Angie Guerrero Zamora

Cartas al general Melo: guerra, política y sociedad en la Nueva Granada, 1854


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cultural (Valencia: Universitat de Valencia, 2011), 156-212; y en Edward Said, Orientalismo (Barcelona: Debolsillo, 2002).

      2 Un texto que marcó el giro lingüístico en la historia fue: Gareth Stedman Jones, Los lenguajes de clase. Estudios sobre la historia de la clase obrera inglesa (1832-1982) (Madrid: Siglo XXI Editores, 2014). Una crítica de los estudios subalternos a las visiones teleológicas occidentales se puede ver en: Dipesh Chakrabarty, “Una pequeña historia de los estudios subalternos”, Pablo Sandoval (Comp.), Repensando la subalternidad. Miradas críticas desde/sobre América Latina (Popayán: Envión Editores, Instituto de Estudios Peruano, 2010), 25-52.

      3 Jaume Aurell, La escritura de la memoria. De los positivistas a los postmodernismos (Valencia: Publicaciones Universitat de Valencia, 2.ª edición, 2017), 168-173.

      4 Mirian Galante y Marta Irurozqui, La razón de la fuerza y el fomento del derecho. Conflictos jurisdiccionales, ciudadanía y mediación estatal (Tlaxcala, Bolivia, Norpatagonia, siglo XIX) (Madrid: CSIC, 2011), 9-21; Georgina López González, “Cultura jurídica e imaginario monárquico: las peticiones de indulto durante el segundo imperio mexicano”, Historia Mexicana, vol. LV, n.° 4 (2006), 1289-1351.

      5 Hilda Sabato y Alberto Lettieri (Comps.), La vida política en la Argentina del siglo XIX. Armas, votos y voces (Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2003), 9-22.

      6 Para una distinción entre la política y lo político se puede consultar Pierre Rosanvallon, Por una historia conceptual de lo político (Argentina: Fondo de Cultura Económica, 2016). Según su propuesta, la política hace referencia al marco normativo e institucional y su organización y lo político a la forma como los individuos se apropian de las normas, las interpretan, negocian, aceptan o rechazan y de esta forma modelan las instituciones estatales.

      7 Sobre los planteamientos seminales de la militarización, véase: Tulio Halperin Donghi, Historia contemporánea de América Latina (Madrid: Alianza Editorial, 6.a reimpresión, 2005), 137-138; Revolución y guerra. Formación de una élite dirigente en la Argentina criolla (Buenos Aires: Siglo XXI Editores, 1972), 146-162. Respecto a la idea de legitimidad de los levantamientos armados en el siglo XIX, véase: Hilda Sabato, Republics of the new world. The revolutionary political experiment in 19th-century Latin America (Nueva Jersey: Pricenton University Press, 2018), 113-115.

      8 Estas cartas son las siguientes, por la nomenclatura de su signatura: 29408, 30366, 30620, 32664 y 31601.

      9 Sin duda alguna, el golpe del general José María Melo el 17 de abril de 1854 es uno de los temas más recurrentes en la historia del país, con cierta frecuencia se hace referencia al evento en periódicos y revistas de circulación nacional. Un acontecimiento que en los últimos años ha ido consolidando una interpretación de izquierda o populista que lo interpreta como una revolución social frustrada, como veremos más adelante. Gustavo Petro, por ejemplo, en un mensaje de Twitter del 22 de febrero de 2020 escribió lo siguiente: “José María Melo es el único presidente indígena de Colombia, fue el último oficial de Bolívar y llegó al poder a mediados del siglo XIX al frente de una revolución de artesanos. Derrocado por la oligarquía se fue a luchar por las causas democráticas en México y allí murió”, véase: https://twitter.com/petrogustavo/status/1231362873840078848. No es mi interés entrar a debatir su tuit; pero, como veremos más adelante, su afirmación está llena de imprecisiones y errores. Tampoco pretenderemos auscultar la ascendencia del militar, en una sociedad y en especial en el altiplano cundiboyacense y el Magdalena, donde la miscegenación había sido alta. Sin embargo, esto demuestra que en las discusiones públicas contemporáneas el golpe del general Melo sigue siendo central en los debates políticos, así sea interpretado amañadamente para legitimar cierta plataforma o candidatura política, mucho más cuando lo que se quiere resaltar es que fue una revolución social frustrada por una coalición de oligarcas. De hecho, la retórica antioligárquica, frecuentemente usada para denunciar por parte de un actor social o un colectivo una dominación señorial en el país forma parte de una tradición política que arranca en el siglo XIX, que se caracteriza por su falta de precisión acerca de quiénes conforman estas oligarquías, pero que ayuda a satanizar al contrario y polarizar el campo político. Sobre este último aspecto, véase: Malcolm Deas, Intercambios violentos y dos ensayos sobre el conflicto en Colombia (Bogotá: Taurus, 3.ª edición, 2015), 47-48.

