y los que no: una idea de «dos Italias» que también había creado Prezzolini. Y Mussolini utilizó las actividades de los soldados mutilados para apoyar sus premisas: los mutilati eran la vanguardia del gran ejército que pronto regresaría a casa. Su espíritu daría nuevo sentido a nociones ya carentes de significado, como «democracia» y «liberalismo». Los excombatientes, una suerte de trabajadores que retornaban de los «surcos» del frente –las trincheras– a los «surcos de la tierra», fusionarían las ideas de clase y nación, y crearían así una nueva ideología: un «socialismo nacional» y «antimarxista».32
Los historiadores han señalado este artículo de «Trincerocrazia» como la primera evidencia clara del abandono del socialismo por parte de Mussolini.33 Este giro a la derecha se ha explicado como una consecuencia de Caporetto y como resultado de la percepción de Mussolini de que la guerra había transformado profundamente al país y convertido a los soldados del frente en una fuerza política completamente nueva para la posguerra.34 Sin embargo, deberíamos entender «Trincerocrazia» no como una predicción clarividente y ajustada del futuro, sino más bien como una profecía autocumplida. El artículo no solo fue una manifestación temprana de ideología fascista, sino también la revelación de una ambición política. Mussolini proclamaba un nuevo estilo político que, esperaba, daría forma al nuevo orden de posguerra, a una nueva sociedad imaginada en la que los excombatientes jugarían un papel esencial. Con estas palabras, Mussolini se estaba dirigiendo a los soldados, potenciales lectores de su artículo. Probablemente ya pensaba en ellos como futuros seguidores de un nuevo movimiento político. En cualquier caso, fue en ese momento cuando nació la legendaria conexión entre excombatientes y Fascismo. Pero ¿por qué Mussolini estaba tan interesado en movilizar precisamente a los veteranos de guerra?
Había una motivación crucial. Recordemos que el devenir de la Revolución rusa desde la primavera de 1917 había empujado a Mussolini a posicionarse violentamente contra los socialistas italianos.35 Tampoco olvidemos que Mussolini había apoyado la intervención porque creía en la naturaleza revolucionaria de la guerra, una idea mítica que se había visto inicialmente confirmada por los acontecimientos rusos. Ahora bien, la revolución real había tenido consecuencias indeseadas, pues los bolcheviques, abrumadoramente apoyados por soldados del frente, pretendían terminar la guerra y hacer la paz con las Potencias Centrales, traicionando así a los países aliados. Mussolini, convertido en un nacionalista intransigente, temía profundamente un desenlace análogo en Italia. Por ello, a mediados de diciembre de 1917, Mussolini debía estar absolutamente desolado: el mismo día en que se publicó «Trincerocrazia», un armisticio firmado entre Rusia y los imperios centrales abrió el camino para las negociaciones de paz en Brest-Litovsk. Este acuerdo diplomático destruyó el mito de la guerra revolucionaria en el que Mussolini había creído. Si bien la guerra había conducido a la revolución, esta había llevado a la consecuencia más aborrecida por los intervencionistas: una paz sin victoria. Una vez que se manifestó esta contradicción teórica, Mussolini optó por apoyar la guerra, rechazando definitivamente el socialismo y centrándose en la lucha para alcanzar los objetivos bélicos nacionalistas. Ahora bien, esta elección implicaba buscar una nueva clientela política: los veteranos de guerra, que en el Fascismo representarían la fuerza revolucionaria y simultáneamente nacionalista, para revertir el papel jugado por los excombatientes en la revolución bolchevique. Como vemos, el artículo «Trincerocrazia» muestra hasta qué punto la concepción de un nuevo fenómeno ideológico, el Fascismo, implicaba creer en los veteranos de guerra, como una nueva fuerza política motriz. En cierto modo, la naciente ideología fascista no era sino una estrategia más para evitar lo sucedido en Rusia, afianzando la lealtad de las tropas hasta las últimas consecuencias en la lucha nacionalista. En definitiva, la conexión ideal entre Fascismo y excombatientes, surgida del ala revolucionaria del intervencionismo italiano, fue catalizada ante todo por el frustrante e inesperado desenlace de la Revolución rusa.36
Mussolini no era el único que defendía estas ideas. Por ejemplo, el intelectual intervencionista Agostino Lanzillo argumentó por aquel entonces que la guerra había derrotado al socialismo.37 Este autor, que había traducido al italiano la obra del teórico del sindicalismo revolucionario Georges Sorel, y que también había servido y recibido heridas como soldado durante el conflicto,38 compartía la fe en el carácter revolucionario de la guerra. Ahora bien, Lanzillo denunciaba categóricamente los acontecimientos acaecidos en Rusia como una «revolución que ocultaba la derrota».39 En su libro La derrota del socialismo, finalizado en 1918, afirmó que las generaciones que habían combatido en el frente saldrían «renovadas» de la guerra, con una «nueva mentalidad» y con unas «cualidades individuales mejoradas», constituyendo una fuerza humana determinante en el futuro. Según Lanzillo, las acciones de los veteranos asumirían una «dirección nacional» ya que los soldados retornados del frente instintivamente valorizarían su sacrificio; sería improbable que adoptaran ningún tipo de «actitud revolucionaria», sino que más bien lucharían «para reemplazar a la clase dirigente, en nombre del poder y el coraje que representan».40 Retrospectivamente, las predicciones de Lanzillo podrían interpretarse como correctas, pero deben considerarse más bien como parte del mismo conjunto de mitos intervencionistas del que también formaba parte la noción Mussoliniana de trincerocrazia. Esta cosmovisión cristalizaría en un programa y una estrategia política para el periodo de la posguerra.
Así pues, tras Caporetto y ante la confirmación de la paz «revolucionaria» rusa, la identificación de los intervencionistas con los soldados en el frente todavía se reforzó. Il Popolo d’Italia modificó su línea editorial para presentarse como el defensor de los derechos de los combatientes, un cambio que se hizo evidente durante la última fase de la guerra, mientras se acrecentaba la polarización de la sociedad italiana y se perseguía a los «derrotistas», denostados como «enemigo interno». En sus páginas, Prezzolini escribiría que el mayor enemigo estaba «en casa», pero que los combatientes regresarían de la guerra para «renovar» el país.41 Il Popolo d’Italia abogó por la implantación de una dictadura que militarizaría la sociedad italiana hasta la obtención de la victoria. En el diario, los «hombres de la trinchera» (trinceristi) podían plantear sus reclamaciones materiales; jóvenes oficiales utilizaron este foro para expresar sus preocupaciones.42 Sin embargo, la idea programática de distribuir la tierra expropiada entre los soldados de origen campesino fue perdiendo peso,43 y finalmente, en agosto de 1918, Mussolini adoptó un nuevo subtítulo –Diario de los combatientes y los productores (Quotidiano dei combattenti e dei produttori)– que simbolizaba su definitivo rechazo del socialismo. Ahora, las nociones de «combatientes» y «productores» se incorporaron a su lenguaje político, sustituyendo los conceptos más comunes de «soldados» y «trabajadores», teñidos de socialismo.44
Pese a que Mussolini todavía no había desarrollado plenamente una ideología excombatiente ni un programa político sólido, su activismo preparó el terreno para la posterior emergencia del símbolo del veterano fascista. Algunos exsoldados italianos, de hecho, abrazaron la idea de la trincerocrazia; líderes de los mutilados se presentaban públicamente como la «gran vanguardia» de los que volverían del frente.45 Hasta el final de la guerra, Mussolini