y en definitiva la productividad; y crisis financieras.
La actitud de la fe, que es la relación entre las personas, se ha trasladado a los mercados y por eso ante el rumor de que los mercados están perdiendo la confianza, los gobiernos sacrifican los salarios dignos, la seguridad social, los impuestos directos y viven tendencialmente de los impuestos indirectos, es decir, de la gente. No solo eso, los bancos declaran quiebras fraudulentas y las paga el Estado, es decir, los contribuyentes, que son todos menos ellos. Es, como insiste el papa Francisco, la nueva versión, mucho más criminal, de la vieja historia del becerro de oro6, es el dinero convertido en fetiche7, que exige víctimas, que mata, como clama el Papa incesantemente8.
Si esto es lo absoluto, como no puede haber dos absolutos (cf Lc 16,13), las personas se vuelven relativas. Los que comandan la dirección dominante las usan y luego las desechan como basura9.
Esto suena muy duro y es muy doloroso, pero callarlo es volverse cómplice de esta dirección inhumana y suicida.
Para ejecutar todo esto sin estorbos han decretado el fin de todas las entidades colectivas. Ya que son estas entidades personalizadas las que podían presionar a los Estados para que dejaran de ser apéndices del gran capital y para obligarlos a que cumplan su responsabilidad social. Han decretado que solo existen individuos. Eso son realmente ellos. Aunque no son sujetos libres con libertad liberada porque sirven servilmente al capital. Se han entregado a esa pasión dominante y son esclavos de ella. Por eso se han deshumanizado. Ellos hacen todo lo posible para que las personas se definan como miembros del conjunto que compone el mercado mundial con sus innumerables subconjuntos, que eligen según su gusto o lo que estiman como su utilidad. La publicidad se encarga de canalizar ese gusto y esa pretendida utilidad. Y la elección se reduce al menú confeccionado por ellos. Como se ve, las relaciones entre personas se han trasvasado a las relaciones entre personas y cosas; y las mismas relaciones entre personas acaban teniendo ese mismo sentido de consumirlas, de satisfacer un deseo o de buscar un interés.
Este es el modo en que se opone a Dios la dirección dominante de esta figura histórica. Una manera, como se ve, frontal y drástica ya que se adora a un ídolo y, repitámoslo, no se puede servir a dos señores (Lc 16,13), y se irrespeta al ser humano desconociendo su dignidad y reduciéndolo a un consumidor adicto y a un productor intercambiable y desechable. Y esto lo llevan a cabo personas que desconocen su propia dignidad o, peor, que la confunden con la dominancia social y con la vida refinada.
Lo que hemos dicho no incumbe solo a los que comandan la dirección dominante de esta figura histórica sino también a los que se dejan llevar por ella; incluso incluye a quienes se resignan sin buscar una alternativa y sin vivir alternativamente ya; bien porque sucumben a la hipnosis del fetiche, que consiste en pasársela maldiciendo lo malo que está todo y a los que lo causan. Estas personas se oponen a Dios porque el fetiche las tiene en su poder. Si confiaran en Dios, liberarían su libertad para vivir en un horizonte alternativo. Discernir esta situación como pecado implica analizarla y condenar su inhumanidad, pero excluye vivir preso de ella o encerrado en su torre de marfil e implica dedicar la mayor parte del tiempo a vivir alternativamente ya, y desde ese modo humano de vida, a construir la alternativa.
Quiénes se encuentran con Dios en esta figura histórica globalizada
Ahora bien, esta dirección dominante afecta profundamente a todas las personas, pero en ningún caso determina a nadie. Su lógica es seducir, y a los que no les basta la seducción busca someterlos por el temor a la muerte. Plantea un dilema: si no se siguen sus dictados, acecha algún género de muerte, desde la muerte trivial pero psicológicamente realísima del ridículo, hasta la de quedarse solo, o la de no encontrar medios para vivir, o la de la descalificación pública o, incluso en caso extremo, la de la eliminación física.
