experimentales, escritores(as) de clase obrera, y escritores(as) de etnias minoritarias, ya sea porque estas(os) escritoras(es) no tuvieron acceso a espacios de publicación, o porque su educación (determinada por su estatus social, su género y su raza) impuso roles sociales incompatibles con el desarrollo de sus aficiones literarias o su desarrollo profesional. La escritura experimental —ya sea académica o literaria— también ha sido relegada a un rol minoritario y a una distribución mínima, a pesar de su función crítica y del valor inherente que tiene al poner en cuestión de modo activo la identidad y la pureza de las disciplinas en las que se inscriben.
Resulta útil reflexionar en aquello que la ley literaria resiste, en aquello que deja fuera de sus márgenes disciplinarios precisamente para comprender la economía que administra estos márgenes.7 Existen nombres para lo literario y para lo no literario. Pero en ningún lugar encontraremos un nombre para aquello que resiste toda categoría de género. Hay textos que a veces llegan a la puerta de la ley literaria cargando con esta ausencia de nombre, y si bien es cierto no tienen nombre existe un término en el trabajo de Jacques Derrida que puede nombrar la singularidad de estos eventos textuales: l’idiom.
4 El poder del guardián es performativo, pero no es solo en su carácter performativo que puede establecer un orden, si no en vistas a la autorización que valida este performance: En L’Université sans condition, Derrida afirma: “Todo performativo produce algo, sin duda, hace posible que un evento suceda, no obstante, lo que él hace de esta manera y lo que él hace que suceda [arriver] no es necesariamente una obra [mais ce qu'il fait ainsi et fait ainsi arriver n'est pas nécessairement une oeuvre], y siempre debe estar autorizado por un conjunto de convenciones o de ficciones convencionales, de ‘como si’ sobre las cuales se funda y se establece acuerdo en una comunidad institucional” (Derrida 2001b, 41).
5 Este concepto, polisémico, reúne la totalidad de la filosofía de Derrida en tanto describe la máquina productora de diferencia y diferimiento que aparece como condición del lenguaje, y el lenguaje como condición de la experiencia. Presenta un nuevo modelo para pensar la presencia del presente, o el presentarse de lo que se presenta, que excluye la posibilidad de la inmanencia. No existe manera económica de explicar la differance, y muchos de los conceptos abordados en este ensayo dan cuenta de ella en su puesta en obra. No obstante, quiero referir al brillante trabajo de explicación y circunscripción de este concepto al interior de la tradición filosófica que hace Rodolphe Gasché en The Tain of the Mirror, específicamente entre las páginas 196 y 205 (Cambridge: Harvard University Press 1986).
6 Esta expresión es abordada en detalle en términos similares en Foi et Savoir. El origen de la ley, Derrida escribe, es una paradoja, “[…] un análisis puramente racional revela esa paradoja, a saber, que el fundamento de la ley —la ley de la ley, la institución de la institución, el origen de la constitución— es un evento ‘performativo’ que no puede pertenecer al conjunto que funda, inaugura o justifica. Tal evento es injustificable dentro de la lógica de aquello que habrá inaugurado […]. Por lo tanto, la razón debe reconocer lo que Pascal y Montaigne llamaron ‘El fundamento místico de la autoridad. Lo místico así entendido relaciona la creencia o el crédito, lo fiduciario o lo fiable, el secreto (el significado que tiene lo ‘místico’ aquí) al fundamento, al saber, e incluso también a la ciencia como ‘hacer’, como teoría, práctica y práctica teórica, es decir a la performatividad y a la performance tecnocientífica o tele-tecnológica a la vez” (2001b, 31-32).
7 La demarcación entre lo literario y lo no literario es objecto de consideraciones minuciosas en el trabajo de Derrida. Reservaré las notas para dar cuenta de aquellas que excedan la brevedad del cuerpo de este ensayo que quiere permanecer ensayo. Sin embargo, existe una consideración preparatoria que resulta importante destacar. A menudo Derrida distingue entre literatura y poesía a pesar de las semejanzas entre estos dos géneros, las que Derrida no ignora. Esta distinción cumple una función específica y tiene en vistas destacar la función que estas formas de escritura cumplen de manera ejemplar, lo que no quiere decir que su distinción sea meramente descriptiva (en el caso de la poesía esto es más evidente y me referiré a ello en esta sección del ensayo). Cuando Derrida habla de la literatura para referirse a la tradición de textos que solemos asociar con esta palabra, está pensando específicamente en la tradición que comienza con la modernidad: “A menudo debo insistir en la necesidad de distinguir entre la literatura y las belle-lettre, o la poesía. La literatura es un invento moderno, ella se inscribe al interior de las convenciones y de las instituciones que, por mencionar solo este rasgo [pour n'en retenir que ce trait], le aseguran en principio el derecho a decirlo todo. La literatura asocia de esta manera su destino a una cierta nocensura, al espacio de la libertad democrática (libertad de prensa, libertad de opinión, etc.). No hay democracia sin literatura, no hay literatura sin democracia. […] Y cada vez que una obra literaria es censurada, la democracia se encuentra en peligro, y todo el mundo está de acuerdo” (Derrida 1993, 64-65).
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