Comenta el Sr. Nuncio: «¿Es que usted lo conoce?». «No, Señor Nuncio, pero como estuvo al frente de la Acción Católica y a lo mejor los cardenales quieren un papa algo mayor para evitar su largo pontificado...». Hablan los demás y termina la persona que se sentaba a la izquierda del señor Nuncio sin que nadie hubiera pronunciado el nombre del Cardenal Montini. Rápidamente, monseñor Riberi cierra los comentarios con esta rotunda afirmación: «Será Montini: no lo duden ustedes».
¡Cuánto más darían de sí los comentarios, anécdotas y juicios que, en una circunstancia pública, cuando monseñor Ramón Torrella era ya arzobispo emérito de Tarragona y algunas cosas más, todas convergentes en una biografía ejemplar, narró con toda sencillez!
Llegados aquí, resultaría cómodo recurrir al tópico de la usura del espacio. Aquí damos por suficientemente expresiva la autenticidad y fuerza del testimonio vertido poco antes de su muerte por monseñor Torrella Cascante. Y terminaremos con una anécdota narrada por él mismo:
En mi trabajo ecuménico tuve la oportunidad de hablar varias veces con el profesor Cullmann. Cada año acostumbraba a tener una audiencia con Pablo VI. Una vez la Iglesia valdense de Roma ofreció un almuerzo íntimo al profesor Óscar Cullmann y fui invitado. Durante el aperitivo, pudimos hablar y él me comentó la audiencia de aquella misma semana con Pablo VI, diciéndome que dicha conversación con el papa le había hecho bien espiritualmente. Yo le dije: «Querido profesor, permítame que le haga un comentario. Sin pretender hacer un juicio comparativo sobre la santidad de Juan XXIII y la de Pablo VI, considero que la humildad de Pablo VI es superior a la de Juan XXIII». El profesor Cullmann me dijo: «Yo pienso lo mismo, y le diré que, a mi juicio, Pablo VI, además de ser el sucesor de Pedro, es un cristiano contemporáneo de primera clase».
Pablo VI y el Cardenal Vicente Tarancón
Cuantos, en algún momento de sus vidas, tuvieron ocasión de encontrarse con don Vicente Enrique y Tarancón y, obviamente, también en vida del Arzobispo de Burriana, como se le llamó con familiaridad cuando su vida se desarrollaba por otras latitudes, principalmente en la... penúltima etapa de una vida que vivió, con merecida menor popularidad y protagonismo que cuando aún estaba al frente de la Archidiócesis de Madrid, sin duda conservan de él un recuerdo de admirada simpatía.
Don Vicente tenía expresiones y gestos de muy simpática espontaneidad que tardarán en olvidarse, tanto o casi como tardaremos en olvidarle a él. Tuvo asimismo palabras y expresiones que hicieron época, como las pronunciadas en un discurso cuando el rey Juan Carlos juró al tomar la corona (22 de noviembre de 1975) que... se le atribuyeron porque salieron de su boca pero que le ayudó a dar con ellas, o se las dio escritas, un fiel asesor que muy bien supo actuar en la sombra. Se piensa en un excepcional jesuita que supo asesorarlo permaneciendo en la sombra y retirándose con discreción una vez cumplida su misión secretarial, sin resentirse del aparente olvido en que ha caído. Nos referimos al padre José M. Martín Patino.
Pero aquí el contexto circunstancial es otro. También la fuente y su oportunidad. Fuente: una entrevista que para mejor contextualizar la nada fácil relación de un determinado período casi final del gobierno franquista con la Iglesia que semilanguidecía en España le hicieron tres bien cualificados representantes de una Iglesia ya sobreviviente: un profesor de la UPSA (Universidad Pontificia de Salamanca), Julio Manzanares; un brillante y muy preciso comunicador, Joaquín L. Ortega; y un historiador eclesiástico y buen teólogo, Juan María Laboa.
Con permiso de nuestros amigos Laboa y Ortega y también Manzanares, dando por implícitas las preguntas en las respuestas del entrevistado Tarancón, citamos las respuestas que nos parecen más interesantes para los lectores, dando la preferencia a quien, en este supuesto, le corresponde: el ya Beato Pablo VI:
Ya había saludado a Montini cuando estaba en la Secretaría de Estado siendo yo obispo de Solsona[8]. Pero apenas había sido un simple saludo. Mi relación un poco íntima, en asunto importante, se produjo cuando ya estaba de arzobispo en Toledo[9].
