Enrique Dussel

El arte de argumentar: sentido, forma, diálogo y persuasión


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es adecuado para el estudio del texto escrito, incorporando otras dimensiones de la interpretación. La crítica de lo que implica para la comunicación oral, sin embargo, nos lleva hacia la teoría de sistemas dinámicos, más allá del estructuralismo y el cartesianismo.

       El malentendido: de la proposición y la estructura al ser humano

      El modelo de Jakobson, heredero del cartesianismo, del llamado «circuito de la comunicación» de Saussure y de la propuesta de Shannon y Weaver, no corresponde a una visión adecuada de lo que es el lenguaje y la comunicación humana, en especial si consideramos la oralidad. Como hemos escrito con Stuart Shanker, más allá de la metáfora informacional que ve la comunicación lingüística como un limitado proceso de codificación, el lenguaje es visto por nosotros como parte de un sistema dinámico. En la teoría de sistemas dinámicos, hemos recordado, la organización emerge de la influencia mutua de los constituyentes de un sistema15 y la comunicación es concebida como una danza, una actividad corregulada, en medio de la cual emergen intenciones comunicativas dentro de un contexto. No se trata de un proceso de «lectura de la mente». Dichas intenciones no son insondables, están encajadas en la situación, las costumbres e instituciones culturales (Wittgenstein). No hay mentes aisladas e islas de conciencia en la vida cotidiana de la comunicación argumentativa o de cualquier otro tipo, las hay en los enfermos o en el monólogo (y aun éste se puede concebir, como hace Bajtin, como un diálogo entre dos posturas). Pasamos del paradigma señal-respuesta, enviar-recibir y codificar-decodificar al de embrague-desembrague (o involucramiento-distanciamiento), sincronía-discordancia y percance-reparación. Los copartícipes de la comunicación establecen y sostienen un sentimiento de ritmo y movimiento compartido. Los participantes se reflejan los unos a los otros en sus conductas específicas e incluso armonizan uno con otro a través de diversas modalidades de expresión que ya anotaba Bajtin (así por ejemplo, en un diálogo, los participantes pueden retomar actitudes y movimientos de las manos del otro). El ajuste o conflicto en la danza multimodal rebasa la visión estructuralista y la división tajante de los «niveles» del lenguaje, imposible de ser reducido a la sola y autónoma sintaxis o a la semántica de Naess y Crawshay-Williams. Supongamos, por ejemplo, una escena en la que en una discusión académica, alguien plantea un punto de vista claramente defendible, pero lo hace con un tono burlón y con una mueca correspondiente. Otro participante en la escena capta el tono y se levanta, grita y sale del salón, no por lo dicho, sino por la carga emocional que conlleva. Este proceso de mutua armonización o desarmonización refleja el rol de la emoción en la comunicación.16 El lenguaje se entrelaza con la comunicación, la emoción y la cognición. No remite a un estructuralismo sin agente e historia, a realidades internas de hablantes y oyentes, a individuos aislados y envueltos en la estructura invariante. Es un proceso dinámico, de acción contextualizada donde los agentes culturales interactúan a partir de sus metas, de sus propósitos, como indica Crawshay-Williams, pero incorporando dimensiones no sólo lógicas.

      El malentendido, en realidad, nos debe llevar a redefinir la base misma de las teorías del lenguaje, la comunicación, el entendimiento y la interpretación; y con ello, cuestionamos también el fundamento mismo de la argumentación. Esto ha sido puesto en evidencia en forma nítida por Talbot Taylor (Mutual Misunderstandings). La pregunta no es sólo ¿qué es entender? o ¿cómo entendemos?, sino si acaso entendemos. Ahora bien, cuando comparamos una pregunta como ¿entendemos? y otra como ¿nos entendemos?, resulta patente que el malentendido se presenta entre dos individuos o al menos dos instancias del yo. Y pareciera que el entendimiento está sólo en nosotros, pero no es así, todo no entendimiento es un malentendimiento, resulta en un no poder llegar al otro. Así, cuando estudiamos la conducta lingüística o argumentativa humana, el problema que se nos presenta muchas veces no es intelectual sino humano-integral y de voluntad de llegar desde el simple sentido hasta el sujeto. Wittgenstein dice al respecto:

