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Nuevos signos de los tiempos


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de Boston que es fruto de ese encuentro anuncia –por su diversidad teológica que converge en la fuente de la compasión divino-humana que opta por los pobres y desheredados de la tierra– una primavera luego del invierno del catolicismo apologético de las décadas precedentes.

      Dónde encontramos a Dios hoy en América Latina y lo que se le opone en esta época global

      Pedro Trigo SJ*

      Vamos a preguntarnos en primer lugar por lo que se opone a Dios en esta época globalizada y desde esta percepción se nos aparecerá más claro dónde encontramos hoy a Dios en Nuestra América. El presupuesto es que esta época global afecta a América Latina, que no es una isla en este mundo globalizado sino que está inmersa en él.

       Qué se opone a Dios en este mundo globalizado1

      Al referirnos a este mundo globalizado tenemos que precisar que todavía no hemos entrado en la historia mundial porque, aunque el ámbito en que nos movemos sí es mundial, todavía no lo es el sujeto, ya que los que comandan la dirección dominante de esta figura histórica niegan a los demás el protagonismo y todo lo mueven para su interés personal. Por eso podemos decir que en ningún país hay democracia y que vivimos en un totalitarismo fetichista porque, al absolutizar el incremento de sus ganancias, causa, de un modo u otro, muchos millones de víctimas.

      La globalización es la situación que más incide en cada país y en la mayoría de sus habitantes: a todos les afecta y a muchos les influye. Porque nos incumbe, es preciso discernirla para situarnos proactivamente, asimilando sus potencialidades y superando sus negatividades. De este modo no solo comprenderemos lo que se opone a Dios sino que estaremos en condiciones de contrarrestarlo.

       La mundialización hace posible afirmarse como humano al afirmar a todos los seres humanos

      En principio, estamos de acuerdo con el horizonte de la mundialización, nos parece irreversible y deseable: un paso significativo hacia la constitución de la humanidad como una magnitud históricamente verificable y mutuamente referida. En la Biblia aparece cómo los seres humanos se van extendiendo por el mundo y hace ver que esto es voluntad del Creador, que no está de acuerdo en que se concentren en un solo lugar viviendo todos de la misma manera y en una sociedad piramidal, de la que la torre de Babel era su representación física y simbólica (Gén 11,1-9). La complejidad dinámica de la humanidad no cabe en una sola cultura y menos en una cultura piramidal en la que una inmensa multitud de hormigas trabaja disciplinadamente de un modo forzado para la gloria de unos pocos, que aspiran a ser como dioses. Este es el paradigma de Babel, que se opone a Dios y que hoy está vigente. Según el designio de Dios, es imprescindible la multiplicidad conjugada de culturas para que se abra camino y se exprese la humanidad cabal. Es el paradigma de Pentecostés, cuando cada uno oye hablar de las maravillas que Dios hizo en Jesús en su propia lengua (He 2,1-21), acontecimiento simbólico de la misión de hacer de toda la humanidad una sola familia de pueblos, unidos en interacción simbiótica como hijos del único Dios y hermanos entre sí, en Jesús el Hijo eterno y el Hermano universal. De esa misión es sacramento la Iglesia2. Este es nuestro proyecto alternativo.

      Cada ser humano se afirma en cuanto humano cuando, en el acto de afirmarse, afirma conjuntamente la humanidad de todos los seres humanos3. Si afirmo la de todos, menos la de los que no viven con dignidad, me afirmo, no como ser humano sino como digno; si solo afirmo a los que tienen un determinado grado de cultura, o mi cultura, o mi filiación política o mi estatus, entonces me afirmaría como culto, o como de mi cultura o como político; si solo afirmo a los que me reconocen o a aquellos con los que entablo un contrato o acuerdo, solo me afirmaría como individuo o por esa peculiaridad del acuerdo y no como ser humano.

      Al estar hoy todos tendencialmente en presencia de todos, es más fácil que cada uno constate si se da esa afirmación como ser humano o si hay exclusiones, no solo por género o clase dentro de cada país, sino también por etnia y religión y, más en general, por la otreidad, tenida como inferior, de los pobres, a causa de lo que el papa Francisco llama, «la globalización de la indiferencia»4.

