Enrique Dussel

El arte de argumentar: sentido, forma, diálogo y persuasión


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ya el objeto de preocupación de Naess y Williams, aunque la lingüística conversacional se acerca al tema desde una perspectiva descriptiva y no normativa, conforme a un esquema general: una negociación tiene al menos un inicio, un desarrollo conforme a la meta y un cierre; se da siempre que existe un diferendo y su resultado puede ser el éxito o el fracaso; si se tiene éxito puede ser que alguna de las partes se lleve el triunfo o que se establezca una situación de compromiso.

      FIGURA 6. EL RESULTADO DE LA NEGOCIACIÓN CONVERSACIONAL

La negociación conversional Triunfo Compromiso Fracaso Éxito

      Uno de los casos de negociación es el malentendido, que puede tocar diferentes temas: malentendido de la relación entre los participantes, de la identidad de los mismos, de los procedimientos, de los signos empleados, etcétera. Este punto es central, no sólo se focaliza un aspecto del malentendido sino que se analizan diferentes características de funcionamiento según los temas, los puntos de discusión, la significación, etcétera.

      Cuando se trata de una negociación de signos, si seguimos el triángulo peirceano de manera realista, el diferendo puede remitir a aclaraciones sobre el referente (a lo que remite lo dicho: v.gr. el mal de un paciente), el significado (el concepto: el «empacho» o la «infección gastrointestinal» del paciente) o el significante (la forma que soporta el contenido, las palabras o frases: supongamos, por ejemplo, que lo que el paciente tiene no puede ser definido como «infección gastrointestinal» sino como «úlcera»), apreciación que amplía el tema de la convención en Crawshay-Williams, que habla sólo en sentido general de la «aceptación de definiciones».

      Nosotros diríamos que es importante además el uso del signo en un sentido amplio, más allá de lo verbal. La perspectiva semiótica de Peirce, también adoptada y modificada por Naess, permite una apertura hacia lo no verbal, que puede jugar un papel en el malentendido. En las películas cómicas, por ejemplo, se explota el malentendido por disparidad respecto a la posibilidad de comprobar una evidencia física que uno de los participantes no puede ver, estableciéndose un juego complejo entre emisor, destinatario en el campo de la pantalla y destinatario espectador fuera de campo.

      Además de vincularse a distintos temas y a dimensiones no verbales, la negociación de signos puede llevarnos hacia malentendidos en torno al sobrentendido (un implícito que tiene que ver con el contexto y el uso que hacemos de las expresiones). Para su disolución han de expresarse necesariamente los implícitos, como en los casos de diferencias de interpretación en Naess, donde pueden asignarse distintas proposiciones a una misma formulación lingüística. Sólo que en el caso del sobrentendido la «explicitación» puede llegar a ser complicada y prolongada, porque no siempre sabemos de entrada en qué fundamos nuestra apreciación.

      Por otra parte, la teoría de la negociación nos conduce al tratamiento de las escurridizas intenciones en el malentendido y la argumentación, ya que en una interacción se negocian las relaciones y el poder asociado a ellas. Así por ejemplo, el malentendido puede ser construido de modo artificial, como estrategia erística o de mala fe: construyo un malentendido para ganar posición. Cuando coloco al otro en situación de explicarse, está en una posición baja, de menor poder, se ve afectada su «cara», su territorialidad o la imagen de sí mismo.

      En suma, el malentendido, de acuerdo con la teoría de la negociación conversacional, según la empleamos en análisis del discurso, puede vincularse a distintos tópicos, a dimensiones no verbales, a lo implícito y silenciado, así como al poder y la intencionalidad.

