E. M Valverde

Sugar, daddy


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a cambiarme el uniforme del instituto, todo para que luego él llegara impuntual y orgulloso en ello.

      —¿No crees que deberíamos diseñar cámaras inteligentes en las esquinas interiores del coche? –propuso enigmático, sus dedos tamborileando secos contra la mesa, acompañando su voz ronca.

      ¿Qué ideas de mierda se le ocurrían? ¿Era este el heredero de la Hyundai? Porque sinceramente estaba preocupada por el futuro de su compañía.

      —Definitivamente no... Sería un desperdicio de dinero y de mi tecnología –junté convincente las manos en un triángulo–. Ya está la alarma para avisar a las autoridades en caso de robo, ¿para qué desperdiciar dinero en eso?

      Takeshi estalló en una risa contenida en la que pareció burlarse de mi lógica. No entendí nada, y no supe qué le parecía tan gracioso.

      Se puso en pie, y en silencio, sus zapatos negros avanzaron hasta a la pizarra electrónica con una lentitud casi cruel. No reaccioné hasta que su altura me hizo sombra, y retrocedí cuando le vi a centímetros de mí.

      ¿Pero qué hacía invadiendo mi espacio personal así?, ¿qué iba a hacer?

      Su cara quedó a un palmo de la mía, y aprecié de cerca sus rasgos severos disfrazados de piel suave y sana. Intenté mantener la calma, ya que tal vez solo se quisiera imponer, la masculinidad tóxica...

      —Creo que está malinterpretado la situación... –susurré, encogida de hombros contra la pared.

      —¿Cuántos años tienes, cielo? –preguntó condescendiente, apoyando la mano larga y anillada al lado de mi cabeza, encajándome en la pared–. ¿Dieciocho? –inquirió, con una sonrisa seductora que no pasé por alto. Hubo algo en sus ojos oscuros que me dejó prendada, pero también avergonzada.

      —No se lo diré. Me tratará de inmadura solo por ser más pequeña que usted –concluí, desviando la mirada cuando sentí la cara caliente por el contacto visual; ¿qué me pasaba?–. Apártese.

      —Me temía que dijeras eso –me miró de arriba a abajo hasta que me sentí terriblemente cohibida–. A los mayores nos gusta tener sexo de vez en cuando en el coche, grabar la experiencia. Es obvio que no tiene ni idea de eso, Señorita So –una de sus espesas cejas se alzó, sus nocivos ojos riéndose silenciosamente de mí.

      Me acababa de llamar virgen en toda la cara

      ¿Por qué hablaba de sexo en una situación como esta?

      —Pero el modelo que vamos a sacar es un coche familiar donde también van niños, no un prostíbulo con ruedas –espeté, intentando imponerme–. ¡Y le he dicho que se aparte! –en un arrebato de ansiedad, le di un manotazo a su brazo, desequilibrándole y aprovechando para salir entre la pared y su cuerpo–. D-Doy la reunión por acabada.

      Sintiéndome patética e incomodísima, recogí mis apuntes lo más rápido que pude. Me forcé a desoír la pesada respiración a mis espaldas. No parecía muy contento, pero yo me seguía preguntando cómo podía haber tenido tan poco filtro y ser tan obsceno en la primera reunión.

      ¿Tal vez había sido mi uniforme? Era consciente del fetiche que algunos adultos tenían con eso, pero no era ni el momento ni el pretexto para eso. No era justificación.

      Justo cuando me escabullí para abrir la puerta, una mano huesuda y esquelética se estampó contra la madera, cerrándola de nuevo. Me quedé paralizada, siendo consciente de que estaba detrás.

      —No das nada por acabado porque el mayor aquí soy yo. No seas maleducada y ten una conversación cuando tu mayor te la pide ¿sí, cielo? –por primera vez me percaté de lo estricta que era su voz, como si no admitiera las opiniones de los demás. y también del calor que emitía su cuerpo–. No me gusta su exceso de autoridad, Señorita So...

      Se me puso la piel de gallina cuando apartó mi cabellera tras mi oreja, y rozó mi hombro de forma innecesaria e intrusiva.

