los fondos de inversión) sin apenas coordinarse con las demás y con criterios más bien exclusivistas. Lo que suponía, por ejemplo, la aplicación de barreras a la importación o exportación con respecto a las otras repúblicas por razones proteccionistas. En consecuencia, la economía de todo el país se resintió notablemente. En 1983, se divulgaron los primeros datos de esa caída, en los que se indicaba que el nivel de vida había descendido un 40% respecto a 1979, el paro alcanzaba el 15% y la inflación el 62%, con una deuda exterior tan acentuada que se hubo de recurrir al control financiero del Fondo Monetario Internacional.
Con el tiempo, los bancos regionales comenzaron a favorecer a los acreedores locales, a la vez que imponían severos vetos al movimiento de inversiones entre repúblicas. En 1981, este no pasaba ya del 4%, lo que implicaba una suerte de autarquía en cada territorio.
Al poco tiempo, esa economía «nacionalista» daría paso a una ideología cada vez más nacionalista, habida cuenta de la crisis que el comunismo integrador estaba viviendo en diversos países de la Europa del este, incluida la propia Yugoslavia. Estamos hablando la de la era de Gorbachov y de su perestroika o de las protestas en Polonia (promovidas por el sindicato de raíz católica Solidarność). A finales de septiembre de 1986, el diario serbio Večernje novosti (Noticias de la tarde) publicó en varias ediciones algunas páginas de un documento hasta el momento mantenido en secreto, el conocido como Memorándum elaborado por la Academia Serbia de las Ciencias y las Artes (abreviado, según las siglas en serbocroata, como SANU). Un documento en el que una institución tan respetada estaba trabajando desde el año anterior, todavía inacabado pero convenientemente filtrado a la prensa para que su divulgación provocara el escándalo que produjo. Al parecer, su elaboración había sido obra de una comisión integrada por dieciséis intelectuales serbios bastante teñidos de nacionalismo.
El memorándum mencionaba la creciente autarquía de las repúblicas, pero hacía referencia sobre todo a la discriminación que había vivido el pueblo serbio durante la Yugoslavia de Tito. Sin embargo, y siempre de acuerdo con el documento, los partidos comunistas croata y esloveno, y en conjunto sus respectivas repúblicas, habían sido beneficiados por la política del fallecido dictador. Todo ello con la perversa intención de mantener subordinados a los serbios, convertidos en verdaderas víctimas de dicha política. Una afrenta especialmente gravosa por cuanto, como insistía el memorándum, el número de serbios que vivía fuera de la república madre era muy elevado, según el censo de 1981, casi 2 millones de personas que representaban el 24% de todos los serbios. Serbios que, en repúblicas como Croacia, donde representaban el 11,5% de la población, estaban viviendo un sutil proceso de asimilación. O serbios que, como ocurría en Kosovo, vivían claramente un proceso de genocidio físico, político, legal y cultural, tal como rezan sus palabras: «El genocidio físico, político y cultural contra el pueblo serbio en Kosovo constituye la mayor derrota de Serbia en las guerras que ha mantenido por su iberación (...). La responsabilidad de esta derrota es del Partido Comunista Yugoslavo, y de la fidelidad de los políticos serbios a esta política, a las ilusiones políticas e ideológicas, al oportunismo de los políticos serbios, siempre a la defensiva y siempre pensando qué es lo que piensan otros de ellos, condicionando así el futuro del pueblo al que gobiernan». Y como solución, la Academia proponía un cambio en la Constitución de 1974 que reformulara Yugoslavia y las autonomías de las repúblicas desde un punto de vista serbio.
Los dirigentes de la Liga de los Comunistas Serbios, con el presidente de la república de Serbia a la cabeza, Ivan Stambolić, pusieron el grito en el cielo al conocer el memorándum y criticaron su contenido por excesivamente nacionalista. Sin embargo, en Eslovenia y Croacia tomaron buena nota del texto. Además, el ejército yugoslavo, en el curso de los años 1987-88, llevó a cabo una política secreta de entrega de armas a la población serbia de Bosnia y Croacia. Actividades que serían reconocidas posteriormente por altos mandos de dicho ejército, según publicó 28 de junio de 1997 el semanario Vreme (Tiempo), una de las pocas revistas serbias que no cayó en las garras del nacionalista serbio Milošević. Un personaje del que tendremos ocasión de hablar a menudo en este relato.
Para muchos serbios, incluidos los redactores del memorándum, el mayor problema estaba en Kosovo, república autónoma que, según el censo de 1981, tenía una población de 1.227.000 albaneses frente a solo 209.000 serbios. Además, el índice de natalidad era más alto en los primeros (más del 30‰ frente al 11‰ de los serbios). Musulmanes frente a ortodoxos, albaneses frente a eslavos, mezquitas frente a los monasterios medievales del antiguo reino serbio, una historia de opresores (primero los albaneses musulmanes; luego, al crearse el reino de 1918, los serbios, y de nuevo los albaneses con la república socialista) y oprimidos. Y una provincia pobre, con una elevada tasa de paro y cada vez más olvidada por el resto de las repúblicas y por la propia Serbia, que apenas invertían y cotizaban en el denominado Fondo Federal para el Desarrollo Acelerado de las Repúblicas y Provincias autónomas subdesarrolladas, el viejo mecanismo yugoslavo de solidaridad interregional creado en 1965.
Para Eslovenia y Croacia, la nefasta gestión aplicada por Serbia en su provincia autónoma de Kosovo constituía un síntoma de lo que les podía ocurrir a ambas. Solo faltaba que, para colmo, el emergente nacionalismo serbio pusiera en tela de juicio la propia autonomía de la provincia argumentando la opresión que la minoría serbia sufría en ella. La prensa, con datos inventados o exagerados, divulgaba noticias sobre miles de serbios y montenegrinos malvendiendo