tal como se muestra en la figura 2.5:
Figura 2.5: Determinantes culturales de la orientación de la acción
Ahora bien, lo anterior se complementa con la idea de subsistemas, en el sentido de la necesidad de ciertas funciones para el orden y progreso de las sociedades. Habermas entiende este tema en el sentido de los componentes racionales sujetos a los modos de interacciones y a la tipología de la acción social antes definida. En torno a esta idea, la figura 2.6 muestra cómo las relaciones entre los componentes de las orientaciones de una acción están asociadas a funciones que son captadas por los subsistemas:
Figura 2.6: Funciones y orientaciones de acción
En esta crítica a Parsons, Habermas encuentra el camino para definir su propia concepción de sistema social sujeta a los mecanismos de acciones tipo (presentados en la figura 1.9). Tal como se muestra en la figura 2.7, el sistema social se encuentra definido por un conjunto de acciones y prácticas sociales diferenciadas según racionalidades propias y asociadas de acuerdo con los componentes de las orientaciones que poseen, las cuales están asociadas a funciones específicas que son captadas por los subsistemas:
Figura 2.7: Sistema social
Ahora bien, ¿cómo es que Habermas relaciona esto con la idea de mundo de la vida? La respuesta se expresa en la acción comunicativa, ya que, para el autor, este tipo de acción supone la realización de las dimensiones constitutivas del sujeto (cultura, sociedad y personalidad). Por ello, el autor da cuenta de la condición humana como un esquema que permite entender al ser humano en la realización de todas sus dimensiones esenciales.
A modo de síntesis, Habermas propone una teoría comprehensiva para analizar a la sociedad en torno a dos formas de racionalidad que están de manera simultánea: la racionalidad sustantiva del mundo de la vida y la racionalidad formal del sistema, en donde el primero expresa una dimensión interna del sujeto (cultura, sociedad y personalidad) y el segundo una perspectiva externa expresada en la estructura sistémica. En este sentido, la crítica que se esboza en esta obra tiene que ver con que en las sociedades modernas se han colonizado espacios propios del mundo de la vida, lo que conlleva su desintegración al evolucionar diferenciadamente las esferas que lo componen.
Fundamentos de la acción comunicativa
Para Habermas la acción comunicativa tiene que ver con una determinada concepción de lenguaje y entendimiento: «El concepto de acción comunicativa desarrolla la intuición de que al lenguaje le es inmanente el telos del entendimiento» (1978b, p. 79). Por ello, se propone articularlos como un aspecto central en los aspectos prácticoformales de la teoría de la acción comunicativa con la pretensión de desarrollar una teoría del significado: «En el lenguaje, la dimensión del significado y la dimensión de la validez están internamente unidas la una con la otra» (1978b, p. 80). Es decir, una teoría que permitiera identificar grados de acuerdo según el reconocimiento intersubjetivo de validez de una emisión susceptible de crítica.
El autor señala que las cuestiones de significado no pueden separarse del todo de las cuestiones de validez. A través de este supuesto señala que lo básico de la teoría del significado es saber qué es lo que se quiere decir o, en otras palabras, cómo entender el significado de una expresión lingüística y bajo cuáles contextos esa expresión puede ser aceptada como válida. Esto es relevante en el sentido de entender el significado de una expresión lingüística en términos de su uso. Bajo esta perspectiva, es posible señalar que existe en las emisiones lingüísticas una orientación de validez, la cual pertenece a las condiciones pragmáticas, ya no solo al entendimiento, sino que a la propia comprensión del lenguaje. En este sentido, el lenguaje posee una dimensión del significado y una dimensión de la validez que están íntimamente unidas unas con otras.
Habermas introduce a la semántica veritativa para ratificar la idea sobre la oración asertórica que es cuando la oración es verdadera. Según esta teoría la problemática de la validez se sitúa exclusivamente en la relación del lenguaje con el mundo como totalidad de hechos. Entonces como validez se equipara a la verdad de los enunciados, la conexión entre significado y validez de las exposiciones lingüísticas solo se establece en el habla constatadora de los hechos (siendo la función expositiva solo una de las tres funciones co-originarias del lenguaje).
Hay tres planteamientos de la teoría de la comunicación que parten de una de las tres dimensiones del significado, están: la semántica intencionalista, la semántica formal y la pragmática, inaugurada por Wittgenstein y que se refiere, en última instancia, a todos los plexos de interacción en que se ha crecido, en los que las expresiones lingüísticas cumplen funciones prácticas, explorando el significado desde su uso en las interacciones. Habermas cree que la determinación unidimensional de validez que explora cada uno de estos tres planteamientos, como cumplimiento de condiciones de verdad proposicional, quedaría aún la teoría del significado prisionera del cognitivismo de la semántica veritativa. Y dice, es este punto el que hay que subsanar porque todas las funciones del lenguaje, y no tan solo la expositiva, llevan consigo las pretensiones de validez.
Todo acto de habla (considerado en conjunto) dice Habermas, puede ser criticado como no verdadero en lo que concierne al enunciado hecho, como no correcto en lo que concierne a los contextos normativos vigentes, y como no veraz en lo que concierne a la intención del hablante. A partir de esto Habermas explica las consecuencias que tocan en cuanto a las cosas básicas de la teoría del significado: ya no hay que definir a la pretensión de verdad semántica, ni siquiera solo desde la perspectiva del hablante. Las pretensiones de validez constituyen un punto de convergencia del reconocimiento intersubjetivo por todos los participantes. Por tanto, estas cumplen un papel pragmático en la dinámica que representan todas las ofertas contenidas en los actos de habla y toma de posturas de afirmación o negación por parte de los destinatarios. Este es el giro pragmático de la semántica veritativa y exige una revaluación de la fuerza ilocucionaria. Así, este componente ilocusionario se «convierte en sede de una racionalidad que se presenta como una conexión estructural entre condiciones de validez referidas a ella y las razones para el desempeño discursivo de tales pretensiones. Ahora, las pretensiones de validez ya no quedan ajenas al contenido proposicional y surge el espacio para la introducción de otras pretensiones de validez que no se dirigen a condiciones de verdad, esto quiere decir que no están cortadas al talle de la relación entre lenguaje y mundo objetivo» (1978b, p. 84).
Un hablante, al asumir con su pretensión de validez, susceptible de crítica, la garantía de aducir razones que avalen la validez del acto de habla, así como el oyente que conoce las condiciones de aceptabilidad entiende lo dicho, debe tomar una postura racionalmente motivada. Si reconoce la pretensión de validez acepta la oferta que el acto de habla comporta y asume la parte que le toca de obligaciones relevantes para el posterior uso de la interacción. Lo anterior puede ser comprendido a través del siguiente ejemplo: dos niñas van a una fiesta y una le pide una falda a la otra. Para que una le preste una falta a la otra tiene que aceptar la oferta de las tres pretensiones de validez que ella aduce, y que son susceptibles de crítica, que tiene que ver incluso con la propia compresión del lenguaje en que la niña le hable.
Niña Q: Debes prestarme una falda.
Niña P: ¿Por qué debo hacerlo?
Niña Q: Porque te lo dijo tu mamá.
Niña P: Si es cierto, tómala de mi ropero.
En este caso niña P, acepta las tres pretensiones de validez (ya que es verdadera, recta y veraz), pues ella efectivamente tenía una falda y debía prestarla, pues su mamá se lo había dicho y esto era sincero, pues ella lo sabía también. Todo esto fue entendido, y aceptado por la niña P. Este ejemplo