parece importante recoger experiencias, posiciones y relatos que incorporen el pensamiento y el activismo no-hete-rosexual en la lucha por el aborto. Este tema no ha dejado de ser una controversia en los feminismos y es importante mantener posiciones no esencialistas que abran y potencien la disputa cultural que la legalización del aborto conlleva. Creo que los textos que aquí se agrupan, y las reflexiones que he traído brevemente a este prólogo debieran ir en la dirección de pensar políticas feministas que, como plantea Alejandra Castillo en su texto, apunten más que a ser “de mujeres” hacia una alteración del orden de dominio heteronormado y reproductivo. Eso implica no solo ampliar nuestras alianzas políticas, sino que, desde la conceptualización, desestabilizar las categorías que hagan de la mujer un sinónimo de madre y de víctima. Las teorías y prácticas que provienen de la disidencia sexual son herramientas necesarias, del mismo modo en que lo son las disputas por la legalidad. Sin ánimo de resignarme en el empate, ni asumir una posición conciliadora, más bien me interesa insistir el necesario e ineludible disenso de toda lucha política. La diferencia quizás con los años de posdictadura, es que la convicción sobre la lucha por los derechos y la necesidad de correr “lo posible” se ha esparcido por la sociedad y nuevas generaciones han impugnado los acuerdos y consensos de los años precedentes.
Observamos un “giro conservador” en la región, reorganización de grupos antiderechos, caída de los progresismos y persecución a sus líderes. Es importante leer el momento feminista también en ese contexto. El feminismo ha sido un detonador de movilización que debe buscar formas de consolidar su potencia. Para ello, el activismo y la militancia en diversos frentes seguirá siendo necesaria, del mismo modo en que lo es la solidaridad que sus prácticas y políticas suponen. Contra la precarización de la vida, por un aborto libre de causales, por dotar de nuevos sentidos a la palabra libre, para que no sea necesario temerle cuando queramos hablar y reafirmar la exigencia de derechos.
Esta compilación
Probablemente, la certeza de que la actual ley de aborto en tres causales está fundamentada bajo la idea de la mujer-víctima es uno de los principales acuerdos de este libro. De una u otra manera, es la condición de sujeto de las mujeres la que está puesta en cuestión en la negación del aborto, y es el significante “libre” el que permite contravenir el orden patriarcal que coarta la voluntad de las mujeres a decidir sobre la maternidad. La palabra “libre” se articula de variadas maneras en los artículos, ya sea desde su posible oposición a un orden de lo legal que podría introducir una confusión en torno a la ausencia de marco que lo regule; encadenada siempre al enunciado “legal y seguro” o “legal, seguro y gratuito”; libre como libre de causales; libre como expresión de las otras tramas en las que el aborto se realiza y que se desarrollan de manera paralela al Estado (y aún de forma ilegal, por cierto), pero como una afirmación de las redes de solidaridad entre mujeres que se acompañan en la experiencia del aborto. “Libre” pareciera ser una fuente de afirmación de la voluntad y de la condición de sujeto para las mujeres —sin dejar de cuestionar la noción de sujeto— en una legislación y una narrativa cultural que sitúa a las mujeres en el reducto de la víctima.
Alejandra Castillo en su texto “Aborto libre, sin pedido de disculpas” abre esta compilación y afirma que legalizar el aborto es un acto de justicia con las mujeres. Un acto de justicia con el goce negado que no solo remite al terreno de lo sexual, sino que también a la posibilidad de desarrollarse como persona en el espacio público. Señala a la legalización del aborto como una de las amenazas al pacto interclase de la fraternidad de hermanos que une a los varones en un ejercicio de poder transversal: el dominio sexual sobre las mujeres. Tanto este pacto como la cohesión de la clase dominante (que usa estrategias liberales y conservadoras a simple vista contrapuestas) suman un gran acuerdo en la negación del goce de las mujeres y la prohibición del aborto. “El aborto debe ser libre”, afirma Castillo. Libre para todas las mujeres y no solo para las privilegiadas, libre de límites, pruebas y causales que pongan en entredicho a las mujeres como sujetos, pues es, precisamente, de esta condición de la que se le pide restarse a la hora de decidir sobre una interrupción del embarazo. Las mujeres deben demostrar que son víctimas y que la situación que le aqueja se ha configurado en contra de su voluntad para acceder a la posibilidad de un aborto. Dicho esto, la autora no descuida una advertencia sobre el límite del orden jurídico y los derechos, en el que el acotado marco del consentimiento en el que se mueve la voluntad de las mujeres, es también el marco de lo humano, una humanidad que ha descrito una promesa de inclusión bajo límites y exclusión. El aborto libre es feminista. El aborto libre y la potencia del “no” que comporta, interpela los límites de la eterna promesa del “yo decido” que se ha articulado bajo el orden de dominio masculino; el feminismo es lo contrario a este orden de la excepcionalidad y el aborto libre no solo ha de considerarse como una “política de las mujeres” sino como la posibilidad de alteración del orden heteronormado y reproductivo.
