Fernando Vivas Sabroso

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domingos a la cabeza de shows estelares. La secuencia Valores del Perú lo llevó a visitar con la móvil el hogar del nonagenario Enrique López Albújar, el autor de Matalaché. Antes de partir, como buen anticastrista, a reencontrar a Cuba en Estados Unidos, dejó consejos para la televisión peruana: “El Perú en cuatro años de televisión está mejor que otros (...) Hay que promocionar el talento local y reducir, por improductiva, la importación de grandes figuras foráneas”.3

       Pelando cebollas

      Remecidos por el éxito de las primeras novelas del 13 (Historia de tres hermanas arrancó por todo lo alto en mayo de 1961), los dueños de América encargaron a la compañía de Sylvia Oxman, chileno-argentina de paso por Lima, estirar sus teleteatros todo lo que fuera posible. Empezaron con Sabrina, siguieron con Me casé con mi destino, Lluvia y Atrévete, Susana, hasta que la Oxman y su marido, el empresario teatral Humberto Barbieri, decidieron seguir su camino rumbo a Buenos Aires. Se resistió a partir un destacado miembro del elenco, el argentino Orlando Sacha.

      Una temporada después, cuando los Delgado Parker enlataban cuatro novelas diarias, el 4 tuvo sus primeros folletines de largos suspiros. No tuvo que buscar quién los perpetrara; la española Carola Yonmar tenía varios años trabajando en radioteatros de Radio América. Había llegado a “hacerse la América” como recitadora de clásicos de la madre patria. Diminuta, compacta y regordeta, llevaba una maleta con un vestuario de viuda provinciana y un par de candelabros para armar escenas de velorio a lo García Lorca. Dominante, calculadora y siempre flanqueada por un marido sumiso y un perro faldero; quienes la conocieron dudan que sea responsable de todas las telenovelas que llevaron su firma, aunque reconocen que dirigía con mal genio y energía. Empezó con La fuerza bruta (junio de 1962) protagonizada por Carlos Ego Aguirre (el más atareado actor de composición en radionovelas), Felipe Sanguinetti (el conocido cómico en dramática faceta) y Aurora Colina. Siguieron El amo con un adusto Vlado Radovich y Rosario Tijero, La casa de las lilas también con Radovich y Tijero, El seminarista de los ojos verdes con la casta y lánguida mirada de Alfredo Bouroncle encarnando al personaje de un poema de moda además de Rosario Tijero, María Elena Morán y Luis Lévano Flores, El mal que nos hacen, Los buitres con Saby Kamalich, Ofelia Lazo y Jorge Montoro, y La doble vida con Bouroncle y Olga Cabrejos.

      América no estaba del todo preparada para semejante ritmo de producción. A la infatigable Yonmar no le bastaba el pase televisivo; resumía los textos y los llevaba al teatro. Vlado Radovich, galán de El amo, afirma que lo más vergonzoso que ha hecho en su carrera es comparecer en la escena sin haber ensayado, sin apuntador y sin “chuleta”,4 obligado a hacer mímica junto a los otros miembros del elenco para ajustarse a un play-back grabado por la directora.5 Pero en los sets la exigencia era mayor, las cámaras se acercaban a los actores disimulando el caos que los rodeaba y el malestar del elenco podía traducirse en confrontaciones enfáticas, en especial, en el clímax del disparo y el anticlímax del “¿quién lo mató?”, hitos de muchas novelas de entonces que, no sabiendo resolverse en llanto, acababan en balazos.

      Al canal le pareció que no solo la Yonmar sino el mismo género folletinesco eran huesos duros de roer y no perseveró en la empresa. Además, la filial del 9 estaba explotando con mejor fortuna El derecho de nacer de Félix B. Caignet, y otros argumentos arquetípicos de Caridad Bravo Adams. Por cierto, en diciembre de 1962 nos visitó la mismísima Caridad. La escritora mexicana, pariente espiritual de Corín Tellado, abandonó su empleo en Cuba huyendo del castrismo y se dedicó a vender libretos a varias televisoras latinas. Al llegar a Lima descubrió que algunos habían sido comprados para el 9 y otros pillados por la Yonmar. Presentó La colmena, teleteatro de 12 capítulos con Marcela Yurfa y Saby Kamalich y expuso su vida y obra en dos sentencias: Que no escribía novelas de amor sino que las dictaba a su secretaria y que si a sus 60 años era una solterona se debía a que “quien toca la música no puede bailarla al mismo tiempo”.6

