Jorge Eslava

La voz oculta


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Velvet o Lost Highway son dos historias perfectas.

       Considerando que desciendes de una familia convencional, de gustos refinados, dime si esa fascinación por lo oscuro viene de tu infancia…

      En mi casa era obligatoria la lectura y desde niño tuve una fascinación especial por algunos cuentos de hadas. Recuerdo un enorme libro de Andersen con hermosas ilustraciones que escuchaba leer a los cuatro o cinco años. Hace unos cuatro años encontré la misma edición en una librería de viejo y ha sido un placer revisitar «Los zapatos rojos», por ejemplo. Es un cuento cruel y perverso. Supongo que en esos años se plantó la semilla.

       Consiénteme unas preguntas agresivas. ¿Cuál es el límite de tu malditez? ¿Tienes pesadillas en la vigilia? ¿Consumes sustancias proscritas?

      La «malditez» no es una máscara teatral o una impostura. Es un extrañamiento íntimo, el reconocimiento y la aceptación de una sombra que te acompaña. Ella tiene su espacio propio y no usurpa la vigilia o la cotidianidad. Ah, a estas alturas de mi vida, ya solo consumo café o té verde.

       Tu designio (como en Eguren) es ir a lo desconocido. ¿Desde tus primeros borradores ya presientes el nuevo camino?

      En mi caso, los primeros borradores de un nuevo ciclo de poemas no muestran un sendero con claridad. Sin embargo, poco a poco los poemas se van organizando y el libro va adquiriendo tono y consistencia.

       ¿Eres consciente de que, además de forjar un trayecto personal, tu paso va golpeando de reprimendas al lector?

      No me interesa reprender al lector. Sí asombrarlo y desconcertarlo. Ofrecerle trampas, espejos deformantes, figuras inquietantes, enigmas.

      Laberintos profundos y laminados en los que se reconozca… Hay algo como del «llamado de la sangre» en tus poemas.

      Más que un llamado de la sangre, es un reclamo del «otro» que nos habita o de lo «otro».

       No solo son los ambientes claustrofóbicos que despliegas, a pesar de situarnos en un bosque, sino que son las voces imperativas y los ritos, la presencia de santos y aparecidos los que parecen instituir una religión profana. ¿Qué especie de fervor poético es este?

      Es tal vez un antifervor. El de alguien que venera y guarda algo que no conoce del todo. A veces lo presiente y los poemas solo señalan que eso otro desconocido está allí.

       A pesar de lo receloso que eres con tu creación, he tenido algunas veces el privilegio de conocer el éxtasis que te provoca un verso (o una imagen) y que repites tercamente… ¿Qué hay antes y después de ese descubrimiento?

      Creo que hay un movimiento pendular. Primero, el deslumbramiento. Luego, el convencimiento de que esa imagen es la única posible para el texto.

       ¿ El hilo negro opera como una hebra que une dos senderos del bosque?

      Claro, une el freno y la transgresión, la sombra y la claridad, el miedo y el arrojo. Y podríamos seguir con muchos senderos más.

       Es reconocible el color y el tono de tus palabras, ¿qué vocablos te parecen detestables o irreconciliables con tu poesía?

      Todos los diminutivos.

       Los encuentros y las despedidas son mucho más frecuentes que las permanencias, como si tus personajes atravesaran fugaz y desgarradamente la materia. ¿Buscas ese impacto sensorial?

      Se escribe sobre lo que no se tiene o ya se perdió, sobre aquello que es fugaz, pero nos desgarró absolutamente.

       Los quejidos, la disonancia de alambres, los goznes chirriantes provienen de un oído educado para el temblor. ¿Trabajas con música? ¿Cuáles son tus bandas o cantantes preferidos?

      La música siempre está conmigo. Escucho de todo: jazz, música clásica, rock de los setenta principalmente. Escucho insaciablemente a Mozart, Bach o las sonatas de Beethoven. Escucho el rock de Led Zeppelin, Beatles, Stones, Neil Young y mucho progresivo, especialmente King Crimson. También tengo enemigos sonoros. Detesto la grandilocuencia de Wagner o casi todo el rock de los últimos años que he tratado de escuchar, con dos excepciones: Radiohead y Wilco.

       Cualquier lectura que se haga de tu obra deja la impresión de que para ti el acto creador es autodestructivo.

      Creo que sucede lo contrario. Mi poesía me ayuda a vivir mejor. Es, entre muchas cosas, una posibilidad para neutralizar ese extrañamiento y otredad que poseo.

      «El molino», por ejemplo, puede ser un poema emblemático del tormento que significa escribir. ¿Cómo «padeces» tu escritura?

      Un molino transforma. Muele los granos para volverlos harina. Lo mismo ocurre con mis textos. Me percaté de ello en mi segundo libro. Por eso lo titulé Las conversiones.

      «Todo vicio es algo bueno», dice Brecht y recomienda: «Búsquense dos: ¡uno es demasiado!». ¿Cuáles son tus dos vicios más provechosos?

      Soy una persona de naturaleza adictiva. Mi vicio positivo tiene que ver con un afán coleccionista que ahora está circunscrito a los libros. Mis vicios negativos son inconfesables.

       De tu inquietante galería interior, ¿ cuál es el ser más entrañable y el que aún se mantiene esquivo?

      Hay varios personajes. Uno es alguien nebuloso que se podría llamar el guardián del tiempo. Mi próximo libro, si puedo escribirlo, girará en torno al tiempo. Otro es Barba Azul. Me interesa porque encierra en una habitación un secreto inmenso y terrible.

       Ahora vuelves a tu caja de reposo. Supersticioso como eres, ¿en cuánto tiempo estimas que se gestarán nuevas imágenes para el siguiente libro?

      En la poesía no caben programaciones. De repente ella decide no regresar. Ahora, si me guío por las señales del pasado, mis libros han ido apareciendo con regularidad. Si hay suerte, en unos cinco años.

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       Madera ígnea *

      Por José Güich

      El poeta Carlos López Degregori lanza una ineludible antología publicada en Colombia por la Universidad Javeriana. El 30 de abril se presenta en la prestigiosa Feria del Libro de Bogotá. Para el poeta, quien estudió Filosofía y Letras en dicha casa de estudios en la década del setenta, es como «cerrar un círculo». En Caretas se publicó una parte de esta entrevista que aquí aparece completa.

       Campo de estacas, como conjunto poético, no solo implica una mirada personal sobre tu obra y escritura desde 1986, sino también un reconocimiento o consagración que va más allá de las fronteras. ¿Qué criterios adoptaste para elaborar la muestra? ¿Cómo recibes esta edición colombiana?

      Elegí los treinta y tres poemas del libro porque me gustan. No significa que considere que esos sean los mejores o los más representativos. Sí busqué una selección que mostrara distintos espacios temáticos y propuestas formales. Por eso hay textos breves y lacónicos, otros que se presentan como series o itinerarios o sumas de fragmentos, al lado de algunos que casi tienen un eje narrativo. Cuando cerré la selección, pude comprobar que mi obra es unitaria. Es un proceso que posee muy pocas fisuras y en el que cada