Silvia Noemí Aguer

Salvos por gracia


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abandonando su tarea pastoral.

      Jamás puede considerarse un pesado yugo a la ley que es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno” (Romanos 7:12). Y si realmente esta santa ley es imposible de cumplir, ¿Qué haremos en la eternidad si nos encontramos entre los redimidos? Porque como los cielos nuevos y la tierra nueva que yo hago permanecerán delante de mi… así permanecerá vuestra descendencia y vuestro nombre… y de mes en mes, y de día de reposo en día de reposo, vendrán todos a adorar delante de mi dijo Jehová”, (Isaías 66:22–23)

      Aquí, el profeta habla de la tierra nueva, y dice que cada sábado nos reuniremos todos en la Santa Ciudad para adorar a Aquel que está sentado en su santo templo, y de mes en mes, ya que el árbol de la vida “dará cada mes su fruto para sanidad de las naciones”, (Apocalipsis 22:2).

      Volvamos ahora al tema central de este capítulo: la ley y la gracia. Por un lado, si leemos los escritos de Pablo, nos encontramos con las siguientes declaraciones: “Concluimos pues que el hombre es justificado por la fe, sin las obras de la ley”, (Romanos 3: 28); “Y que por la ley ninguno se justifica para con Dios, es evidente, porque: el justo por la fe vivirá”, (Gálatas 3:11). “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe… no por obras, para que nadie se gloríe”, (Efesios 2:8–9).

      Pero, si leemos los escritos de Santiago, podemos notar que dice aparentemente lo contrario: “Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores… porque cualquiera que guardare toda la ley y ofendiere en un solo punto, se hace culpable de todos… Así hablad y así haced como los que habéis de ser juzgados por la ley de la libertad… la fe, si no tiene obras, es muerta en si misma… Vosotros veis que el hombre es justificado por las obras y no solamente por la fe, porque como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe, sin las obras está muerta”, (Santiago 1:22, 23, 25 y 2:10–26).

      ¿Se contradicen Pablo y Santiago? Pablo afirma que el hombre es justificado por la fe sin las obras, y Santiago dice que es justificado por las obras y no solamente por la fe. No hay ninguna contradicción. Lo que Pablo trata de explicar es que el ser humano es incapaz de “hacer” algo en favor de su salvación, aunque sea fiel observador de toda la ley, necesita de la gracia de Cristo para ser salvo, de lo contrario, cualquier incrédulo podría salvarse con solo acostumbrarse a cumplir con la ley. Santiago, en cambio, trata de enseñar que por más que uno “diga” tener fe, si esa fe no está acompañada de obras, es una fe muerta. Una fe genuina debe estar acompañada de obras, no para que estas nos justifiquen ante Dios, sino como fruto de una vida de entrega a Dios.

      Unamos a Santiago y a Pablo en un ejemplo: Pablo diría que “si un hombre es honesto, y trata de justificarse ante Dios diciendo que merece ser salvo porque no roba, estaría tratando de justificarse por sus propias obras, lo que es imposible, muchos hombres son honestos y leales con el prójimo sin ser por ello creyentes en la gracia de Cristo”. Por su parte, Santiago agregaría: “Pero si es un hombre de fe, justificado por Jesús, nacido de nuevo, su fe se verá manifestada, por ejemplo, en integridad y honestidad, al no quedarse con lo que no es suyo. Si dice que tiene fe, y roba, su fe, es muerta en sí misma” (Santiago 2:17).

      En este punto coincido con el pastor Fernández, ya que en la página 16 de su libro escribió:

       “La fe viva, la fe que nos justifica, la fe que nos une al Salvador, es una fe que nos mueve a obedecer a Dios y a amar al prójimo. La fe viva y eficaz resulta justificada, confirmada o manifestada por sus frutos. La palabra ‘obras’ en este caso es sinónimo de obediencia… y por otra parte Pablo está de acuerdo con Santiago en que la fe que justifica, la fe viva y verdadera tiene que manifestarse o probarse por medio de las obras…”

      Sin embargo, el libro completo del pastor Fernández, es un continuo ataque a la vigencia de los diez mandamientos, lo que encuentro sumamente contradictorio.

