Aydee Luisa Robayo Torres

Fisioterapia para niños/niñas, una propuesta desde el Sur


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física desaparecieron de la formación preescolar y de la formación primaria en las instituciones educativas distritales en Bogotá, por lo que la “estimulación motora” pasó a ser responsabilidad compartida entre los profesores de otras asignaturas, quienes asumieron la tarea, en la mayoría de los casos sin mucha preparación. Previo a ello, la World Confederation for Physical Therapist (WCPT) hizo un pronunciamiento en el que manifestó que el fisioterapeuta es un experto en ejercicio en el ciclo vital (WCPT, 2011). Estas realidades, entre otras, han contribuido a posicionar al fisioterapeuta desde su objeto de estudio en el escenario escolar, donde puede contribuir por medio de la AF, como expresión de movimiento corporal, al fomento del aprendizaje desde diversos aspectos, que previamente se han presentado.

      No obstante, por lo expuesto en el apartado anterior, es necesario abordar el concepto de AF que desde la PAC se ha acogido, para comprender, por un lado, por qué es asumida como medio (y no como fin), como una manifestación de movimiento corporal y, por el otro, por qué se le concibe desde una perspectiva sociocultural, que si bien no excluye la perspectiva fisiológica, involucra otros elementos que favorecen su ubicación en un contexto como el de la institución educativa, un escenario de desarrollo social en el que transcurre una parte importante de la vida de los escolares.

      En el 2004 se formula el enfoque promocional de calidad de vida y salud, en el cual se presenta a la AF como un satisfactor de necesidades en términos de “subsistencia, protección, afecto, creación, participación, ocio, identidad y libertad” (Prieto, Naranjo y García, 2005, p. 47), tanto individuales en el desarrollo de la autonomía, como colectivas en la construcción de equidad.

      Según Elizalde, Martí y Martínez (2006), las necesidades son inherentes a la naturaleza del ser humano, por lo que no se pueden quitar sin afectar su misma esencia; se proponen como motor de desarrollo no como el desarrollo en sí. Los satisfactores, por su parte, son las respuestas particulares que cada cultura da a sus necesidades fundamentales, como manifestación inmaterial de la necesidad, construyendo un puente entre ella y la manifestación de satisfacción (Elizalde et al., 2006).

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      Fuente: elaboración propia con base en datos de Max-Neef et al. (1986).

      El entendimiento manifestado en todas las acciones que requieran procesos de negociación, como aquellos asociados con el seguimiento de normas o reglas, la toma de decisiones frente a su práctica y los tiempos e intensidades involucrados en ella, entre otros. Cuando se practica de manera libre, por gusto propio y como parte de las acciones desarrollada en tiempo libre, la AF es un satisfactor de necesidades de ocio y libertad, y, en la medida en que favorece procesos de autogestión tanto personal como comunitaria (por ejemplo, en la consecución de espacios, la convocatoria a los sujetos y comunidades, y la gestión y participación en programas, entre otros), contribuye a la satisfacción de necesidades de participación.

      Sumado a lo anterior, los procesos de socialización que involucra la realización de la AF con pares o grupos también brindan respuesta a necesidades de desarrollo de identidad, asociados con la interacción que se promueve por medio de ella y a la generación de redes, en las cuales se tejen lazos de amistad y de afecto entre sujetos y grupos.

      Con base en lo planteado, el programa académico de campo de fisioterapia en el sector educativo (PAC FSE) entiende la AF como un satisfactor de necesidades expresadas en diversos contextos y particularmente para el escenario escolar, como aquellas relacionadas con la protección, el afecto, la participación, el ocio, el desarrollo identitario y la libertad.

      Por lo anterior, la AF se constituye en un medio para favorecer las experiencias que le brindan al sujeto gracias al movimiento, como es la oportunidad de desarrollarse y cuya práctica puede darse desde la espontaneidad de una actividad que le genere gasto de energía por encima de la tasa metabólica basal (actividad desde la perspectiva fisiológica), involucrando, a su vez, aspectos emocionales asociados con motivación, gusto, interés y disfrute; también puede estar en el marco de unos criterios de intensidad, duración, frecuencia (ejercicio), en tanto producen percepciones y construcciones no solo asociadas con respuestas fisiológicas, sino también al reconocimiento de las propias capacidades, al planteamiento y superación de retos y a la emoción vinculada con la satisfacción ante el logro; de igual manera, permite el ajuste del sujeto a criterios normativos y cumplimiento de reglas (deporte) que no solo favorecen la adquisición de habilidades en términos de técnica y táctica, a las cuales el movimiento corporal y su expresión se adaptan, sino también el fortalecimiento de habilidades cognitivas para el reconocimiento de límites, la autorregulación y la toma de decisiones, entre otras.

      Es por esto que la AF se considera como la categoría central contenedora de la actividad propiamente dicha, el ejercicio y el deporte, y que de acuerdo con el contexto, necesidades e intencionalidades se ajusta y va tomando las manifestaciones y formas en que se ha clasificado (actividad, ejercicio o deporte).

      Desde esta mirada, la AF “funciona como una vía para el aprendizaje de costumbres y creencias morales que permite desarrollar características de identidad del individuo y valores sociales deseables” (Ocampo-Plazas y Ariza-Vargas, 2016, p. 136). Se constituye en una manifestación de comportamiento humano, en tanto está mediada por intencionalidad y conciencia de los sujetos (Ocampo-Plazas et al., 2012), en la que se involucran contenidos simbólicos individuales y colectivos que se van construyendo, reconstruyendo o deconstruyendo a partir de la interacción social.

      Cuando un sujeto practica AF, vivencia una experiencia cinestésica en la cual percibe su propio cuerpo en términos de posiciones, esfuerzo físico, duración de la actividad y todo lo que dicha experiencia le “produce”, como también reconoce sus propias habilidades, emociones, intereses y motivaciones, alimentando su esquema corporal, por lo que su práctica va a favorecer los procesos de aprendizaje en las formas y dimensiones que ya han sido abordadas.

      Con base en lo anterior, la AF tendrá una dimensión de mayor o menor necesidad, según la lectura que se dé en el contexto y, por tanto, es susceptible de modificación solo al analizar las condiciones propias del entorno y las representaciones que se tengan de la misma de acuerdo con la cultura y los contextos sociales.

      Según esto, la AF se constituye fundamentalmente en una experiencia personal y una práctica sociocultural, enfatizándose el potencial beneficio de su desarrollo en el bienestar de los sujetos y los colectivos. Por ello, no se puede pensar en la AF como un elemento aislado de la cultura o del contexto social del individuo, dadas sus características subjetivas, ya que es el resultado de procesos sociales de los grupos en sus interacciones y construcciones cotidianas, convirtiéndose en un elemento cultural que se hereda, se transmite y se transforma, hasta llegar al punto de poder hablar de costumbres y hábitos que se van a evidenciar en todos los escenarios de desempeño cotidiano de los sujetos.

      De conformidad con lo expuesto, realizar AF puede ser vista como una expresión de movimiento corporal, en tanto le permite al individuo explorar sus propias capacidades, sus barreras, limitaciones y también sus alcances, promueve la generación de redes intersubjetivas, es una fuente de expresión en la que quien la práctica experimenta la libertad de expresarse con su cuerpo frente a los desafíos que el entorno le genera.

      Conclusiones

      De lo expuesto anteriormente, en este