Emilio Bustamante

Las miradas múltiples


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El misterio del Kharisiri por la limpieza de sus tomas, y El sendero del chulo, de Óscar Catacora, un chico con un gran futuro como cineasta.

       ¿Y del cine arequipeño?

      Me encantó Metanoia, de Cecilia Cerdeña, una propuesta subjetiva, personal, artística. Miguel Barreda tiene escuela, pero todavía no ha tenido éxito con Y si te vi no me acuerdo ni con Ana de los Ángeles; bueno, esta era de encargo, supongo que eso lo limitó. A Eitianen, de Juan Ojeda, creo que le faltó un guion mejor estructurado. De los cortometrajes de los cineastas del ARFA, el mejor me pareció Muñequita linda, de Rafael Meléndez, que ahora está haciendo documentales.

      (Edición: Jaime Luna Victoria)

      Miguel Barreda Delgado

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      Residió en Alemania, donde estudió cine y dirigió diversos cortos y mediometrajes. Entre sus cortos destacan El aliento de las piedras (1996, codirigido con Eleni Ampelakiotou, Primer Premio en Video, Festival Cinema Jove, Valencia); La vida me mata (1996) y Retrato de un amante cansado (1997, Primer Premio Festival Internacional de Escuelas de Cine, Potsdam). En el 2006 crea, en Arequipa, la empresa de producción audiovisual Vía Expresa Cine y Video. Su primer largometraje fue Y si te vi no me acuerdo, realizado en el 2000 y ganador del concurso de posproducción del Conacine en el 2009. En el 2012 estrenó comercialmente Ana de los Ángeles, su segundo largometraje, en Arequipa. Ese mismo año su proyecto Encadenados ganó el Concurso de Proyectos de Largometraje Exclusivo para las Regiones del Ministerio de Cultura. Encadenados se exhibió en el 2014 en Cinesuyu (Cusco) y en el Festival Internacional de Cine de Ayacucho (FICA), donde ganó el premio a mejor película nacional. La entrevista fue realizada el 2 de marzo del 2013, en Lima.

       Comencemos con tus datos familiares: tu nombre y edad, quiénes eran tus padres, a qué se dedicaban.

      Mi nombre es Miguel Barreda Delgado y nací en 1967, en Lima, de padres arequipeños. Mi madre trabajaba de empleada bancaria aquí en Lima, en el Banco de Crédito; la habían nombrado secretaria en la gerencia del banco, por eso nací aquí. Cuando yo tenía dos años regresamos a Arequipa. Mi padre, que era agricultor y ganadero, se enfermó, y ya no pudo seguir trabajando, y entonces mi madre volvió conmigo para que de nuevo estuviéramos juntos en Arequipa. Pero por eso yo me considero arequipeño nacionalizado, arequipeño de corazón y por mi familia.

       Háblanos de tu formación.

      Desde pequeño mis padres me pusieron en el colegio Peruano-Alemán Max Uhle, en Arequipa. Yo, en verdad, agradezco mucho la decisión de mis padres. Una de las ventajas del colegio era que la educación artística era tan importante como la educación científica, y también el deporte. No solamente había clases de arte, sino que se daban talleres adicionales de teatro, música y danza.

       ¿De cine no?

      De cine también. Cuando estuve en cuarto de secundaria tuve la suerte de contar con un profesor que tenía como afición hacer películas en súper 8. Era también el director del colegio. Con él empezamos a ver películas. Nos pasaba películas de Fassbinder, Werner Schroeter, Herzog, Scholöndorff, Wim Wenders. Esas copias llegaban del Instituto Goethe, y teníamos la facilidad de que en el colegio contábamos con un proyector de dieciséis milímetros; las copias llegaban en dieciséis milímetros. Luego ese profesor hizo también un taller de cine; hicimos un corto. Los alumnos desarrollamos la historia, luego él se encargaba de la cámara, pero nos dio las primeras nociones de desglose cinematográfico. Fue una experiencia muy grata. Yo no podría decir que allí surgió mi vocación por hacer cine, pero me pareció un oficio fascinante. Esa combinación entre técnica y narración, trabajar con esas máquinas que pueden reproducir de manera tan fidedigna la realidad, me parecía muy bacán.