      Buenas obras

      Muchos sostienen que las “buenas obras” que nacen de la relación con Cristo, no se refieren a los mandamientos sino a “buenas obras” en general. Pero notemos que todas las buenas obras están abarcadas en los diez mandamientos. Cuando a Jesús le preguntaron cuál era el mandamiento más importante, respondió haciendo una síntesis de los diez mandamientos: “Amarás al Señor tu Dios… y a tu prójimo como a ti mismo”, porque los primeros cuatro mandamientos nos unen a Dios, y los seis restantes se cumplen por amor al prójimo.

      De esta forma, la fe que justifica, la fe viva y verdadera, se manifiesta por medio de la obediencia. Y si Alguien insiste diciendo que las buenas obras no se refieren a los diez mandamientos, veamos de que buenas obras estaba hablando Santiago: “Porque cualquiera que guardare toda la ley pero ofendiere en un solo punto, se hace culpable de todos. Porque el que dijo: No cometerás adulterio, también ha dicho: No matarás. Ahora bien, si no cometes adulterio, pero matas, ya te has hecho transgresor de la ley. Así hablad y así haced, como los que habéis de ser juzgados por la ley de la libertad” (Santiago 2:10–12). ¿A qué ley se estaba refiriendo? No cometer adulterio y no matar son dos de los diez mandamientos, y es justamente esta ley a la que llama “ley de la libertad”, ley por la cual seremos juzgados.

      El apóstol no estaba sujeto a la ley

      Uno de los versículos escritos por Pablo y utilizado constantemente por quienes niegan que la ley de Dios aún siga en vigencia, es el siguiente: “Me he hecho a los judíos como judío… a los que están sujetos a la ley (aunque yo no esté sujeto a la ley) como sujeto a la ley, para ganar a los que están sujetos a la ley. A los que están sin ley, como si yo estuviera sin ley (no estando yo sin ley de Dios, sino bajo la ley de Cristo) para ganar a los que están sin ley” (1° Corintios 9: 20, 21).

      Tratemos de analizar estos versículos. Pablo dice que él no está sujeto a la ley. Pero, ¿Pablo no tenía ley? En el mismo texto dice “no estando yo sin ley”, y solo dos capítulos atrás había dicho: “La circuncisión nada es, y la incircuncisión nada es, SINO EL GUARDAR LOS MANDAMIENTOS DE DIOS” (1° Corintios 7:19), enseñando que las ceremonias externas y los ritos no tienen valor sin la fe en Cristo.

      Si Pablo declara que lo verdaderamente importante es guardar los mandamientos de Dios, ¿inmediatamente después puede sostener que los mandamientos de Dios fueron abolidos, y que no tienen ningún valor? Evidentemente no. ¿Pero entonces, que significa aunque yo no esté sujeto a la ley”?

      Muchos creían que la salvación se ganaba guardando la ley, como era el caso de los judíos conversos, quienes sostenían que aún estaban obligados a cumplir con todas las observaciones rituales de la ley mosaica (ver Hechos 15: 1; 21: 20–26). Pero Pablo respetaba las leyes de los judíos, era tan cauteloso en cuanto a esto, que cuando fue acusado por los dirigentes judíos, pudo decir que había guardado las leyes judaicas (Hechos 25: 8, 28: 17), pero no se sentía “sujeto” a esas leyes, porque desde la muerte de Cristo eran rituales “ineficaces” según sus propias palabras, ya no dependía de la ley ni de ofrendas para sentirse limpio, Jesucristo lo limpiaba por su gracia, y su observancia a los diez mandamientos tampoco era producto de una sujeción legalista, sino el resultado de un corazón amante de Jesús y de su gracia salvadora.

      Por lo tanto, de ese texto no se desprende que Pablo considerara abolida la ley de Dios, solo dice que no se “sujetaba” a ella, no la consideraba su medio de salvación, como tal vez lo fue en algún momento de su vida. Por otra parte, también aclara: No estando yo sin ley, sino bajo la ley de Cristo, y ¿Cuál es la ley de Cristo? A esta pregunta daré respuesta en otro capítulo. Aquí, lo importante es ver que Pablo no era un transgresor de la ley de Dios. En el libro de Romanos declaró que los “hacedores” de la ley serán los justos ante Dios, y que ser solamente “oidores” de la ley, no es suficiente.

      Conclusión

      Ni la muerte de Cristo, ni la gracia, anulan la santa ley de Dios, somos salvos por gracia, no por obras”, pero seremos obedientes como fruto