Pero Jesús ha venido precisamente a liberar a los que por temor a la muerte pasábamos la vida entera como esclavos (Heb 2,14-15). Él nos dio el ejemplo y a su propio Espíritu para capacitarnos a hacerlo en su seguimiento. Él vio claro el dilema: si no se confinaba en su grupo y persistía con las masas que lo percibían como el que los guiaba con el corazón de Dios hacia el cumplimiento de la alianza, lo iban a acabar matando. Pero para él eso no fue un dilema porque para él conservar la vida no era ningún absoluto. El absoluto era cumplir el designio de su Padre, que entrañaba esa conducción fraterna de su pueblo hacia la vida filial y fraterna. Por eso no dudó en seguir su camino cargando con las consecuencias. Al fin él confiaba en que su Padre, y no sus enemigos, tendría la última palabra y que iba a ser de confirmación de su vida y misión y de recreación en su mismo seno.
Eso mismo pasa hoy. No pocos no siguen la dirección dominante de esta figura histórica. Los encontramos en todas las clases sociales, pero sobre todo en el pueblo y en los profesionales solidarios. Experimentan el miedo, las carencias, la hostilidad. Pero no se dejan someter. Tienen una libertad liberada con la que no ofenden a Dios ni a ningún ser humano; pero tampoco los temen y por eso pueden seguir su camino filial y fraterno en paz, cargando con las consecuencias; aunque también trabajando por minimizarlas.
Queremos insistir en este punto: no se puede confundir la dirección dominante de esta figura histórica con la figura sin más. Por eso hemos comenzado insistiendo en que en la mundialización veíamos una oportunidad de oro para realizarnos como seres humanos, es decir, para afirmarnos afirmando a los demás. Dicho cristianamente para definirnos, desde nuestra insobornable interioridad, como hijos de Dios, de nuestros padres y de muchos que nos han precedido y posibilitado ponernos a la altura de nuestra época, y hermanos de todos, sin excluir a los otros, a los pobres ni a los enemigos que nos excluyen.
Por eso hace presente a Dios en esta figura histórica mundializada el que no vive en el mundo como un mercado, sino que vive en la fe en Dios y la reciprocidad de dones con los demás, en la que entra la emulación, y el que trabaja esforzada y creativamente por arribar a la primera figura de la historia universal, que se dará cuando tendencialmente todos seamos sujetos de ella y no solo sus destinatarios. Esto requiere trabajar por rescatar la política y desde ella cambiar las relaciones de producción y las relaciones sociales, de manera que en vez de antagónicas lleguen a ser simbióticas, pasando de un juego en el que la ganancia de unos se hace a costa de la pérdida de los demás, a otro en el que todos salgamos ganando10.
Dónde encontramos a Dios hoy en América Latina
Vamos a comenzar por lo que nos parece más masivo e inequívoco. Comenzaremos expresando por dónde pasa Dios, ya que solo en esas personas podremos encontrarlo, si tenemos las disposiciones adecuadas.
El Espíritu actúa victoriosamente en los pobres que viven por la obsesión de vivir. En ellos lo encontramos
La afirmación fundamental de la teología latinoamericana es que donde podemos decir con seguridad que actúa el Espíritu victoriosamente es en las mujeres y varones pobres que viven del conato agónico por la vida digna11, que viven del empeño por vivir, cuando nadan a contracorriente, carecen de piso firme y acecha la muerte. Si quienes no tienen elementos básicos para vivir, viven, es que lo hacen por obediencia al Espíritu de vida que les dota de fuerza y de direccionamiento vital. Es obediencia porque es dejarse habitar por ese impulso que viene desde más adentro que lo íntimo suyo, cuando no hay fuerzas ni motivación para seguir viviendo y como sentido de oportunidad y sentido práctico para aprovechar las ocasiones. Es obediencia al Espíritu porque así lo evidencian los frutos, porque logra lo mínimo que es lo más sagrado: la vida, no solo sobrevivir sino vivir humanamente. Eso, a pesar de desfallecimientos y pecados. Esta es la presencia de Dios más masiva, más eficaz y más obedecida.
Es también la más inequívoca, a pesar de todos los pecados. Expliquemos este punto. Una persona no pobre puede dejarse llevar por el Espíritu; pero como además tiene elementos para vivir y dotes y contactos para llevarlo a cabo ¿cómo saber que vive por la obediencia al impulso del Espíritu y no por esas ventajas que lo colocan en superioridad respecto de las mayorías populares? Ni a sí mismo puede demostrárselo, a pesar del testimonio de su conciencia. Pero esos pobres