      Por eso hoy, más relevante que el tema de los derechos humanos, es el de quién es humano, porque hay fundamentos para creer que muchos del Primer Mundo no consideran como humanos a los habitantes del Tercer Mundo, y muchos de las clases altas del Tercer Mundo no consideran humanos a las clases populares de sus países. Al no afirmarlos como humanos, ellos se afirman a sí mismos, no como seres humanos sino como ciudadanos de tal país y pertenecientes a una determinada cultura, etnia y clase social. En tiempo de las historias particulares era muy difícil que un miembro de una pudiera discernir si afirmaba a los demás como humanos o como miembros de esa cultura: no tenía modo de comprobarlo.

      Además era casi inevitable que cada cultura hiciera la equivalencia entre su modo específico de ser humano y el modo de ser humano, con lo que quedaban drásticamente recortadas las posibilidades de ser radicalmente humano, porque la humanidad cualitativa no cabe en ninguna cultura porque ninguna cultura histórica ha carecido de elementos de discriminación y exclusión, aunque todas sean cauces para tender a ella, transformándolas desde dentro.

      Hoy, conforme se va dando el contacto de todos con todos, se echa de ver con más facilidad, tanto los elementos más humanizadores de la propia cultura, como los que la recortan o incluso deshumanizan. Sin embargo, como todavía no hemos llegado a la historia universal, porque las culturas dominantes, con gran violencia simbólica, tienden a imponer su propio paradigma. Por eso es decisivo el conocimiento de las diversas culturas y, más aún, el contacto horizontal con quienes viven en ellas, para irnos constituyendo unos y otros en seres con calidad humana en base a esta respectividad positiva. Siguiendo esta dirección vital secundamos positivamente los planes de Dios, más aun, participamos de su misma actitud respecto de la humanidad, nos encontramos, pues, con Él y otros pueden encontrarse con Él a través de los que viven con esta actitud.

       El totalitarismo de mercado y más aún el financiero se oponen frontalmente a Dios

      La captación de las posibilidades que entraña esta figura histórica mundializada para afirmarnos todos como seres humanos y constituir una sola familia de pueblos hace ver el grado de monstruosidad de la dirección dominante, que no solo impide que nos realicemos como una sola familia sino que niega la vida a muchos millones de personas, ya que se producen elementos para que todos vivan dignamente y sin embargo la mayoría no tiene acceso a esos recursos.

      Hoy vivimos en el totalitarismo de mercado, primero porque todo tiende a convertirse en mercancía y el mundo está llegando a ser un mercado global5 y, sin embargo, hay dimensiones humanas que por su misma condición no son transables y que se vacían al convertirse en tales. En segundo lugar, hay totalitarismo porque el mercado no es libre sino que está dominado por las corporaciones globalizadas que no solo administran los precios sino que tendencialmente concentran la oferta e incluso la diseñan, y todo en función de su ganancia. Por eso los productos son más perecederos y se ofertan productos que muchas veces no son los mejores, pero que producen mayores ganancias. Esto, en el caso de las medicinas y la comida, es criminal.

      Inundan el imaginario de publicidad, que se presenta espectacularizada para hacer a los individuos adictos a ese mundo. Como necesitan consumir, les imponen bajos salarios y se eximen de responsabilidad respecto de sus trabajadores e incluso tendencialmente respecto del Estado, en lo que llaman «sociedad del riesgo», en la que cada quien recibe todo lo que gana y contribuye con impuestos lo menos posible, con lo que el pueblo y, cada vez más, la clase media se sienten completamente desprotegidos. Pero tienen que aceptar las condiciones impuestas porque la política está al servicio de los que imponen y porque sienten compulsión a consumir.

      Pero, desde la última década, la situación es mucho peor porque ya no es el modo de vida consumístico lo que lleva la voz cantante. Ahora es el miedo. Ya no dominan los grandes empresarios sino los grandes financistas, que se han dedicado a la especulación. Y para eso provocan crisis. Crisis en