grupos antiderechos, permite seguir dando lugar a la lucha por el aborto libre, seguro y gratuito poniendo de manifiesto su necesidad y su mayor aceptación en las nuevas generaciones. Junto al giro conservador hay también mayor movilización, y allí las autoras destacan la “argentinización del debate”, país en que si bien no se aprobó el proyecto de ley presentado en 2018 contagió de movilización y amplia visibilización del tema a Chile. “La mujer que aborta somos todas”, enfatizan las autoras. Todas en nuestra diversidad. Trayendo de forma necesaria las diferencias de etnia, clase, sexualidades y razas que no deben olvidarse en la lucha por el aborto. En un sistema neoliberal la lucha por el aborto debe pensarse en intersección con otras luchas y en atención al régimen que constituye los afectos que lo describen. No todo es sufrimien to, no todo es victimización, también hay solidaridad, cuidado, alegría y tranquilidad.
En su texto “¿De qué color son los pañuelos verdes? El auge del abortismo y la tela que cubre las hegemonías feministas”, Ángela Erpel introduce una lectura crítica a la manera en que la demanda por el aborto se instala en el debate público desde el movimiento social. O también, a la manera en que se conceptualiza e instalan posiciones político hegemónicas en esta movilización. Las mujeres aparecen nuevamente como un colectivo amplio y diverso, sobre el que no se puede obviar su subordinación de género en intersección con otras violencias: el racismo, la xenofobia o la transfobia han de ser consideradas también a la hora de pensar agendas políticas. La autora señala que la movilización por el aborto ha adquirido una importancia inédita a nivel internacional y reconoce también la importante fuerza que ha inyectado la campaña en Argentina. Esto, para el caso de Chile, si bien, transmite solidaridades, experiencias y empuje, también trae a colación viejas discusiones que han recorrido el feminismo y que para los años de posdictadura en el país son particularmente notorias: la dicotomía de lo autónomo y lo institucional, el financiamiento y el rol de las ONG versus el Estado, todo esto conviviendo en la lucha por el aborto. En la diversidad de estrategias, la autora sitúa a los grupos que han potenciado el trabajo legal separado de aquellos que han optado por la autonomía de la acción directa: las líneas telefónicas que hoy por hoy también se han ampliado hacia el trabajo de acompañamiento, construyendo redes de socorristas que se retroalimentan en conocimientos e intercambios con otros países de Latinoamérica y tienen su fuente de inspiración y financiación en la ONG holandesa Women on Waves. Se trata de no perder el ojo crítico, pues no hay “aborto prístino”, ni el de la rebeldía como alegría, ni el con pastillas que en la ilegalidad que está lejos de llegar a las mujeres más pobres. Propone un movimiento reflexivo y no inquisidor con el trabajo realizado, que, sin perder la siempre necesaria lectura crítica de las propias prácticas, ha de ser propositivo, amoroso y con vocación colectiva.
La diputada Camila Rojas y la vocera de la Mesa de Acción por el Aborto, Macarena Castañeda, ambas militantes del partido Comunes del Frente Amplio, proponen una mirada sobre la lucha por el aborto desde un feminismo socialista. Acusando recibo del “nuevo aire” de las movilizaciones del 2018 y la campaña argentina, analizan la lucha por los derechos viendo en perspectiva los años de la transición en Chile y la desactivación del movimiento feminista o, más bien, su reducción a la noción de género, los “temas de mujeres” y la institucionalización. En el contexto de la profundización neoliberal y la desarticulación de la movilización social, el aborto es visto por las autoras como una lucha por la reapropiación de la capacidad reproductiva y la demanda por los derechos sociales, la búsqueda de la plena autonomía de las mujeres y la reapropiación del placer que también es expropiado cuando la mujer es relegada a las labores de crianza que suponen reproducción de fuerza de trabajo y traspaso de capitales. La lucha por los derechos es entendida aquí como una demanda al Estado. “Una mirada desde el feminismo socialista a la lucha por el aborto” distingue la necesidad de que el aborto no sea solo “libre”, sino que también legal, seguro y gratuito, en la medida en que esto modificaría el orden neoliberal, reafirmando los derechos sociales y apostando por salir de la triada mujer/madre/víctima. El cierre elitario y conservador profundizado en democracia debe ser desarticulado con movilización social, recuperando la propia historia y haciendo de la potencia feminista un articulador para avanzar en materia de derechos que desborde la consigna y posición individualista de la decisión sobre el propio cuerpo.
