exhibe ciertas características que fueron también propias de la antigua arquitectura peruana —particularmente costeña— tanto precolombina como colonial.
¿Sería esta última la arquitectura moderna peruana a que se refiere la segunda pregunta que formulé? Es posible, inclusive, que esta arquitectura marque un derrotero, pero este derrotero será correcto solo si la nueva arquitectura no se propone una idea a priori de peruanismo, como erró-neamente se lo propuso el neocolonial.
Si insistiéramos, entonces, en formular la pregunta: ¿hay una arquitectura moderna peruana?, la contestación podría ser:
No interesa que haya o no una arquitectura peruana. Lo que interesa es que hoy, en el Perú, nos empeñamos —y no solo los arquitectos— en hacer y en que se haga buena arquitectura. Al ser buena, esta arquitectura se adecuará al sitio y a la época en forma espontánea y natural, sin necesidad de recurrir a un criterio de peruanismo establecido a priori, que fue el equívoco romántico.
Referencia
Agrupación Espacio (1947). Manifiesto de la Agrupación Espacio: Expresión de principios de la agrupación espacio. Recuperado de: http://cammp.ulima.edu.pe/wp-content/uploads/2016/02/1947-CORDOVA-Adolfo-Manifiesto-de-la-Agrupaci%C3%B3n-Espacio.pdf
El espacio y la arquitectura de algunas iglesias limeñas*
Las iglesias limeñas que hoy conocemos no son los templos que se cons-truyeron poco después de fundada la ciudad. Ellas son más bien el producto de las transformaciones sucesivas operadas en el curso de los cuatro siglos de su existencia. Cuáles fueron estas transformaciones y cuáles las principales características de algunas de nuestras iglesias es lo que pretendo exponer en este ensayo.
Las iglesias del siglo XVI
La catedral y la mayoría de las iglesias conventuales fueron iniciadas hacia mediados del siglo XVI: en 1541, La Merced; alrededor de 1550, la segunda catedral de Lima (la primera era una modesta capilla fundada por Pizarro); hacia 1556-57, San Francisco. Por las descripciones del siglo XVII (entre las que destacaban la Historia de la Fundación de Lima del Padre Bernabé Cobo, escrita hacia 1639 y la Crónica Moralizada del Padre Antonio de la Calancha), época en que subsistían en gran parte los templos tal como habían sido concebidos por los arquitectos del siglo anterior, se sabe que estas iglesias tenían nave con muros de ladrillo o ladrillo y adobe cubierto con un elaborado techo de artesón y lazo, donde subsistían las técnicas y modos de la carpintería mudéjar. La nave estaba flanqueada por hileras de capillas conexas con techos de bóveda y el presbiterio era también abovedado, usándose para estos ambientes tanto las bóvedas de arista romanas como las góticas de nervadura, que ambas se ejecutaban en ladrillo. Las portadas y los retablos, que desde el comienzo constituyeren los principales elementos de decoración exterior e interior de nuestras iglesias, se concebían y ejecutaban por lo general dentro de los lineamientos del plateresco, estilo decorativo español del siglo XVI, producto de la fusión de influencias góticas tardías renacentistas italianas y, en algunos casos, mudéjares. Debido a las transformaciones habidas en el curso de los cuatrocientos años que nos separan de aquella época, hoy no subsiste en Lima ninguno de los artesonados, retablos y portadas de este primer período.
Figura 1. Interior de la Catedral de Lima
Dibujo de Patricia Rozas
Si uno la reconstruye mentalmente, la apariencia de estas iglesias del siglo XVI debe haber sido muy variada y algo falta de la unidad espacial y decorativa a que después nos acostumbrará el barroco. La presencia de muchas influencias y la alternancia de las cuberturas planas de madera con los techos abovedados nervados o a la romana deben haberles dado a los interiores un aspecto de conjuntos sueltos en que los espacios tenían un sentido de episodios con poca vinculación entre sí y donde las formas decorativas de diferentes estilos se entremezclaban, todas características propias de los períodos de transición. Algunas de estas características: el sentido episódico y la falta de unidad del espacio, por ejemplo, desaparecerán al transformarse las iglesias en el curso del siglo XVII y bajo el signo del barroco. Otras, como la presencia simultánea de varios estilos persistirá, aunque en menor grado, debido al conservadorismo en el gusto y a que la renovación de los templos se efectuaba siempre en forma parcial preservando elementos tanto estructurales como ornamentales de los edificios primitivos.
