Sin embargo, la verdadera dimensión del islam político ha sido consistentemente distorsionada por la instrumentalización de una doble asociación: entre islamización e islamismo, y entre oposición política e incremento del radicalismo islámico. Ambas inferencias son construcciones de los gobiernos autoritarios para aplastar a los oponentes políticos y posicionar la idea, dentro y fuera de sus países, de los peligros de una islamización no regulada estrictamente por el Estado. La paradoja detrás de esas asociaciones es que el islamismo ha sido, en realidad, un producto menor dentro de la tendencia general a la islamización de la sociedad, no determinada por ella y distribuida geográficamente de manera desigual, con una gran concentración en el valle de Ferganá (Idrees, 2016, p. 6), compartido por Uzbekistán, Tayikistán y Kirguistán, y con bases de operaciones que han estado la mayor parte del tiempo, en algunos casos, fuera del territorio de Asia Central.
Después de 1991 el ascenso del islamismo tuvo básicamente dos vertientes fundamentales de expresión; por un lado, mediante la acción expansiva de agrupaciones transnacionales partidarias de establecer un Estado islámico por medios generalmente pacíficos; y, del otro, por la aparición de organizaciones locales autónomas de corte yihadista, con una proyección más agresiva y violenta. El exponente más importante del primer tipo es la Hizb ut-Tahrir al-Islami (ht) [Partido de Liberación Islámica], organización surgida en Jerusalén oriental en 1953, que experimentó un progresivo auge en las décadas siguientes hasta convertirse en una de las agrupaciones panislamistas más populares, con varios millares de simpatizantes en diferentes partes del mundo (Karagiannis, 2010, p. 13). El programa de la ht promueve la estrategia de la “yihad previolenta” como vía para conseguir inicialmente el estado islámico por medios pacíficos a través de la incesante islamización de la sociedad (Mori y Taccetti, 2016, p. 10), aunque acepta el recurso de la yihad violenta en una etapa posterior para materializar la aspiración suprema de implantar un califato global.
Desde finales de los noventa la ht encontró un terreno fértil en Asia Central para expandir su influencia. Sin la presencia de otras grandes organizaciones islamistas competidoras, su mensaje del cambio social por medios pacíficos logró cierta resonancia en la región debido al vacío ideológico del periodo postsoviético, a las frustraciones sociales por las serias dificultades económicas y, también, por la carencia de canales para expresar el descontento hacia las políticas gubernamentales. Gracias a ello, la ht se convirtió en la principal agrupación islamista en todas las repúblicas centroasiáticas, con excepción de Turkmenistán en donde su presencia ha sido mucho menor. En Tayikistán, la ht no sólo se confrontó con las autoridades sino también pretendió erigirse en el rival ideológico del único partido religioso legalizado de la región, el irtp (Karagiannis, 2010, p. 15).
Desde sus inicios, la labor misionera y las demostraciones antigubernamentales de la ht fueron fuertemente reprimidas, especialmente en Uzbekistán, su bastión principal, lo que coadyuvó a que su actividad se moviera con más rapidez hacia los otros estados de la región. Sobre todo después de 2001, en que la organización fue proscrita en varios países occidentales, los gobiernos centroasiáticos le otorgaron el tratamiento de grupo terrorista, aunque tal percepción fuese poco compartida a nivel social por la naturaleza no violenta de sus acciones (McGlinchey, 2009). La respuesta punitiva, sin embargo, produjo dos efectos indeseables y en cierta forma contradictorios. Uno fue la escisión de grupos inconformes con la estrategia de la ht y partidarios de pasar a una acción más agresiva, los cuales formaron nuevos pequeños grupos más radicales y violentos, como el Hizb-an-Nusra y Akramiylar (Baran, 2005, pp. 47-49; Alonso, 2005). El otro fue que indirectamente contribuyó a incrementar la popularidad de ht y a llamar la atención sobre su mensaje, no ya de las capas más humildes, sino también de algunos sectores de las clases medias, lo cual contribuyó a que la agrupación islamista pudiera mantener su presencia pese a la represión, si bien su influencia, a diferencia de la narrativa oficial, difícilmente constituya una amenaza a la seguridad (Karagiannis, 2010, p. 15).
