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¡La calle para siempre!


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de ello”.

      Restrepo (2016) considera que problemáticas sociales como la marginalidad, la exclusión social y la disfunción familiar, modifican las dinámicas políticas, económicas y culturales de las ciudades y de la vida urbana y, por tanto, los habitantes de la calle son un resultado de estas dinámicas sociales, ya sea porque el sujeto lo tome como una elección de vida que se quiere asumir, o porque la sociedad lo empuja a estar bajo dicha condición. En tal sentido, la exclusión social es un factor potenciador de la problemática de habitar en la calle, en la medida en que son “los excluidos aquellos sujetos que han perdido su filiación con la población y no pueden integrarse y, por tanto, se sitúan fuera de las pautas de producción y consumo comúnmente admitidas por la sociedad” (Enríquez, 2007 p. 76, citado por Restrepo, 2016, p. 97). Desde este punto de vista, es el rechazo al estilo de vida, normas y valores de los habitantes de la calle, la que lleva a que se les denomine como ‘ñeros’, ‘indigentes’, ‘desechables’ y ‘gamines’ y, por ende, a la exclusión misma. Restrepo recalca la importancia de las representaciones sociales, ya que, al ser una construcción del conocimiento social, permiten entender las interacciones, vivencias y experiencias en las que se generan los diferentes contextos sociales. “En resumen el medio cultural en que viven las personas, el lugar que ocupan en la estructura social y las experiencias concretas con las que se enfrentan a diario influyen en su forma de ser, su identidad social y la forma en que perciben la realidad social” (Araya, 2002, p. 14, citado por Restrepo, 2016, p. 98).

      Las elecciones bajo incertidumbre han sido una preocupación central de los economistas conductuales que, como en el caso de Kahneman y Tversky (1973), convergen en la idea de que, en condiciones de incertidumbre, las recompensas seguras moldean las decisiones como, por ejemplo, si en determinada situación ganar mucho es poco probable, las personas se inclinarán por perder poco. Desde una perspectiva psicológica, la incertidumbre es resultado de una cantidad limitada de representaciones que el individuo procesa, resultando de ello un juicio a partir del que realiza sus elecciones. Las representaciones sociales, en particular, permiten la comprensión de ese contexto debido a que estas son: “organizadoras de la experiencia, reguladoras de la conducta y dadoras de valor” (Navarro y Gaviria, 2010, p. 347), posibilitando la adaptación de los individuos a su propia realidad según su contexto y al grupo social al cual pertenecen. Navarro y Gaviria (2009), motivados por la trascendencia del fenómeno de habitabilidad de la calle como un flagelo que va acompañado de exclusión social, marginalidad y estigmatización, lo investigaron como objeto de representación y, para ello, abordaron a una centena de personas a las cuales se les solicitó declarar aquellas palabras que asociaban a partir de las palabras introductorias Habitante de Calle, permitiendo acceder al espectro semántico asociado al elemento de estudio. El análisis prototípico y categorial de representación social por medio de la interpretación de resultados lexicográficos obtenidos de la muestra, determinó que todas de las percepciones obtenidas tenían connotación negativa asociadas a la condición social, a la inseguridad, a la salud mental, a la apariencia física e incluso a la supuesta relación con las drogas; sin embargo, paradójicamente también se asoció con la marginalidad socioeconómica, lo que pone en evidencia la eventual compasión que desprende el conocimiento de las dificultades por las que pasan los habitantes de la calle al estar en tal condición.

      Esta variedad de aproximaciones al fenómeno de la habitanza de la calle, surgida de los diversos ángulos desde los que los investigadores se posicionan a fin de revelar alguna dimensión desconocida que lo explique, dista mucho de ser exhaustiva en cuanto a sus determinantes. En la exploración realizada se detectan al menos tres vacíos de trascendencia social, así como de utilidad para el diseño de políticas de prevención y atención humanitarias, para los que se propone a continuación un análisis que, con seguridad, exige una mayor profundización en los desarrollos venideros.

