E. M Valverde

Sugar, daddy


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rellenos. Me sentía como un juguetito.

      —He preguntado yo primero, ¿vas a gritar? –dio un apretón opresivo, y me quedé tiesa cuando sentí su respiración contra mi cuello.

      —No.

      —Muy bien, nena –me apremió con un tono de voz denso y sugerente, y noté mi cara roja como un tomate, porque me gustó–. Corregiré su exceso de autoridad, Señorita So, no se preocupe. Me gustan las chicas obedientes y no parece una. Va a ser todo un reto, especialmente siendo coreana.

      Al decir lo último, me apretó la garganta con firmeza, como si me fuese a ahogar, y le miré con los ojos aguados, totalmente humillada y mentalmente colapsada.

      —No me mires así, nos lo vamos a pasar muy bien, ya verás –sus ojos se dilataron, y no pude decir nada porque me quedé totalmente muda frente a su preciosa cara–. Takashi –remarcó, dando un toque final en mi nariz con la yema del dedo–, Señor Takashi. Acuérdate de ese nombre, nena. Lo vas a usar mucho.

      2. [noche de gamberradas]

      Areum

      No sé cómo aguanté el día siguiente de instituto, porque lo cierto es que el acoso del heredero no me dejó dormir más de tres horas.

      Al cerrar los ojos sentía sus manos en mí, el calor de su atrayente cuerpo. Había que ser estúpida para negar que Takashi era guapo, pero el trato tan frío y dominador que me dio...algo no iba bien.

      —Oye, llevas todo el día ausente –la voz melosa de mi amigo Ito Kohaku me devolvió a la realidad. Me pasó el brazo cálidamente por los hombros cuando le miré–. ¿Qué te pasa?

      —No he dormido demasiado bien, pero no tienes de qué preocuparte –le sonreí para que se tranquilizase, y aunque mi argumento pareció no convencerle, no volvió a hablar del tema, cosa que agradecí.

      —Bueno, me encargaré de que te lo pases de puta madre esta noche –me acercó a él con el brazo, sonriendo de oreja a oreja, sin ser invasivo como Takashi–. Mientras tanto háblame sobre el heredero de la Hyundai, me quiero reír un rato.

      Kohaku y yo siempre hacíamos eso, nos burlábamos de lo mimados que eran los herederos, cuando en realidad nosotros éramos igual. Íbamos a un colegio privado, vestíamos ropa de diseñador y podíamos tener cualquier capricho que quisiéramos, fuera lo caro que fuera.

      Sí, éramos asquerosamente ricos y supuestamente enemigos. Kohaku, era el heredero a director general de Apple Japón, actualmente ocupado por su padre. Era mi misma situación con Samsung, solo que yo había dejado mi tierra para estar en el país nipón, más asilado y protegido del mundo exterior.

      —Voy a buscar una foto suya en internet –tecleó con dificultad en el buscador, leyendo la pantalla–. Aquí dice que tiene 25 años, que a veces modela para diseñadores exclusivos y que es muy...”guapo” –leyó lo último con asco–. ¿Y por qué narices tiene su propia página en Wikipedia? La información ni siquiera es objetiva, qué falta de profesionalidad...

      —Déjame ver –me puse de puntillas, solo para recordar la cara de mi pesadilla. Vi una entrada en la Wikipedia con el nombre entero. Takashi Kaito, así se llamaba el enigmático heredero. Me enfadé conmigo misma al pensar que salía guapo.

      —No es más guapo que yo –Kohaku me miró con algo de timidez, esperando aprobación, y le pellizqué una mejilla regordeta.

      —Nadie es más guapo que tú, Kohie.

      ...

      A pesar del ambiente condensado de la discoteca, era difícil no centrarse en la naturalidad de Kohaku, quien parecía estar en su salsa a pesar de ser introvertido.

      —Kohaku, ¡me encanta esta canción! –no disimulé mi ilusión, ya que cuando estaba con él, podía ser sincera.

      —¿Esto es reguetón? –a mi amigo le costó pronunciar la palabra extranjera, pero cuando asentí, un brillo travieso despertó en sus ojos.