      10 En el estudio introductorio que sigue a continuación procuraremos mostrar un poco la forma como se ha interpretado el golpe del general Melo y la falta sistemática de consulta de fuentes primarias sobre el tema.

       revisitando el golpe del general José María Melo

      En la madrugada del 17 de abril de 1854 se inició en Bogotá uno de los acontecimientos políticos más significativos de la historia colombiana. Ese día, el general José María Melo cerró el Congreso, destituyó al presidente electo, José María Obando, y declaró cesante la Constitución de 1853. El evento pretoriano tuvo como apoyo la fuerza regular acuartelada en la capital (una compañía de artillería, un cuerpo de húsares y otras unidades de infantería) y la Guardia Nacional auxiliar, constituidas por los artesanos de la ciudad.

      El golpe, que marcó el inicio de una guerra civil que duraría ocho meses, fue en realidad el punto de llegada de un proceso iniciado a finales de la década de 1840 y signado por las denominadas reformas liberales. No obstante, si algo ha caracterizado a las interpretaciones del acontecimiento que nos ocupa es la perspectiva coyuntural, común a los contemporáneos y a los historiadores. Uno de los primeros cronistas del evento fue Venancio Ortiz, quien en su Historia de la revolución del 17 de abril (aparecida en 1855 y reeditada en 1972) analizó las causas del golpe, pero ninguna se remontaba más allá de 1853. Además, Ortiz elaboró una narrativa condenatoria del acto militar al considerarlo un complot de Melo y Obando, motivado por ambiciones políticas y, como todas las guerras civiles, un asunto de empleomanía: multitud de individuos inutilizados para las artes y carentes de pan por falta de industria “aspiraban a los empleos públicos para vivir del tesoro nacional, y se arrimaban al primer ambicioso que, pretendiendo asaltar el poder, les ofrecía una colocación”, concluyendo que “[…] Este ha sido la fuente de nuestras constantes guerras”1.

      Entre los argumentos de Ortiz para explicar el golpe del general Melo como un acto perpetrado por una facción del Partido Liberal se encontraba la ley orgánica de milicias del 15 de julio de 1853, que según él atentaba contra las disposiciones electorales de la Constitución promulgada el mismo año, la cual había otorgado el sufragio universal masculino a los mayores de 21 años. En su opinión, la organización de la Guardia Nacional buscaba ahuyentar a los votantes para no ser reclutados o, en su defecto, constituir una fuerza armada de choque para evitar que los contrincantes votaran. Para corroborar su tesis, Ortiz afirma que tradicionalmente la organización de las guardias nacionales se hacía solo en tiempos de guerras civiles, y no en tiempos de paz2.

      Este argumento no resiste el examen histórico. Primero, desde la sanción de la Constitución de 1832, que reformó ley orgánica de milicias de 1826, cada administración presidencial procuraba que las guardias nacionales se mantuvieran organizadas y disciplinadas. Por lo tanto, la ley de julio de 1853 no constituía ninguna novedad. Segundo, su formación no generaba una fuga masiva de hombres de los poblados porque su sistema de alistamiento era voluntario y no forzoso, y estaba mediado por los notables de las parroquias, quienes fungían como comandantes del cuerpo, los cuales ofrecían recompensas y dádivas a los enrolados. En resumen, la organización de compañías de la Guardia Nacional en las parroquias no promovía la desmoralización en la población votante3.

      Tercero, no es claro que las guardias hayan intervenido en las elecciones. Aun cuando faltan estudios que aclaren su injerencia, es un hecho