La Tablighi Jamaat (tj) es la otra organización transnacional islamista con actividad en la región. Fundada en India durante la década de 1920, la tj logró también ejercer alguna influencia por Asia Central después de 1991. Con una orientación aún más moderada, la tj rechaza la violencia como medio para establecer el estado islámico e incluso prohíbe a sus miembros el activismo político por considerarlo causa de división (fitna) entre los musulmanes. Como grupo salafista piadoso defiende el proselitismo como instrumento de regeneración del islam y vía para lograr el objetivo de un estado basado en la sharía. Para los líderes de la tj, la actividad misionera en la base, realizando proselitismo de puerta en puerta, constituye una especie de yihad pacífica encaminada a fortalecer la fe religiosa y el papel social de las mezquitas (Mori y Taccetti, 2016, p. 11). No obstante, desde la perspectiva gubernamental, esa imagen apolítica ha servido poco para librarla del estigma de ser una amenaza salafista y, por consiguiente, de la represión de las autoridades. Lejos de verla como una fuerza alternativa y de contención del islam radical, la mayoría de los políticos temen que, bajo ciertas circunstancias sociales, el proselitismo transformador de la tj pueda contribuir a la radicalización de una juventud insatisfecha, razón por la que sus actividades fueron prohibidas en todos los países de la región, excepto en Kirguistán.
La segunda vertiente de expresión del islamismo en la región, el yihadismo violento, tuvo su exponente más importante en el Movimiento Islámico de Uzbekistán (miu), y su evolución generalmente se divide en tres periodos fundamentales: 1991-2000, 2001-2014 y después de 2014 (Lang, 2017, pp. 1-2). Durante los años 1991-2000 el islamismo radical tuvo su epicentro en el valle de Ferganá, especialmente en las zonas de población uzbeca, y su actividad estuvo vinculada a la lucha por derrocar a los regímenes neocomunistas en Uzbekistán y Tayikistán. En 1991 surgió el grupo salafí Adolat dirigido por Tahir Yuldashev, un ideólogo islámico uzbeco, y por Juma Namangani, un veterano del ejército soviético también de origen uzbeco, radicalizado tras su experiencia militar en la campaña de Afganistán. Debido al contexto de inestabilidad inicial que siguió a la independencia y a la debilidad del poder central uzbeco, Adolat logró imponer su autoridad temporal en la provincia de Namangán, en el extremo norte del valle de Ferganá, y desde allí confrontó al gobierno de Islam Karímov para imponer la sharía en todo Uzbekistán. Tras la ofensiva exitosa del régimen, los remanentes de la agrupación movieron su base de operaciones a Tayikistán en 1992, cuando recién iniciaba la guerra civil en ese país.
Las fuerzas de Adolat se aliaron con Abdullo Nuri y lucharon al lado del irpt contra el gobierno de Emomali Rahmon. De 1992 a 1997 su líder Namangani estuvo al frente de las operaciones militares en Tavildara, región montañosa y relativamente próxima a la frontera con Afganistán. Pero los acuerdos de paz de 1997 provocaron el distanciamiento entre Nuri y Namangani debido a la intransigencia del segundo a pactar con el gobierno, aunque de hecho siguió conservando su base de operaciones y reclutamiento en el valle de Tavildara. En 1998, las fuerzas de Adolat y de otros pequeños grupos radicales se unificaron bajo el liderazgo de Namangani y Yuldashev para constituir el Movimiento Islámico de Uzbekistán (miu) (Mori y Taccetti, 2016, p. 10) con el objetivo principal de combatir al régimen de Islam Karímov, si bien sus acciones violentas se extendieron también a las partes kirguisa y tayika del valle de Ferganá. El fallido atentado a Karímov en 1999, atribuido presuntamente a la agrupación yihadista, intensificó la persecución contra el miu y las presiones al gobierno tayiko para que lo expulsara de la región de Tavildara, lo cual conllevó su salida de Tayikistán y el inicio de su capítulo afgano.
Para ese entonces Afganistán se había transformado en el centro neurálgico de la subversión islamista regional (Baltar, 2003, pp. 97-116). Tras la conquista de Kabul en 1996 y la proclamación del Emirato Islámico encabezado por el mulá Omar, la posibilidad de un predominio talibán sobre todo el territorio, alentada por su incontenible avance hacia el norte, impulsó la conformación de un frente antitalibán integrado por las demás facciones rivales, comúnmente conocido como Frente Unido o Alianza del Norte. Con excepción de Pakistán, principal apoyo externo del talibán, los países del entorno regional, incluidas las repúblicas centroasiáticas, se inclinaron a favor del Frente Unido, no sólo por el temor a su radicalismo islámico, sino también por la nueva asociación que forjaron con Osama bin Laden y Al Qaeda, que implicó el traslado a territorio afgano del centro operacional de