Romina Natalín Aldecoa

Tu nombre es el Amor


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había encerrado que no había luces ni compañía, solo la soledad, el miedo y el silencio de morir hambrienta y sedienta; los pensamientos relataban palabras por las cuatro paredes y la imaginación hacía estragos por la mañana cuando el sol coloreaba de rojo mis ojos cerrados.

      No dejaré llevarme por este desconsuelo, pero ya la resistencia deja de ser fuerte y siento culpabilidad de presenciar tanto dolor enfrente de mis ojos, no me perdono ser señalada con mi propio dedo ante errores que cometo y camino entre la adversidad de personas. Cuánto tiempo más veré caer sangre de mis hombros llevando esta cruz cada día más grande y pesada, esto que llevo, Señor, es lo que te doy, el dolor en el alma es muy desgarrador, veo esa luz que enciendes continuamente, pero el demonio busca tentar mis debilidades y hacerme caer en el egoísmo, orgullo, entre la soledad, la oscuridad y el silencio es lo que me impulsa a no amarme como Él lo quisiera, a seguir lo fácil. Ese camino tan erróneo que siempre abre sus puertas cuando arrastro mis pies por encima de las piedras, no mires los tantos pecados que hago cuando lastimo y vuelvo abrir Tus heridas, cuántas palabras hacen recordar y suplicar Tu misericordia, piedad ante tan absurda alma. Cómo las estrellas aumentan la memoria de tiempos antiguos, remontando la vida con sonrisas y juegos inocentes en aquellas noches frías, cómo olvidarme de la alegría cuando hoy la anhelo en mi interior, en la más profunda oscuridad de esta verdad tan angustiosa.

      Tal vez sea solo volver, pero somos todos los seres iguales y nos ignoramos como si nuestro dolor fuera diferente al del otro, cuando pruebes mirar a los ojos a alguien con el más profundo amor verás más allá de todo, tu propia tristeza en el ojo ajeno, solo señalar con el dedo sirve para darte cuenta de tus propios errores, ya es hora de no negar los latidos del corazón cubriendo su ruido con el bullicio de la sociedad. Cuántas heridas hemos hecho en el alma de otros y solo miramos nuestro sufrir, si el Padre nos observa cómo destruimos todo lo que nos da y aún así nos perdona dándonos la oportunidad de convertir nuestra perversidad en bondad, justos y dignos son Tus juicios cuando llevo mis sentimientos por donde conviene sin importar cuántas palabras hayas dicho en mis oídos, tanto egoísmo en mi encuentro que pienso únicamente en que “la vida se alarga sobre la tierra y el dolor sigue, a la sombra de mi sombra me arrastro sin solución”, algo que parece remarcarse en la piel como las cicatrices incapaces de borrarse con el transcurso del tiempo, pero que no desista Tu clemencia hacia el desamparo de mi esencia. Otra vez una nueva batalla comenzó, siempre arrastra como la corriente de un río vicisitudes ermitañas en medio de la búsqueda infructuosa de la realidad desnaturalizada por una farsa deteriorada, acabada por la gran fortaleza que emana en cada visita que haces en mi interior instalándote como un huésped hallando su guarida, el Gran Maestro viviendo adentro de mí en cuerpo y sangre a través de la gracia que Él mismo derramó para abrir mi alma en la común-unión, pero aún suplico que Te quedes aquí con y en nosotros. Intentar sosegar el repetitivo pulsar insensato al verte cerca de mí y que mis labios deban ser la puerta para entrar en intimidad conmigo, ser indigna de hospedarte en este lugar.

      Haz que seamos como niños, pero sé que no somos accidentes esperando a que ocurran, empaña mis ojos con Tu mirada y que el amor me lleve contigo, no deseo hacer de la luz que has encendido en mí la profunda oscuridad corriendo por lo que pides en el silencio. Cada aurora en que me despiertes que desaparezca en ti mientras que Tú desapareces en mí, sentir que has prendido en mí la llama de la ardiente afición cuando sea hábil en abrir las manos para amparar a quien lo necesita, ya no veré mi rostro en el otro sino Tu pacífica y penetrante visión. Que siempre que Te hable sea como la primera, última y única vez que lo haga, sé que a veces no sé qué desean dictarte mis labios, aunque comprendí que solo basta una mirada para entregarse amor, esa mirada que abraza al alma débil por el pecado, triste por no escuchar Tu voz y solo arrastrarme por la tempestad mundana. Ha sido muy extenso el transcurso sin situarme debajo de Tus pies llagados, de rodillas; sé que has visto cuántas lágrimas derramé en este caudaloso río y la suma que todo el dolor hace pesar esta cruz, no obstante, has estado en mi cuarentena, al lado mío en la rebeldía, en las caídas, en los cambios de ánimo y en todo. Así regreso a ti, también a los brazos de nuestra Madre, a quien imploro que me enseñe amar a Su Hijo como Ella nos ama, a llevarlo en lo secreto del alma como lo llevó en el vientre materno.