      Pero yo no era un cinéfilo cuando era adolescente. Con mis amigos íbamos una vez a la semana al cine, era una de las diversiones usuales, y veíamos las películas que se daban entonces: Rocky, La guerra de las galaxias y las comedias de adolescentes. Sí recuerdo, particularmente, La ley de la calle, de Coppola; la vi el año 83 u 84, y desde allí habré visto como treinta veces esa película. La recuerdo como algo muy especial, no solo porque estaba en blanco y negro, sino por el tipo de historia y cómo estaba narrada. Otra película que me impresionó muchísimo fue Pink Floyd - The Wall, que era casi un videoclip de dos horas. Allí sí, cuando vi esa película, sentí ganas de hacer algo similar, juntar música con imágenes, esa sí fue unas de las cosas que me llamó mucho la atención.

      Al final de la secundaria yo no sabía exactamente qué hacer. Empecé a escribir poesía cuando tuve dieciséis años, en quinto de media; por un lado quería ser escritor, pero por otro lado me decía no, tienes que estudiar algo para vivir de algo, puedes ser profesor de literatura. Con esa idea me fui a Alemania, gracias a este director de colegio que me dijo que era posible postular a una beca para ir a estudiar a ese país. Postulé a la beca y tuve la oportunidad de ir primero a un colegio para convalidar los estudios peruanos y después ingresar a la Universidad de Münster para estudiar literatura y lingüística alemanas, y también lenguas romances. Pero lo de la beca no resultó porque las becas las dan cuando estudias un posgrado –un detalle con el que no había contado–, pero nunca a un principiante. Bueno, tampoco quería regresar sin pena ni gloria, y gracias a mi madre que me pudo ayudar los primeros años, y a que me conseguí después una chamba, me pude quedar; pero luego me di cuenta de que la literatura no era lo mío, que no tenía la disciplina para escribir, o para ser crítico de literatura o profesor de literatura. Y allí en Alemania empecé a ir al cine con más frecuencia.

      Cuando vi Un perro andaluz dije: eso es. Imágenes con música; eso es. Quiero hacer cosas así. Después me enteré de que en Berlín existe la Academia de Cine y Televisión, y me fui allá a postular. La primera vez que postulé no ingresé, y estuve esperando meses. Era una escuela bastante exigente, con proceso de admisión al que se presentan trescientas o cuatrocientas personas para veinte vacantes. Entonces empecé a trabajar de asistente de cámara en rodajes, o para estudiantes de cine. Dos años más tarde volví a intentar, e ingresé. El año 1990 empecé a estudiar; un año después de que cayó el muro.

      La escuela donde yo estuve, la Academia de Cine y Televisión de Berlín, nació con el cine de autor. La fundaron en el 67 o el 68, justo en pleno movimiento estudiantil, en pleno Mayo del 68, y estaba dedicada a la formación de autores. Entonces no hacían demasiado hincapié (y eso para mí era un defecto) en especialización técnica, eso ya dependía de cada uno. En otras escuelas sí, postulabas para hacer fotografía o editor o productor; en cambio en la Academia no, postulabas para ser realizador. Yo opté por la realización, y entonces dejé de lado un poco la parte técnica, aunque me concentré mucho en la edición; al terminar la Escuela trabajé varios años como editor.

       Hace unos años vimos unos cortos tuyos, que hiciste en la Escuela. Recuerdo que uno de los cortos era Retrato de un amante cansado.

      Sí, ese es el que más éxito ha tenido. Lo hice cuando estaba en la Escuela, con base en un material que grabé aquí en el Perú, en Arequipa. Vine en unas vacaciones y encontré una situación cotidiana en la calle y luego lo trabajé allá. Ese cortito ha ganado premios y estuvo en el Festival de Berlín.

       Otro era sobre un peruano que iba al zoológico a ver a un cóndor.

      Ese trabajo fue fruto de una convocatoria para estudiantes que hizo un canal regional de Berlín. El tema era la vida en la gran ciudad. Nos presentamos, y entre varias propuestas eligieron seis. La nuestra era sobre un peruano migrante que tiene problemas con la visa y está buscando a una alemana para casarse con ella. Era un poco en plan de comedia o sátira.

       En las dos películas hay una especie de cable con el Perú.