Como arzobispo de Toledo tuve las primeras conversaciones. Entonces me di cuenta de que Pablo VI iba adquiriendo una cierta confianza en mi persona. Es lo que después me demostró cuando me llevó a Madrid. Me lo dijo, pero eso se notaba. Yo lo noté no sólo por la actitud del papa sino también por los que estaban a su lado, sobre todo en Villot y Benelli. Me di cuenta de que al llevarme de Toledo a Madrid era para que, como presidente de la Conferencia Episcopal, yo asistiese al cambio.
(...) Cuando el nuncio Luigi Dadaglio me dice que tengo que ir a Madrid, me doy cuenta de que se busca un lugar para D. Marcelo González Martín, que está en una situación muy incómoda en Barcelona, y como no se atreven a mandarlo a Madrid, buscan sacarme de Toledo. A mí no me hace gracia y lo digo con sinceridad. Viendo que la cosa venía de Roma y no de Dadaglio, fui a Roma y hablé personalmente con el papa. Era el año 1971. Entonces ya tenía yo cierta confianza con Pablo VI, con el que ya había estado dos o tres veces. Le dije que estaba dispuesto a ir adonde me mandaran, por más que a los sesenta y tantos años ir a una diócesis como Madrid, de tantos millones de habitantes, tener que empezar, me parecía que no era lógico. Pablo VI me dijo: «Es cosa mía. Yo estoy convencido de que usted, en los momentos que se le están echando encima, puede hacer una buena labor...».
En un punto clave como este del diálogo, que el ya retirado Cardenal-Arzobispo Vicente Enrique y Tarancón alimentaba con evidente generosidad, del trío de entrevistadores le llegó una pregunta no menos comprometida que las anteriores: «¿Tuvo usted ayuda tanto a la hora de hacer el discernimiento como, aún más, a la hora de aplicarlo?». La respuesta de Tarancón fue de nuevo clara y decidida:
Tuve ayuda personal de Pablo VI para discernir y para aplicar el discernimiento. Cuando se me presentaban problemas de cierta entidad, yo pedía audiencia y se me concedía en seguida. Hablaba personalmente con el papa, que ya estaba enterado de las cosas, aunque a veces un poco a medias porque normalmente la información que tienen en Roma es sesgada, a medias. Yo tenía entonces ocasión de hablar con el papa, de pedirle orientación, sintiéndome obligado a tomar una decisión. Pablo VI me respondió en más de una ocasión: «¡Usted, adelante: aquí estoy yo!». Era, con toda evidencia, la fuerza moral que me daba el papa. En los momentos difíciles, yo no daba un paso sin que el papa dijera que sí. Siempre he tenido su ayuda. Pero antes hablábamos: estábamos tres cuartos de hora, una hora, hora y media, él tomando notas para después hacer el resumen. Y al final siempre él: «Tiene usted razón», o «No tiene usted razón en esto. Conviene hacerlo así... ¡Adelante!».
Páginas más adelante se aludirá, por razones de objetividad, a unas muy válidas jornadas de estudio sobre Pablo VI y España celebradas en Madrid los días 20-21 de mayo de 1994. En tales jornadas, organizadas por el Istituto Paolo VI con sede en Brescia en colaboración con la Universidad Pontificia de Salamanca, estaba prevista como destacada la presencia y aportación testimonial del entonces ya arzobispo emérito de la Archidiócesis de Madrid y ex presidente de la Conferencia de los obispos españoles. Al parecer fueron razones de salud las que le impidieron participar. Por suerte lo suplió, con justificada adecuación, la entrevista que le hicieron tres muy competentes profesionales eclesiásticos de la comunicación a los que se aludió unas páginas más atrás. Los cuales, además de los temas ya citados, plantearon al Cardenal Tarancón, alcanzado en su circunstancial retiro de Villarreal de los Infantes (Castellón), otros interrogantes. Por ejemplo uno centrado en su semblanza, pidiéndole un breve retrato «humano, sacerdotal y pontifical» en el contexto de su actuación con España:
Ante todo, creo que Pablo VI no parecía lo que era. Parecía triste y no lo era. Lo que pasa es que tenía pudor de manifestar su afectividad y optimismo, y parecía pesimista. Para mí está claro: era un agua soterrada. Era muy afectuoso y optimista: no pesimista. Tenía pudor. Como intelectual puro que ha de ver los defectos y tiene que ser crítico. (...) Pablo VI era un hombre de Cristo y de la Iglesia hasta los tuétanos. De todos los papas que he conocido, sin querer hacer comparaciones entre unos y otros, diría que al que he sentido más identificado con la Iglesia, con la mayor responsabilidad de lo que es y significa la Iglesia y el papa en la Iglesia, era Pablo VI. Creo, además, que Pablo VI fue un hombre que pecó de ser excesivamente comprensivo