      La dignidad que has impuesto en mí hizo balbucear vocablos a mi lengua inmóvil por el abandono, sin embargo, el miedo detiene el entorno resguardando Tu delicado clamor del murmurar de los individuos, concédeme la gracia de oírte abnegando las críticas impetuosas que impiden encomendarse en Tus brazos y que Tu voluntad tiña de nubosidad mi visión llevándome a donde deseas. Las ruinas del pasado difaman mi presente porque las palabras son tan fáciles cuando se fugan rápidamente de los labios y tan confusas cuando procuran actuar moviendo las manos. Mientras el reloj sigue marcando el paso del tiempo muestras aquella verdad universal y la otra verdad preparada para cada uno, también para mí, pero me ahoga el pánico de conocer esa verdad y sin ser ninguna excusa, he sido capaz de darte la espalda creyendo en las mentiras mundanas. Desde aquí intento demostrar que ansío dar un paso más en este camino aceptando que sin ti nada puedo, acepta una humilde petición de un alma pecadora que anhela Tu misericordia y pretende mirarte cara a cara sin miedo a nada. Hazme agachar mi cabeza y retornar a ti como el hijo pródigo, clamando Tus sabias enseñanzas para frecuentar la presencia más repleta de amor que das, ofreciendo mi arrepentimiento por desobedecerte y dejar que las repetitivas faltas empujen todo al abismo, pésame por no amarte y enmienda estos insultos porque debido a eso resquebrajé las virtudes que habías hecho nacer en mí, sembré la exasperación en las cercanías hasta en lo más intrínseco de mi corazón.

      En tantos oráculos apareció Tu nombre encantando la imaginación y el frenesí de mi confianza, como observar el profundo brillo en las pupilas de Tus ojos conquistando este agotado ente petrificado por la espontaneidad de Tus invenciones. Son las canciones más largas y dichosas de alabar al creador de tantas gracias, a quien debemos agradecer y proteger las tantas criaturas impuestas a nuestra prudencia bastante descuidada por el mirar recto a nuestro “yo”, naturaleza tan celestial como el paraíso preparado para ver si caminamos por el sendero que nos va guiando con los rayos del sol, tan perfecto que despreciamos lo que modeló con Sus manos, somos tan idénticos entre seres humanos y a nuestro alrededor hay entes que debemos acunar con el afecto que Él mismo nos entregó para hacer de ellos el reflejo del Dios amante de su creación, hombres y animales compartiendo el cosmos dando sustancia a lo que creemos que es menos insignificante, dándole respeto a eso que pensamos que es lo más pequeño como los animales con solo instinto, así amaremos a aquello tan sabio e inteligente como el mismo hombre y como principio, solo otorgaremos afectuosidad al Dios escultor perfecto de almas si lo contemplamos a Él en los demás. Es decir, entregando al amor por excelencia nuestra vida miraremos en un espejo a Él mismo en todo lo demás, una migaja de pan que puede alimentar al sabio y al que no lo es, ver a Cristo en el sufrido y en el que no, en el hambriento y en el que no, en el enemigo y en el que no, en un ser humano y en un animal, Dios implantado delante de mi visión como único punto de prioridad.

      Cuánto de mentira me sabe a verdad cuando las debilidades me hacen irme de mí y verme sin mí, el conocer las tribulaciones del entorno encapsuló la ida de mi avistar más allá, mentira que satisface al rechazo por sentir algo distinto a los ojos de un discriminador, no aceptar ver un color diferente en el arcoíris del Creador, ignorando a que ingrese en el mundo que Dios le designó, alguien que ve mejor que diez, es alguien creado con un gran don, ese alguien puedo ser yo. Enséñame cuál es ese don porque el género humano inhibió mi hablar, mi andar, todo lo que alguien considerado “normal” pueda realizar, es como si estaría envuelta de inmovilidad o de miedo a avanzar, crucial es la realidad pero debo amarte como soy con mis caídas y mis pesares, con la cruz mía que llevas en Tus hombros, porque si espero perfeccionarme totalmente nunca daría este amor que te busca continuamente, que sale inconsciente como las gotas que caen de un vaso colmado de agua en busca de alguien que la tome o la derroche en cualquier lugar, aquí pretendo que bebas esa agua, esa ternura que humedece mi interior indagando Tu calor. Tanta dulzura empalagó mi corazón y lo sació de vehemencia inocente y contagiosa, prueba que el amor es un templo y es la ley primera, abre este dulce caramelo que Dios te regala saboreando la confianza y la verdad, ¿puedes temerle al Dios bondadoso y compasivo?, intenta gritar en la colina más alta lo que sientes por Él y lo escucharás siendo Él mismo, el eco de