al paso del psicoanalista en tanto psicoterapeuta, es la necesidad de distinguir, de no pasar por alto, los indicios que pueden anunciar un desenlace del proceso que se ha echado a andar en el despeñadero de la psicosis. Como decía Freud en sus trabajos sobre técnica, para el psicoterapeuta esta distinción no es un problema puramente teórico o académico, se trata de un asunto práctico, que tiene consecuencias para los destinos del paciente y el trabajo emprendido. Consecuentemente, este es uno de los primeros problemas que aborda Coloma en su aproximación psicoanalítica a la psicopatología. Teniendo como referencia las líneas más gruesas, es decir, aquellas que dibujan los rasgos más característicos, de las escuelas que llevan el nombre de sus fecundadores, Klein, Lacan, Winnicott, el autor nos presenta un esquema referencial que permite ordenar, mediando una inicial caracterización del tipo de construcción teórica en que los autores sostuvieron su trabajo, y reconocer nuestra posición en relación con el tipo de elementos conceptuales utilizados. ¿Pensamos en términos de estructura, función o existencia? Respectivamente, ¿en conceptos propios de Lacan, Klein o Winnicott? Señalemos de paso que Jaime Coloma no ha dejado de expresar, en distintas oportunidades, el de mantener su trabajo de pensamiento con independencia de las distintas teorías dominantes, pero sin perderlas de vista en tanto perspectivas que dan cuenta de la compleja experiencia de conocimiento en que consiste el psicoanálisis. Orientando su discurrir con este entramado conceptual, aborda los distintos problemas implicados en el esfuerzo de distinguir, en distintos momentos del trabajo psicoanalítico, no solo la naturaleza de los fenómenos y procesos psíquicos como pertenecientes al espacio de las neurosis, las perversiones o las psicosis, sino también el modo en que estas regiones de la psicopatología presentan fronteras con grados diversos de permeabilidad entre ellas: el modo en que una clase de fenómenos pueden devenir en otros y en qué condiciones.
Aunque el propósito central de esta confrontación del pensar del psicoanalista en el trabajo con el paciente apunta a la relación de este trabajo con las teorías y conceptos psicopatológicos, en el discurrir de Coloma no se evade la posibilidad visitar las más distintas estaciones del pensamiento y la cultura en general, dada la necesidad de profundizar en la comprensión de los hechos de la clínica que ponen en entredicho nuestros hábitos de pensamiento no solo en la dimensión metapsicológica sino, también con frecuencia, en problemas propios de la metafísica y la antropología, por un lado, y en las cuestiones más domésticas y cotidianas para el psicoanalista como lo son los problemas implicados en la conducción del proceso de cura que acostumbramos nombrar como técnica, por el otro. Esta trayectoria está jalonada con diversas instancias de confrontación y reconocimiento en y con los más distintos autores, ante las cuales el pensamiento de Jaime Coloma se precisa, pero también se pone en crisis, aunque sin dejar de progresar. En todo este desarrollo no es posible desentenderse del hecho de que se trata de un pensar en conjunto con los autores y con los estudiantes que, participando activamente del desarrollo del curso, interpelan, interrogan, cuestionan y piden esclarecimientos, ante los cuales el profesor mantiene una actitud dialogante que también interpela a los estudiantes. El autor es generoso en el ejercicio de trasmisión del saber del oficio de psicoanalizar, exponiendo el soporte más importante de su saber: su larga experiencia en el oficio.
Con estas breves indicaciones queremos invitar al lector a emprender la aventura de participar de esta discusión del autor con una gran pluralidad de puntos de vista, experiencia en la cual deberá pasar, también, por distintos y contradictorios sentimientos. No siempre se está de acuerdo con el autor, pero siempre se puede llegar a la experiencia de sentirse provocado y convocado a tomar parte del estudio, el examen y la discusión de cuestiones psicoanalíticas que, cuando profundizamos en las exigencias de nuestro particular trabajo, resultan ineludibles.