      Los problemas cognitivos y de conducta que afrontan los seres humanos en algún momento de su vida requieren, como cualquier enfermedad, del apoyo médico para superarlos. Las ayudas terapéuticas para los participantes del conflicto familiar pretenden subsanar los problemas afectivos que padecen, así como a prevenir los abusos que los más frágiles pueden afrontar. La prevalencia de las conductas disruptivas de la convivencia intrafamiliar son un determinante crucial de la habitanza de la calle cuando, precisamente el miembro fragilizado, decide por tal alternativa en vista del abuso a que es sometido por el más fuerte.

      En las conductas asociales extremas de los habitantes de la calle, con su elevado potencial de intimidación al transeúnte, son distinguibles retrasos cognitivos asociados a distorsiones de razonamiento, ausencia de sentimientos de reciprocidad y confianza, así como una inexpresividad emocional que, en ambientes intolerantes, produce la agresividad. Estos rasgos se originan comúnmente en la interacción cotidiana entre miembros de familias disfuncionales, en las que el infante o el joven en transición a la adolescencia manifiesta su hastío con el abuso del castigo al que es sometido por haber sido un hijo indeseado, para doblegar su incipiente voluntad y lograr su obediencia, o para imponerle las reglas de una moral que juzga incompatible con su visión del mundo. En ausencia de estímulos positivos con los que pueda advertir su inserción simbólica y real en la sociedad, así como de propuestas solidarias de otros familiares o de amigos cercanos, la calle con sus atractivos ocultos aflora como la única alternativa a una vida sin esas tensiones insostenibles.

      Maier (2017), madre poseedora de títulos en economía y psicoanálisis, afincada en las corrientes lacanianas del psicoanálisis, analiza las razones por las que “odia a los niños”, comenzando por encuadrarlos como una carga para la vida, especialmente para las madres que, como ella, resignaron parte de su libertad desde la procreación y su dedicación ulterior al cuidado, educación y manutención de sus dos hijos. Desde su punto de vista, los hijos son la principal razón que ata a los padres a un sistema decadente, persuadiéndolos a aceptar condiciones laborales inhóspitas para poder acceder a los ingresos necesarios para sostener las conductas codiciosas de sus vástagos, estrategia que los conduce inevitablemente a ejercer una “paternidad consumista”. Es por esto que afirma que la mayor felicidad de la maternidad ocurre cuando los hijos abandonan el hogar. Es el día para celebrar.

      Cuando el hijo es una carga para los padres y de él no se esperan momentos de gozo, de interacción fraterna, y no se prevé algún resarcimiento simbólico o real a los sacrificios de los progenitores, el hogar se torna un sistema socio-ecológico estresante, en el que el maltrato y la violencia intrafamiliar aflora como mecanismo de solución de las diferencias, siendo los detonantes más comunes la constatación fáctica del mal desempeño escolar del menor, las sospechas del consumo de alucinógenos y de incursión en conductas delictivas, o la simultaneidad de estos.

      Las razones para el mal desempeño escolar acostumbran a buscarse en el estudiante y no en el sistema educativo y en las formas de hacer escuela de sus miembros. La aspiración de cualquier estudiante a desarrollar algún talento, en un marco académico que promueva la autonomía y la libertad, no es meramente una búsqueda social del pasado, como sí el encuentro original de la persona con un modo de vida que lo caracterice. La escuela que se opone a tal encuentro es, antes que nada, un proyecto civilizatorio que impulsa algún énfasis basado en la entronización de los dictámenes del mercado laboral y de las demandas de la economía, por ejemplo, y para ello impone currículos que pretenden la homogenización de los estudiantes que concluyen cada ciclo educativo. En tal contexto, la rudeza de la memorización se ha impuesto sobre la excitación del ejercicio de la curiosidad, la reflexión y el pensamiento. El mal desempeño escolar suele originarse en la sensación de ser la parte dominada de un sistema represivo que no promueve su talento y que lo distancia de los demás miembros de su cohorte que, por alguna razón, se han sometido a las reglas de tal modelo y, de manera coetánea, lo aproxima a otros grupos de contacto en rebeldía,