fui investigador posdoctoral en el Instituto Leibniz de Historia Europea (Mainz, Alemania), el cual me ofreció numerosos recursos, así como un estimulante ambiente académico.
Por sus esclarecedores comentarios sobre mi trabajo le estoy sinceramente agradecido a mi director, el profesor Federico Romero, así como a los miembros del jurado que examinó mi tesis doctoral, los profesores Ángela Cenarro, Sven Reichardt y Lucy Riall. Debo una especial gratitud a la profesora Ángela Cenarro, que me guio en mis primeros años como historiador y también supervisó mi investigación doctoral. Al mismo tiempo, el profesor Sven Reichardt me dio consejos cruciales durante el tiempo que pasé como investigador en Constanza, por los cuales estoy en deuda con él. Querría también mostrar mi más profundo aprecio por el profesor Giovanni Sabbatucci, quien con gran generosidad y hospitalidad me recibió en Roma para hablar sobre cuestiones históricas que él mismo había investigado magistralmente cuatro décadas atrás.
Además, mi trabajo mejoró gracias a las críticas constructivas de muchos otros historiadores. Los profesores Heinz-Gerhard Haupt, Laura Lee Downs y Robert Gerwarth leyeron partes de mi tesis y me hicieron comentarios realmente útiles. Al mismo tiempo, los revisores anónimos del manuscrito también apuntaron cuestiones muy relevantes para mejorarlo. Dónal Hassett y Stephanie Wright no solo me dieron sus puntos de vista sobre mi trabajo, sino que colaboraron revisando cuidadosamente el manuscrito. Jessica Bate contribuyó a hacer el texto final más legible. Jay Winter y Michael Watson me guiaron durante el proceso final de edición. Por supuesto, la responsabilidad de cualquier error o inexactitud que se pueda encontrar en el libro es exclusivamente mía.
Quiero también expresar mi gratitud a muchos otros historiadores con los cuales he disfrutado debatiendo sobre preocupaciones intelectuales y profesionales en aquellos años: David Alegre, Giulia Albanese, Miguel Alonso, Miguel Ángel del Arco, Aurora Artiaga, Arnd Bauerkämper, Romain Bonnet, Zira Box, David Brydan, Jesús Casquete, Antonio Cazorla, Gustavo Corni, Robert Dale, Lourenzo Fernández Prieto, Miriam Franchina, Ferran Gallego, Bernhard Gissibl, Claudio Hernández, Anke Hoffstadt, Mark Jones, Daniel Knegt, Anna Lena Kocks, Nicola Labanca, Daniel Lanero, José Luis Ledesma, Francisco Leira, Elissa Mailänder, James Matthews, David A. Messenger, Jaremy McMullin, John Paul Newman, Xosé M. Núñez Seixas, Stephen R. Ortiz, Rubén Pallol, Mercedes Peñalba-Sotorrío, Alejandro Pérez-Olivares, Pierluigi Pironti, Alejandro Quiroga, Javier Rodrigo, Miguel Ángel Ruiz Carnicer, Pedro Rújula, Alessandro Salvador y Martina Salvante. Muchas otras personas, investigadores y profesionales de las diferentes instituciones académicas, archivos y bibliotecas que visité contribuyeron directa o indirectamente a hacer mi trabajo más fácil y satisfactorio. Debo mencionar especialmente a mis amigos y colegas Natalia Galán, Cloe Cavero, Miguel Palou y José Miguel Escribano, quienes me ayudaron y apoyaron en diferentes fases de mi investigación. Por último, si bien no menos importante, quería agradecer profundamente a mi familia y especialmente a Neha: este libro es una compensación insignificante por todo el tiempo que no estuvimos juntos.
AGRADECIMIENTOS EN ESTA EDICIÓN
Esta traducción al español no habría sido posible sin el apoyo que tuve de la Universidad de Melbourne (Australia), School of Historical and Philosophical Studies, para realizarla. Agradezco también al traductor, Miguel Alonso Ibarra, por su paciente y efectivo trabajo, así como a Julián Sanz Hoya, a Amparo Jesús-María y a la dirección de Publicacions de la Universitat de València por su ayuda, interés y flexibilidad para publicar este libro.