HUGO ROJAS OLEA
ENERO DE 2020
CLASE 1
EL DIAGNÓSTICO, ENTRE LA ESCUCHA Y LA LECTURA
Hace muchos años pensé en hacer este curso por obra de algo que me ocurrió en la clínica, en la cual trabajo psicoanalíticamente. La mayoría de ustedes saben que denomino “psicoanálisis” a aquella disciplina psicoterapéutica que se sostiene en una lectura psicoanalítica de lo que ocurre en la sesión, más allá del modo concreto de acción que se desarrolla durante la misma. Trabajo de la siguiente forma: leo psicoanalíticamente, y con regularidad, lo que manifiesta el paciente, para luego seleccionar intervenciones de distinta índole. No adscribo a una técnica, sino que opero con distintos recursos derivados de la lectura del material del paciente, para proceder en función de esa interpretación en la forma más ajustada que pueda, buscando logros terapéuticos cercanos o lejanos en el tiempo. Esto es lo que define, para mí, la puesta en práctica de un psicoanálisis. No me siento representante de ninguna escuela psicoanalítica, sólo me defino como psicoanalista. Ni kleiniano, ni winnicotiano, ni lacaniano. Solo un psicoanalista que sostiene su práctica en las posibilidades que esta teoría le da para comprender profunda y acuciosamente al paciente, permitiendo un actuar, según mi criterio, más eficiente.
A lo largo de los años, al correr de las clases de esta cátedra, comencé a darme cuenta, revisando mi actitud y comportamiento en las sesiones concretas con mis pacientes, que era necesario estar siempre en lo que podría considerarse una “actitud diagnóstica de la situación en proceso”. Vale decir, en el aquí y ahora de las cosas, en el entonces y en el cuándo, de acuerdo con cada sesión. A veces, cuando la situación lo demandaba y algo de ella despertaba mi atención, me fijaba en el minuto en juego. Otras veces, tomaba como antecedente la semana, el período que podía abarcar el mes, el año, todo lo ya vivido, etcétera. Se trata de una actitud diagnóstica que implica conservar una alerta implícita a la “evolución del material”, como lo llaman los kleinianos.
El término “material” no es universal dentro de esta disciplina. Con los lacanianos, por ejemplo, no concebimos un material, sino que hablamos del “discurso”, aunque, al hacerlo, no podemos referirnos a una “evolución del discurso”. Quizá se dan cuenta por qué no se puede hablar de evolución del discurso. A un lacaniano lo que le interesa no es el proceso en tanto se da evolutivamente, sino que encontrar aquellos momentos que podemos llamar de significación, en los cuales vale la pena introducir un corte para que, en ese corte, se haga presente el sujeto del inconsciente. Aunque esto pueda simplificar la idea lacaniana, por ahí creo que camina. En este sentido, sólo se podría hablar del discurso y de su estructura, pero no de “evolución del discurso”.
En tanto discurso, valdría tener presente algo relativo a una cierta… no se trata de una etimología de la palabra discurso, pero sí de una implicación de esta idea: dis-curso, así, con un guion separando, o sea, el discurso como lo que altera el curso de la continuidad. Si no fuera por el dis-curso viviríamos en una continuidad imposible de asumir. La continuidad es quizás asimilable a la llamada Naturaleza, vale decir, un sostén de la existencia precultural. Esa condición donde, según entiendo afirman los lacanianos, un significante inscribe inicialmente lo que se desplegará como Cultura. Lacan, en el Seminario 11,1 habla de los significantes de la naturaleza, aquellos que operan en el campo determinado por el pensamiento salvaje de Lévi-Strauss; formas clasificatorias primarias que operan por oposición y que son aportadas por la Naturaleza. Es un momento de origen de enigmática factura, pero que vale tener presente, cuando hablan precisamente los lacanianos de una discontinuidad radical entre Naturaleza y Cultura. Winnicott, por ejemplo, se pronuncia por una continuidad, pero ¿quién puede afirmar tan definitivamente el tema de los orígenes? Winnicott habla del “origen teórico”. Me parece interesante, pero volvamos a lo que estábamos viendo.
Me atrevo a postular que, si bien vivimos en la Naturaleza, solo podemos existir en la Cultura, que es la que hace Mundo. El vivir podría adjudicarse solamente al ser como tal, no al existir en el mundo. Pero estas son sutilezas filosóficas a las que solo puedo aludir superficialmente. No soy filósofo. En todo caso, el Dasein heideggeriano, por definición excéntrico, instala en esa excentricidad la presencia de lo que Lacan llama “gran Otro”, principalmente identificado con el peso determinante del lenguaje. Sólo podemos asumir