       El malentendido en la comunicación funcional

      Pensar el malentendido desde una óptica discursiva puede llevarnos mucho más lejos de lo que lo hacen las consideraciones de Naess y Crawshay-Williams o el estrecho marco de la teoría de la conversación. Estamos acostumbrados a pensar la vida del lenguaje en términos positivos. Pero ¿qué pasa cuando no hay comunicación, según nos indica Levin? Algo así sucede en la mayoría de los casos estudiados por los neurolingüistas, patólogos del lenguaje, psicólogos y estudiosos de los conflictos interpersonales, culturales y sociales. En estos casos, hemos de plantearnos no una teoría de la comunicación sino una teoría de la incomunicación. O, mejor aún, una teoría de la comunicación-incomunicación. El modelo comunicativo de Jakobson, reelaborado por la teoría del discurso (ver infra), puede ser visto también como un modelo de comunicación-incomunicación que nos sirva para comprender los malentendidos, la mala comprensión o interpretación de algo.

      En nuestra visión discursiva del modelo jakobsoniano —que ya esbozamos en «Todos somos argumentadores»— puede haber un emisor simple o toda una cadena de emisión (por ejemplo: una empresa que solicita un anuncio, la empresa publicitaria que lo realiza, la empresa televisiva que lo transmite). El emisor puede ser individual o colectivo y lo mismo sucede con el receptor. Ambos son activos en todo momento. La comunicación es algo dinámico. Como dice Bajtin, el receptor prefigura lo que dirá el emisor. La comunicación discursiva es un proceso complejo, multilateral y activo. El oyente al percibir y tratar de comprender toma una postura activa. Completa lo dicho, lo aplica, se prepara para una acción o una respuesta. Esta actividad del receptor se demuestra incluso en ausencia del emisor, en los casos de «proyección» errónea de nuestro imaginario sobre una lectura. Un texto no siempre dice lo que leemos; es decir, la palabra escrita puede ser una y nuestra lectura, incluso atenta, puede cometer un error por adición, substracción o transformación.

      La comunicación no se da en un solo canal sino que puede ser multicanal, operar en varios planos a un mismo tiempo, como es el caso del lenguaje oral, que se presenta en asociación de voz y gestos, miradas y ademanes.

      La codificación corresponde a procesos inversos en emisores y receptores: los primeros codifican, los segundos decodifican. La referencia presenta diversas dimensiones: la imaginaria del sujeto, la simbólica en la que se mueven los lenguajes y lo real (sin embargo, casi siempre mediado, en cierto grado, por lo simbólico). Por último, no hablamos de mensajes, sino de discursos, ya que siempre lo dicho, escrito o planteado en otro sistema semiótico lleva tras de sí una configuración de acuerdo con determinada formación discursiva.

      FIGURA 7. EL ESQUEMA COMUNICATIVO FUNCIONAL VISTO DESDE EL ANÁLISIS DEL DISCURSO

Referencia: Simbólica Imaginaria Real Código 1: Codificación Código 2: Decodificación Cadena de emisión Cadena de recepción Canal(es) Discurso

      Si siguiéramos el modelo comunicativo-discursivo, veríamos que los malentendidos pueden tener muy diversas fuentes, entre las cuales podríamos mencionar las siguientes:

      • Atribución del discurso al emisor directo, cuando en realidad detrás de éste puede existir un emisor colectivo o una cadena de emisión. A la inversa, el emisor puede creer que el receptor es un individuo aislado cuando en realidad es una cadena o un receptor colectivo

      • Contradicción en la lectura de los canales o atención a uno solo de ellos

      • No coincidencia suficiente de los «códigos» 1 y 2

      • Atribución errónea de la referencia, ya sea global o en particular de alguno de sus tipos (real, imaginaria o simbólica)

      • Identificación incorrecta del discurso y su construcción poético-retórica.

      La expresión de la comunicación en un nivel aparente puede no corresponder con las intenciones del hablante o la función profunda de la expresión (Reboul). Por ejemplo, un discurso puede hablar de la referencia, de lo lógico, cuando en realidad lo que se debate en profundidad (en lo implícito) es la situación emocional, el sentimiento del que habla. O, como en la publicidad, se puede expresar un slogan poéticamente cuando en realidad se busca crear el impulso de compra. O en la política actual que juega en el nivel poético con jingles y canciones populares para, en profundidad, mover al otro a votar.

      Esta perspectiva de complicación del enfoque funcional, aunque teóricamente limitada por el resabio