La fórmula de análisis sobre la mujer-víctima (aceptable) y la mujer autónoma (inaceptable) es retomado por María Isabel Matamala en su análisis sobre las condiciones políticas y culturales que dieron posibilidad a la promulgación de la ley de aborto en tres causales en el último gobierno de la presidenta Michelle Bachelet. Con un detallado y crítico recorrido sobre los acuerdos y domesticaciones a las militancias feministas en la posdictadura, la autora propone una lectura que permite entender los retrocesos culturales que conspiran para la despenalización social del aborto. En su texto “Aborto en la medida de lo posible: sumisión feminista y obstrucción de conciencias” retoma el hilo de la historia del aborto terapéutico que tuvo vigencia en Chile durante el siglo XX, la excepcional experiencia del Hospital Barros Luco y por, sobre todo, la referencia a la historia de la práctica de interrupción del embarazo, ese “hacerse un remedio” que ha sido parte de la historia de las mujeres durante siglos a modo de memoria feminista. Señala que la subjetividad conservadora de la dictadura, profundizada por los acomodos neoliberales de la democracia, ha atropellado la ética médica, persiguiendo a las mujeres que hoy piden un aborto, y hostilizan y estigmatizan al personal de la salud que persiste en su voluntad de servicio. La autora se pregunta por la falta de voluntad política —particularmente en el último gobierno de Bachelet en el que se aprobó la ley— que no previó los obstáculos evidentes que traería su aplicación. Junto a esto, analiza el poco compromiso con las transformaciones culturales que eran necesarias para que la sociedad aceptara la decisión y voluntad de las mujeres sobre el aborto. Resulta particularmente valiosa, la lectura que la autora hace de la subordinación de las militantes feministas al interior de los partidos, porque actualiza la ya conocida disputa entre “feministas y políticas” que sugiriera Julieta Kirkwood, lo lee en lo relativo al aborto, y abre un punto de interrogación hacia el presente y el futuro cuando nuevas fuerzas políticas se suman a la disputa por el poder en la conformación de partidos y alianzas. El texto señala que fue la comodidad de “lo posible” y el “todavía no” aquello que conspiró sobre el debate y contribuyó al estigma del aborto, no sin reconocer que hoy, a pesar de la dificultad, los feminismos en Chile han avanzado más allá de la solidaridad abstracta.
El contexto feminista actual es abordado por Hillary Hiner y Lieta Vivaldi, quienes hilvanan la larga historia de la lucha por el aborto y sus principales hitos, a la luz de las nuevas generaciones feministas que tanto protagonismo han tenido durante los últimos años en Chile. Recorriendo los acuerdos de la transición que mantuvieron los proyectos de ley de aborto por fuera de la agenda parlamentaria, Hiner y Vivaldi ponen de relieve la constante organización y movilización de las organizaciones feministas en torno al tema, señalando las distintas estrategias, tonos, alianzas y quiebres que se dieron en su interior, manifestando la distancia político-generacional que ha pujado entre el aborto libre y el aborto terapéutico. En “¡Aborto libre ya! Nuevas generaciones de feministas y las luchas por el aborto en Chile” se observa también como la noción “libre” significa un corrimiento a los amarres políticos de “lo posible”, que tienen un visible impulso en las movilizaciones estudiantiles del 2011 y la profundización del activismo feminista en las universidades, que instaló espacios de formación y construcción política que superaba lo educacional, y que pudo leerse en 2018 en la ola feminista que impulsó en la agenda pública el tema de la educación no sexista y el abuso sexual en el espacio universitario. A través de un mapa de militantes, organizaciones, discusiones y campañas,