      Lo que hace a un asunto difícil de entender —si es algo significativo e importante— no es el que antes de que puedas entenderlo necesites ser especialmente entrenado en abstrusas materias, sino el contraste entre entender el asunto y lo que la mayoría de la gente quiere ver. Debido a estas cuestiones más obvias, el entendimiento puede convertirse en lo más difícil de todo. Lo que ha de ser superado es la dificultad que tiene que ver con la voluntad, más que con el intelecto.17

       La argumentación no es sólo un malentendido

      Un malentendido o su fundamento de no comprensión se resuelve mediante aclaración, en tanto que una argumentación se resuelve en la dialéctica mediante disputa, ya sea regulada o no. En retórica, un diferendo se resuelve por el auditorio gracias a la menor o mayor persuasión de dos discursos dados. El malentendido es uno de los umbrales inferiores de la argumentación, el umbral inferior de la diferencia. Es un núcleo de la comunicación y la argumentación, pero que sólo es tal en tanto se vuelve en realidad polémico y atañe a la verdadera diferencia. El otro umbral inferior es el de la lógica, de la argumentación como mero producto, sin la presencia de personas, o sea, el argumento sin argumentador, sin agente, sin sujeto (o con la teoría por sujeto epistémico).

      El malentendido, pese a ser un umbral inferior argumentativo muestra ya la necesidad de conciliar descripción y norma. La descripción nos ayuda a comprender cómo es el malentendido, la norma nos fija estándares de cómo proceder, interpretar y qué considerar para disolver de la mejor manera posible la diferencia. El tratamiento del malentendido funde la lógica que nos permite comprender su forma y precisar su contenido, el lenguaje que es su núcleo, la dialéctica que establece el procedimiento de su disolución y la retórica que nos permite conocer las connotaciones culturales e individuales de cada contexto. El malentendido, simple como es, nos lleva ya hacia lo paraverbal y lo no verbal, así como a las dimensiones del poder, la ideología y la cultura. Negar cualquiera de estos niveles es negarse a resolver de la mejor manera un malentendido, lo mismo que negar las dimensiones sentimentales, de creencia e intuición y el todo de la comunicación. Las propuestas analíticas pueden no ser conciliables entre sí, pero lo importante es reconocer las posibilidades de cada teoría y la complejidad de lo real, permanecer en un estado de diálogo y apertura.

      El malentendido, por último, nos hace pensar en una de las condiciones fundantes de la argumentación: la diferencia y la polémica. Cuando no existe polémica no hay aún verdadera argumentación. El problema estriba en que muchas teorías dialécticas tratan la argumentación «como si fuera» un mero problema de malentendido. Es decir, una postura es la correcta, la otra no justifica de manera adecuada su razón. Si el que «pierde» entendiera, aceptaría que pierde. Todo está en la razón y la aclaración. Es el caso, en diferentes grados, de la teoría de la acción comunicativa de Habermas, de la pragma-dialéctica y de algunos pensadores del amplio subcampo de la lógica informal: «la luz de la razón» debe llevar al otro a la comprensión del «mejor argumento», cosa cierta en muchos casos, pero no siempre. Además, esta visión presupone una sola vía para comprender lo real, lo cual, nos llevaría, por ejemplo, a abandonar la posibilidad en la física de hacer coherencia tanto de la teoría corpuscular como de la teoría ondulatoria de la luz. Más compleja aún es la cuestión en las ciencias sociales, que desarrollan a un tiempo diversos paradigmas en conflicto. Y ya ni qué decir de la polisemia poética, que algunos quieren domar mediante análisis formales o lingüísticos unívocos.

      La diferencia es también algo relevante. La diferencia es ya la base de las distinciones. Las distinciones son culturales, son asunto de conocimiento. Toda diferencia es sociocultural hasta un cierto grado. Aun un algo natural, al ser la realidad multideterminada, puede ser visto desde otro punto de vista. Físicamente distinguimos entre un líquido caliente y otro frío. Pero podemos decir, desde una particular perspectiva, que son la misma cosa: un líquido, el mismo líquido, no importa si está caliente o frío. O podemos sentirlo frío o caliente, según nuestras peculiaridades sensoriales.

      La socioculturalidad y el enfoque de la argumentación son necesarios, aun en la simple diferencia. La distinción nunca es inocente, está situada. Es cierto que distinguimos para entender, pero para entender en una cierta forma y desde un cierto ángulo (bajo un cierto fundamento, diría Peirce). La montaña no aparece igual de abajo