INTRODUCCIÓN
Esta obra analiza la relación transnacional entre los veteranos de guerra y el fascismo en la Europa de entreguerras.1 Durante décadas, los historiadores han tratado de explicar por qué el continente europeo, apenas veinte años después de un cataclismo bélico de dimensiones homicidas sin precedentes, se vio envuelto en un nuevo conflicto mundial todavía más catastrófico. Es cierto que se dieron importantes experiencias democráticas y avances significativos en diversos campos en el periodo de entreguerras, pero también que este asistió a la progresiva demolición del orden pacífico surgido tras la Gran Guerra, en el que mucha gente había puesto sus esperanzas. Aunque a comienzos de 1919 las democracias dominaban claramente Europa, en junio de 1940 eran la excepción a la norma. Este eclipse, marcado por violentos conflictos y guerras civiles, no puede comprenderse sin situar en su centro al fascismo, un producto de la experiencia de la Primera Guerra Mundial, que además fue el principal detonante de la segunda. En este contexto, explicar los vínculos entre el fascismo y los veteranos de guerra es esencial, porque estos hombres fueron también un legado directo de la Gran Guerra.
Si quisiéramos sugerir que los veteranos de la Primera Guerra Mundial estuvieron estrechamente conectados con los orígenes de fascismo, podríamos encontrar fácilmente multitud de indicios superficiales. Por ejemplo, ya es un cliché afirmar que Hitler fue uno de los millones de soldados desmovilizados del derrotado ejército alemán. Al igual que él, Mussolini también combatió en la Gran Guerra. Los historiadores han señalado en innumerables ocasiones que los grupos paramilitares de la primera posguerra, como los Freikorps y el primigenio fascismo italiano, estaban formados por muchos excombatientes. Durante los años veinte y treinta, los movimientos fascistas alcanzaron notoriedad casi por toda Europa con sus desfiles paramilitares en los que sus miembros, ataviados con uniformes, lucían las medallas que habían obtenido en las trincheras. El militarismo fue una característica definitoria del fascismo, y aparentemente la guerra y el fascismo fueron de la mano. Pero ¿fueron estos hechos simples coincidencias circunstanciales, o por el contrario revelan una conexión esencial entre el fascismo y los veteranos de guerra? Los historiadores todavía no han conseguido dar con la respuesta a esta pregunta.
La historia que cuenta este libro reexamina la compleja relación entre los veteranos de guerra y el fascismo. Este trabajo analiza los procesos de transnacionalización y fascistización de la política excombatiente del periodo, examinando los orígenes culturales, sociológicos y políticos del fascismo y su expansión europea, para reinterpretar este fenómeno y subsanar vacíos existentes en el conocimiento histórico. Si bien es cierto que se ha escrito mucho sobre los movimientos excombatientes de entreguerras y que la historiografía del fascismo es inmensa, solamente unos pocos trabajos han abordado directamente los lazos históricos entre ambos. Y aunque muchos de estos estudios han girado en torno a la controvertida tesis de la «brutalización» propuesta por el historiador George L. Mosse, nunca se ha alcanzado una interpretación universalmente aceptada; un debate que, además, ha ignorado muchas facetas de la relación entre excombatientes y fascismo.
VETERANOS DE GUERRA
Centrarse en los veteranos del periodo de entreguerras significa observar la historia de los excombatientes de la guerra industrializada. En la edad contemporánea, como señaló el teórico militar alemán Carl von Clausewitz,2 hacer la guerra se convirtió en una iniciación a la política. Desde la Revolución francesa, el servicio militar estuvo estrechamente ligado a nociones de ciudadanía, y el Estado comenzó a compensar generosamente la participación en la defensa de la nación. La adopción del servicio militar universal, conectada con la nacionalización del ejército, fue un proceso transnacional. Sin embargo, todavía permanecían ciertas tensiones por resolver: si bien los ciudadanos varones garantizaban su futura libertad política a través de su servicio militar, este también comportaba someterse al ejército: un sistema coercitivo aislado del conjunto de la sociedad.3 Además, durante el siglo XIX los ejércitos europeos fueron adoptando nuevas funciones que también condicionaron las actitudes político-sociales de sus veteranos. Los Estados utilizaron sus fuerzas armadas para expandir y retener imperios coloniales, para acelerar procesos de unificación nacional o para solventar guerras civiles. A menudo, las autoridades estatales asignaron tareas de orden público a los militares, confiándoles la represión de las protestas obreras y la defensa de la propiedad.4 No sorprende, pues, que el reclutamiento forzoso se volviese altamente impopular.