      ¿Qué tramaba?

      Acortó un paso entre nosotros, hasta que su respiración me hizo cosquillas en la sien; me percaté de la irregularidad de esta. ¿Estaba nervioso? Porque no lo pareció en absoluto cuando apreció cómo el vestido entallado abrazaba mis curvas con devoción, y se relamió los labios al ver mi boca pintada de rojo.

      —¿Kohaku? –incliné la cabeza a un lado, y carraspeó y pronto se recompuso.

      —¿Esto se baila...pegados? –dijo con una sonrisa desenvuelta. En sus tiempos libres, bailaba, y a pesar de que sabía perfectamente la respuesta, quería oírme decirlo.

      —Así es, se baila de forma anti-elitista –solté una risita al verle negar con la cabeza de forma juguetona.

      —¿Y a qué esperas para acercarte? Que no muerdo –alzó una ceja, desafiándome de esa forma que solo él sabía hacer.

      Noté un bulto en su pantalón a pesar de que no toqué su cuerpo, y si no fuese por las luces moradas y azules de la discoteca, habría visto sus mejillas sonrojadas. Hice como que no vi nada.

      Tenía la teoría de que hace meses que le gustaba a Kohaku, pero era tan tímido que me hacía dudar. Y pensé que a veces a los chicos se les empalmaba cuando bailaban con una chica atractiva, así que seguí en dudas.

      —Ari –me tocó el hombro al acabar la canción, llamando mi atención con el apodo de siempre. Tenía perlas de sudor en la frente y se mordía el labio con impaciencia–, necesito...ir al baño, ¿te importa?

      —No me moveré de aquí –le sonreí, y desapareció. Bebí la amarga mezcla de zumo tropical y vodka, y cuando estudié mis alrededores, una figura alta se interpuso en mi campo de visión.

      ¿Por qué había un guardia de seguridad en mis narices?

      —Disculpe, no debería... –cerré la boca cuando subí la vista a la cara del hombre trajeado, y la copa comenzó a temblar con mis dedos.

      —Señorita So, qué agradable sorpresa –con tranquilidad, Takashi le dio un trago demasiado largo a su copa de vino, sin despegar los ojos de mi cuerpo. Sin disimulo alguno, se relamió los labios, y yo me tensé muchísimo–. No la había reconocido con ese...vestidito. Mucho mejor que el uniforme escolar, desde luego.

      No solo me trataba de inferior por mi edad, sino también por la altura de mi vestido.

      No le contesté, solo dándole razones para que se fuese y me dejaste tranquila con mi amigo.

      —¿Te vas a hacer la muda conmigo? Ayer te pusiste muy gritona para que no me acercase a ti... –se inclinó hasta hacer contacto visual directo, depredativo. Miró por encima de mis hombros, buscando algo–. ¿Estás sola, cielo?

      Su mirada se oscureció varios tonos, y no solo por las luces psicodélicas de la discoteca. No tuve un buen presentimiento.

      —Estoy con un amigo –hice énfasis en la última o, sacándole una sonrisa de autosuficiencia–. ¿Qué haces aquí? ¿Has venido a molestarme?, ¿no eres muy mayor como para venir a estos sitios?

      —¿Ya no me hablas de usted? –bebió con una ceja duramente arqueada.

      —No te los mereces después de faltarme al respeto como lo hiciste –le levanté la voz, intentando no irritarme porque todavía me quedaba mucha noche por delante–. Si quieres que te respete, entonces tú también me tienes que res...–

      —Ari –una tercera voz entró al dúo, y el Señor Takashi se irguió en su traje– ¿conoces a este tipo? –el brazo protector de Kohaku se enredó en mis hombros, dándome un pequeño infarto pero a la vez alivio de que hubiera cortado mi conversación con Takashi. Por lo calmado que parecía Kohaku, deduje que no habría escuchado mucho.

      —Este es Takashi, el heredero de Hyundai con el que voy a colaborar –le presenté educada, intentando no mirarle ya que me pondría de los