Las transformaciones del siglo XVII
En la historia de la arquitectura colonial es, en la mayoría de los casos, difícil generalizar en cuanto a cronología, estilo y autores de las obras arquitectónicas. Las iglesias se reformaban, se reconstruían parcialmente, se redecoraban en distintas décadas y en manos de diferentes maestros y alarifes, siendo muchas veces problemática la atribución de la obra debido a la variedad de autores que en ella participaban. A esto hay que añadir que en aquella época no existían planos en el sentido en que hoy existen, es decir, de dibujos del conjunto y de los detalles a los que se ciñe estrechamente la ejecución del edificio. Se dibujaban trazas o plantas y elevaciones, pero como la obra demoraba con frecuencia mucho tiempo y en ella intervenían muchos maestros, casi siempre sobrevenían alteraciones, fuera por causa de nuevas necesidades o por la evolución natural o incontrovertible del gusto. A esto se sumaba el hecho de que muchas decisiones se tomaban en la fábrica misma y que la labor de creación arquitectónica era más una labor de obra que de mesa de dibujo. Este método de trabajo resultaba de la organización artesanal de la profesión, de la identificación de una sola actividad de los oficios de arquitecto, constructor, contratista y maestro, y del carácter empírico de la arquitectura.
Si es difícil señalar una década precisa para el cambio que se operó en las iglesias de Lima con la apertura del período barroco, sí pueden precisarse los términos arquitectónicos de la transformación y darse fechas de algunas obras y nombres de algunos de los arquitectos y maestros que participaron en su diseño y construcción.
El principal hecho arquitectónico del siglo XVII fue la adhesión de las iglesias al esquema espacial italiano tipo Gesú. El Gesú es la iglesia principal de la Compañía de Jesús en Roma, proyectada por Vignola (fachada de Giacomo della Porta, 1573) y comenzada en 1568. Aunque no fue la primera iglesia de su tipo, pues tuvo un precedente en la iglesia de San Andrés de Mantua, proyectada por León Battista Alberti y comenzada en 1494, el Gesú constituyó un importante prototipo para las iglesias barrocas de Europa y América.
Las características tipológicas del Gesú, que en su diseño debía satisfacer las necesidades de buena visibilidad y buena acústica para la predicación, pueden resumirse así: planta en cruz latina con nave ancha y flanqueada por capillas laterales conectadas entre sí por pequeños vanos; la nave y los brazos del crucero están techados con bóvedas de cañón seguido, las capillas con cupulines sobre pechinas y el crucero con cúpula sobre tambor y también pechinas. El sistema de iluminación es a base de ventanas con lunetas de penetración perforadas en los arranques de la bóveda de la nave, ventanas en el tambor de la cúpula y linternas en esta y en los cupulines.
Si se recorren mentalmente las iglesias conventuales del centro de Lima, se verá inmediatamente que en su estructuración espacial —aunque no es sus proporciones— San Francisco, San Pedro, La Merced y en menor grado Santo Domingo adhieren al esquema tipo Gesú. El único elemento que estas iglesias no toman del prototipo italiano es el tambor de la cúpula que, en nuestros templos, descansa directamente sobre los cuatro arcos del crucero; por otro lado, tanto La Merced como San Francisco poseen coros altos de gran profundidad, indispensables en las iglesias de las órdenes religiosas tradicionales e inexistentes o poco desarrollados en los templos jesuitas.
Figura 2. Torre del templo de Santo Domingo en Lima
Fotografía de Martín Fabbri