También con inquietud sobre frases como “yo aborto porque hago lo que quiero con mi cuerpo”, Constanza Michelson instala la pregunta sobre la opacidad presente en el “yo decido” en su artículo “Aborto: por el derecho al conflicto”. Se introduce en la subjetividad y las ambivalencias del deseo, en la complejidad que reside en cualquier decisión, “el tironeo” entre anhelos y deseos que pujan desde lo inconsciente y, también, desde el pacto social. Nuevamente la idea de mujer víctima aparece a la base del análisis, el problema de la agencia y los existenciarios femeninos (que culturalmente son distintos a los de los varones y ya ponen en entredicho la igualdad, pues se basan en que las niñas son sujetos de mayor fragilidad y dependencia) que presionan a la mujer frente a esta decisión. No hay derecho a decidir sin conflictos, la posición liberal del “hago lo que quiero” tiene el límite de la fantasía de la voluntad plena, por lo que más bien se debiera aspirar a ejercer una posición ética. Esto no es más que poder decidir sobre la propia vida, en contraposición al ser mujer “como asunto moral” que está profundamente instalado en la cultura. La subjetivación de las mujeres es contradictoria, desde niñas son presionadas a vérselas con el goce, con ser objetos sexuales, con la responsabilidad de no embarazarse y no convertirse en potenciales criminales con un aborto. Una mujer que goza y es responsable de su deseo es juzgada, por eso el aborto en tres causales reproduce una elaboración en que las mujeres no tienen agencia, son víctimas y sospechosas, sobre todo si pensamos en la causal de violación, que además entreteje las dudas en torno a una posible provocación. La autora sostiene que elegir es poder existir y el derecho a una existencia, con una ética que permita las elecciones, no es lo mismo que el cinismo del “yo hago lo que quiero”.
Pamela Eguiguren en “Objeción de conciencia médica en Chile o la resistencia cultural del patriarcado frente al avance en la libertad de decidir de las mujeres”, introduce un panorama amplio y documentado sobre uno de los principales obstáculos para la aplicación de la ley en la actualidad. Como ya ha sido introducido en otros artículos, sostiene que la voluntad y la condición de sujetos de las mujeres es desdeñada, en un contexto de “desaprendizajes” culturales en torno al aborto que la posdictadura ha intensificado, estableciendo brechas entre las mujeres y los profesionales de la salud que las asisten. El aborto es una práctica ancestral y ha sido criminalizado, acallado en hospitales, reducido al mínimo en su enseñanza en universidades, lo que ha limitado fuertemente la experiencia en torno a él en la formación. Para Eguiguren, Chile a través del gobierno en ejercicio y el Ministerio de Salud han jugado un rol guardián de los intereses económicos y políticos del sector privado, banalizando la posibilidad de la objeción de conciencia con la introducción de la objeción de conciencia institucional. Allí, además de una evidente paradoja en la definición, hay una presión hacia el personal de salud, que debe someterse a “la conciencia institucional” aun cuando pueda estar de acuerdo con el aborto en alguna o todas las circunstancias que comprende la ley. Son de mucho interés para la discusión los matices políticos que la autora introduce en torno a quienes declaran objeción de conciencia, donde distingue, por ejemplo, la desobediencia civil y también a los “falsos objetores u objetores no comprometidos con su rol”, es decir, personas más preocupadas de intereses políticos, que se protegen de un estigma profesional o velan por su comodidad, sin razones éticas fundadas para rechazar practicar un aborto. Una suerte de “yo hago lo que quiero” en el tono liberal ya señalado en el artículo anterior. También, la pregunta sobre la ética vuelve a ser clave: ¿Cuál es la ética médica en la obstaculización a un aborto que expone a mujeres a procedimientos tardíos o con mayores complicaciones? ¿Por qué estos profesionales no ven como una práctica menos ética no comprometerse con los riesgos a la salud a las que sus pacientes se ven expuestas? Para la autora hay también aquí una clara vinculación a temas de orden de género, hay una resistencia a la autonomía femenina que es un problema cultural que no deja enfrentar la reflexión necesaria que un servicio de salud debiera darse: hay que pasar del hacer “lo que se quiere” a hacer “lo que se debe y puede”.
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