      Daniel Camino, coordinador de la española, vio entonces su oportunidad para producir dramáticos de qualité. El primero, Tierra embrujada (octubre de 1962), fue dirigido nada menos que por Ricardo Roca Rey y protagonizado por Ricardo Blume, Teté Rubina y Jorge Montoro. Se suspendió a los pocos capítulos por oneroso y porque sus ambiciones excedieron la apurada adaptación del relato de Francisco Vegas Seminario. Camino moduló sus expectativas y durante 1963 y 1964 produjo varias novelas semanales adaptando best-sellers del Club del Libro: Cumbres borrascosas (noviembre de 1963) con Cathy (Saby Kamalich) y Heathcliff (Ricardo Blume) citándose en una montaña de cartones arrugados, acompañados por Connie Bushby, Milagros Fernandini, Carlos Iglesias y Silvia Gálvez; Rebeca, Llegaron las lluvias, El último acto, Sangre y arena con Pablo del Río y Ofelia Lazo, El proceso de Mary Duggan, donde hizo su debut peruano Lola Vilar y dirigió Carlos Gassols, un Matalaché de López Albújar adaptado por Óscar Morán y la más larga y pretenciosa Doña Bárbara, con Maricarmen Gordon, Kamalich y Blume lanzando textos de Rómulo Gallegos ante fondos tropicales y macetones con palmeras. Sin rehuir la ambientación de exteriores imposibles y los densos plots de los originales, estas telenovelas comprimidas aspiraban a cierto toque de distinción ilustrativa sobre la rutina folletinesca. El actor colombiano Arturo Urrea también tramó dos novelas para el 4 en 1963, Angustia de un querer y Ocaso, título a pelo para los folletines nacionales en el 4, pues el dúo Umbert-González estimó que pelar cebollas no era lo suyo, importó novelas mexicanas y dejó el terreno libre a los Delgado Parker.

       El único tío

      En la prehistoria del canal 4, en las cabinas de radio América, el joven locutor Juan Salim Facuse y el periodista Antonio Tineo recibieron el encargo de armar los Domingos Nestlé, una suerte de ómnibus radial que debía atraer a toda la familia. Cubrieron varios géneros pero no se les ocurrió nada para el programa infantil. Salim, a regañadientes, improvisó una voz paternal, creó con Tineo algunos animales parlanchines en la tradición de Disney y del Pedro y el lobo de Prokofiev, y lanzaron al aire al Tío Johnny, un tío que se las trae.7 La frase tendría hoy una malicia desbordante pero en aquel entonces, 1958, solo podía traer buenas nuevas. Johnny se hizo pronto popular; sin embargo, cuando América se convirtió en televisión, Umbert y González quisieron un señor que pintara canas, que infundiera más respeto aunque careciera del carisma de los tíos cómplices. La elección de Juan Sedó (véase, en el capítulo 1, el acápite “El club de los niños”) para animar las tardes del 4, frustró por casi un lustro las ganas de Salim por inaugurar un mundo fantástico en la televisión.

      Hasta el 3 de junio de 1963, día inaugural de El tío Johnny en canal 4, Salim no quedó con los brazos cruzados. Mantuvo su personaje en la radio, aprendió televisión desde abajo trabajando de coordinador en programas como Bar Cristal e ideó el atuendo de su personaje: Una suerte de Tío Sam con saco a rayas aunque con un discreto sombrero y el blanco y negro apagando cualquier simbología cromática o ideológica. También pensó en un bosque, territorio feérico de miles de relatos infantiles, que fue dibujado en los backings del programa. El dato geográfico era tan vago como que estábamos “en algún lugar del camino, en medio del bosque”, pero a los niños resultó la referencia precisa a un mundo más lúdico que encantado, aunque en él viviera un personaje imposible como la Señora Vaca. Por supuesto, Johnny tenía comparsas y mocosos aventados que rellenaban el show y hasta ponían la nota musical nuevaolera y a gogó; pero él era el director de la escuela y se reservaba el dictado de todas las materias y el arbitraje de todos los juegos. Johnny era más paternal que cómplice, más autoritario que Yola o Cachirulo y, aunque no desarrolló la vena histriónica como su hermano Antonio Salim, era un buen actor.

      El buen tío supo capitalizar al máximo las coartadas didácticas, los efectos musicales y la viveza de los participantes. Los concursos para tender la cama o para beber un vaso de leche de un solo sorbo mientras la orquesta golpeaba ta, ta, ta, ta, ta, tatatatán; ta, ta, ta, ta, ta, tatatatán; duraron años y dieron