      —¿Qué está hac... –enmudecí cuando me presionó contra la madera de la puerta, su cuerpo cubriendo el mío casi sin esfuerzo. Algo sólido se presionó contra mi espalda baja, y aunque sentí una angustia tremenda, tampoco hice nada para moverme–. Esto no está bien.

      ¿El heredero de la Hyundai era un adulto que no podía controlar su polla?, ¿de verdad la inmadura era yo?

      —¿Y por qué no está bien, hmnn? –me susurró en el oído, con una voz tan claramente maliciosa, que comencé a temblar contra él.

      Su cuerpo se sentía musculado y seguro contra mí, razón de más que me hizo sentir confundida. Y agradecí que estaba contra la puerta y así no podía ver mi cara.

      —Está malinterpretado la situación, esto no es nada sexual –entrometió los dedos por debajo de mi falda, acariciando la piel–. Señor Takashi –atrapé su mano y clavé las uñas en el dorso como última advertencia–, creo que es suficiente.

      ¿Qué estaba haciendo?, ¿acaso mi mentalidad era un juego para él?

      —¿Va a venir en uniforme a trabajar, señorita So? –me empujó más contra la puerta, haciendo que me callara–. Porque me ponen las chicas con falda y no creo que me pueda contener mucho.

      —No me puede tocar así –me quedé inmóvil sin saber qué hacer, mareándome con los roces casuales que sus labios dejaban en mi piel.

      —Pues ya lo estoy haciendo, Señorita So –uno de sus brazos rodeó mi cintura por diversión pura, y jadeé cuando me cortó la respiración debido a la brusquedad–. Tampoco estoy viendo que pongas mucha resistencia... ¿Acaso te gusta esta clase de toques? –tocó mi trasero por encima de las bragas, tan suavemente que no parecía una amenaza.

      Sabía que esto era más que inmoral, pero el incendio de mi vientre comenzó a crecer con la fricción de su erección en mi trasero.

      No, ¡mierda! ¿Por qué mi cuerpo reaccionaba así?

      —No... –no solté su muñeca ni abrí los muslos, y con toda calma trasladó la mano a la parte delantera, subiendo la senda prohibida hacia mi intimidad–. Voy a gritar si no se aparta –dije, hiperventilando contra la madera–, ¡n-no pienso tolerar que me acose en mi propio edificio! –desesperada y en conflicto mental, le clavé las uñas hasta hacerme daño yo misma.

      ¿Y si ya había entrado aquí con la idea de tocarme cuando estuviéramos solos?

      —No sé cuántas veces he oído eso... –desenterró mis uñas de su piel rota con una fuerza que no esperaba, y habló anormalmente calmado–. ¿Te ha parecido una buena idea hacerme eso?

      Aprisionó mis muñecas en mi espalda y me empujó con impaciencia contra la puerta. Grité debido al golpe seco contra mi mejilla, con el poco cuidado que había tenido.

      —No puede hacer esto. ¡Avisaré a mi madre!

      —¿Para qué, cielo? –su mano libre acarició mis clavículas por encima de la blusa, y el contraste suave me desconcertó–. Solo atraerá a la prensa en un escándalo que no nos beneficia a ninguno de los dos. ¿Para qué quieres un escándalo sexual en tu inmaculado expediente cuando te lo puedes pasar bien conmigo? –lamió el cartílago, poniéndome los pelos de punta–. Además, aquí no creerían a una adolescente coreana –se río en mi oído, subiendo los dedos a mi cuello y rodeándolo–. ¿Para qué vas a gritar, eh?

      Si esto salía a la luz, no solo sería una verdadera vergüenza para mí, sino que arruinaría la colaboración estimada en millones, y también la reputación de la empresa, la de mi madre...

      —Quiero que sepas que no me gusta repetir las cosas –me dió la vuelta con la mano en mi cuello, e hice mi mayor esfuerzo por no mostrar que estaba asustada–. Si te hago una pregunta, la respondes al instante.

      Guardé silencio, analizando sus facciones rectas y masculinas. No debía de tener más de veinticinco años, pero ya había alcanzado un atractivo físico que justificaba su extraña aura autoritaria.