lo menos, el texto en su conjunto debe entregar una especie de escena, de visión de algún acontecimiento cuya fuerza es directamente proporcional a su capacidad de sugerencia y descolocación. Todo poema supone un cambio radical del lugar de nuestra mirada.
«Arte de la peste», poema de tu libro Cielo forzado, muestra bloques negros que cubren completamente algunas palabras. ¿Hay una intención de transformar la realidad con ese rechazo al lenguaje?
Crean una sensación rítmica. Ese poema recoge una atmósfera peruana de los años en que escribí ese libro. Varios, no todos, pero varios de esos poemas se relacionan con nuestro terrible periodo histórico de guerra civil y de violencia del Estado. Ese poema está procesando y recogiendo, presintiendo, transformando simbólicamente esa experiencia. Y esas manchas negras tienen que ver con la enfermedad, la peste, la muerte.
¿Miras al poeta como un disidente de su mundo?
El poeta es un ser incómodo en su mundo. Indudablemente, hay muchas formas de procesar el cuestionamiento que siempre emite frente a su realidad. Yo lo hago desde una manera simbólica. Otros son directos, explícitos y hacen, por ejemplo, una poesía política.
Muchos de los poetas de la generación del 70 querían hacer una poesía que recogiera los ruidos y la violencia de la calle. Mi camino fue otro.
También creo que el azar influye en la formación de un poeta. Hay ciertas circunstancias que van señalando el camino por el que transita. En mi caso, el hecho de estar alejado del Perú en los setenta hizo que mis primeras lecturas y mi impulso a escribir siguieran otro camino.
¿Dónde está la dignidad del poeta?
En aceptar, reconocer su marginalidad. Tal vez la actividad poética en este mundo sea la única que tiene pureza porque está fuera de todo el circuito del mercado. La dignidad del poeta está en asumir esa posición y en ejercer su libertad y en ejercer su disidencia.
El problema, lo percibo en los jóvenes, es que existe una desesperación por la visibilidad, el reconocimiento, el afiliarse a corrientes que faciliten su identificación, su pertenencia casi a un clan o tribu poética. Pero si la poesía tiene un discurso marginal, su única satisfacción o retribución es simbólica. La dignidad del poeta está en situarse por encima de ese reconocimiento simbólico. Está en ser fiel a sí mismo y seguir por el camino que ha elegido sin renunciar a esa conciencia crítica. Reconocerse en su identidad poética, sin que importen las modas o los otros poetas. Escribir para uno mismo. El lugar del lector es accesorio, aunque indudablemente uno siempre espera la aparición de ese otro vértice que actualiza el mecanismo del poema. Uno espera al otro que esté dispuesto a atravesar ese umbral al que me refería.
Después de todo el camino recorrido, ¿has arribado hacia alguna certeza?
Poéticamente, creo que tengo más incertidumbres en este momento. La poesía, su raíz, su importancia, está en ser siempre otra cosa. No puede resolverse en una lógica racional, en una convicción sin fisuras. Cada vez tengo menos seguridades. Tengo, por supuesto, ciertas certezas como ciudadano. En la poesía, que es mi trabajo más limpio, ya no tengo certezas.
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