Herbert King

King Nº 7 El Dios de nuestra vida


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Sobre todo el continuo pasaje por oscuridades. Por encima de esas oscuridades estuvo siempre el Dios de la vida, el Dios que ha planeado nuestra peregrinación con todos sus escollos, que ha guiado y orientado hacia sí nuestra vida cotidiana, nuestro camino de peregrinación de los últimos catorce años. Ponemos especial énfasis en tomar conciencia de cuán oscura, oscurísima, era la noche por la que tuvimos que andar continuamente, y en la que fuimos guiados de estación en estación. Tratamos luego de indagar por qué esa peregrinación hubo de llevarnos por la oscuridad. Y encontramos tres respuestas.

      (Primera respuesta: Sólo Dios conoce el plan de vida)

      La primera respuesta: Porque seguramente el plan de Dios sólo es conocido por él. De ahí que por más que pensemos, que usemos nuestro entendimiento humano, no arribaremos a una conclusión satisfactoria. La naturaleza del ser humano es así: vengan las dificultades que vinieren, si detrás de ellas descubrimos una línea, si la razón natural logra hallar y explicar una línea, logra discernir cómo una cosa lleva necesariamente a otra, entonces la mente queda satisfecha, aun cuando el corazón sufra. Pero aquí la dificultad radica justamente en que el pensamiento puramente natural no puede comprender lo que sucede. Por cierto a la luz de la fe podemos obtener un conocimiento parcial, podemos entrever líneas del plan, y sobre esa base prever de algún modo cuál sería el desarrollo futuro, pero la oscuridad subsiste. Por eso hablamos de salto mortal que tiene que dar la razón natural. Consideren con mucha seriedad lo que significa pues ‘salto mortal de la razón natural’. Tomen conciencia de que Dios ha trazado un plan para nuestra vida en el cual están previstas cada una de las vicisitudes singulares de esa vida. Dios nos oculta ese plan, no nos lo desvela plena y palmariamente. Eso explica la oscuridad, la noche oscura de los años pasados.

      (Segunda respuesta: Diferentes tipos de beatitud eterna)

      Una segunda reflexión. Suelo reiterarla porque libera, alegra y aquieta el alma. Pues bien, si Dios sólo hubiese trazado un plan para nuestra vida terrenal, lo dicho sería suficiente, habría bastado. Pero ahora sabemos algo que hace más difícil discernir el plan: Dios también ha previsto para todos nosotros la beatitud, la visio beata, y ésta es diferente para cada uno. Así reza aquel antiguo axioma: Quidquid agis prudenter agas et réspice finem [hagas lo que hagas, hazlo con prudencia y teniendo presente el fin último]. Para el sabio, el sabio de sabiduría terrenal, es una ley evidente: Todo ha de ordenarse al fin último. Y ese fin último es particularmente oscuro para nosotros. No sabemos en absoluto el grado y tipo de visio beata prevista para nosotros. Así pues que lo oscuro se hace más oscuro.

      Si lo contemplo a la luz de la fe, me resultará más fácil cerrar los ojos, con más razón aún si tengo en cuenta que es un Padre quien ha previsto todo eso para mí; un Padre que me ama más de lo que yo me puedo amar a mí mismo; un Padre que no sólo es sabio y bondadoso, sino omnipotente. ¡Cómo me libera saber, estar convencido de que detrás de todo lo que acontece en mi vida está Dios Padre, está Dios Padre omnisciente, todo bondad, omnipotente! Pero eso no quita estar igualmente convencido de que lo más difícil en nuestra vida es el salto, es el salto mortal de la razón. En determinadas circunstancias el salto mortal del corazón y de la voluntad es más fácil de dar que el salto mortal de la razón. Pero sin salto mortal no podremos andar con seguridad nuestro camino en medio de la oscuridad, la inseguridad y la confusión.

      (Actitud de los existencialistas)

      Si observamos a los así llamados existencialistas, advertimos que ellos también - y quizás más que nosotros - saben de la confusión de la cultura actual, de la disolución y desarraigo de la vida de hoy. ¿Y cómo lo asumen? No como nosotros, mediante la personalísima y heroica entrega a Dios Padre y al plan de Dios Padre, sino -dicho con nuestro lenguaje- apelando a una cierta resistencia. Reparen en que las disposiciones de Dios pueden ser respondidas mediante la entrega perfecta o mediante actitudes o posturas de resistencia y rebelión. ¿Cómo se expresa esa resistencia? Apretar los dientes y arrojarse al río. Quizás se haga el intento, aquí y allá, de hacer pie en algún punto, de buscar un lugar donde apoyarse, pero, por lo demás: Apretar los dientes: “Me las arreglaré solo con mi destino”.

      (Sin embargo siempre vuelve a hacerse luz)

      Lo que todos necesitamos, especialmente ahora, al final de una época, es descansar en el corazón y en el plan de Dios. Al echar una mirada retrospectiva a la luz de la fe, ¡qué hermoso es descubrir, de algún modo, cómo Dios nos ha ido guiando! Todo lo que experimentamos, incluso el acontecimiento de ayer o anteayer es, sin duda, un gran acontecimiento en la historia de nuestra Familia.73 Ciertamente es verdad lo que les recordé brevemente ayer por la tarde: la Iglesia que nos ha clavado en la cruz, que nos ha crucificado, nos baja ahora de la cruz. La manera como nos ha clavado en la cruz fue realmente imagen fiel de la crucifixión del Señor. Y si nos contemplamos como comunidad, vemos asimismo que no hubo miembro que no haya sido clavado en la cruz. El Dios que está detrás, el que nos permitió asociarnos al Viernes Santo, a la pasión del Señor… o mejor dicho: el Redentor que revivió en nosotros todo lo que una vez padeciera, quiere ahora, de manera incomparable, celebrar en la Familia la transfiguración y la resurrección. Por eso haremos siempre bien en hacer luz en la historia de la Familia. Para nosotros la historia es magistra vitae [maestra de vida], una maestra de vida, amor y pensamiento decididamente sobrenaturales.

      (Tercera respuesta: Participación original en la vida y padecimientos de Cristo)

      Una tercera respuesta que con la luz de la fe ilumina aún más fuertemente lo dicho: recordemos la gran verdad que se suele olvidar: El sentido de nuestra vida es la asociación a la vida de Jesús. Quizás no comprendamos ese íntimo entramado que acabo de exponerles; quizás pensemos que estamos abandonados a merced de las vicisitudes de la vida; quizás nos sintamos desorientados y repitamos lo que hoy dicen a gritos millones de hombres: ¿Qué sentido tiene todo esto? ¿Qué relación tiene esto con un Dios Padre bondadoso?... Pero si luego comprendiésemos la respuesta, y nos convenciésemos firmemente de lo que ella nos dice, podríamos entonces responder a otros, cuando se plateen esas preguntas: el sentido es la asociación e incorporación a la vida de Jesús. El Padre ha querido que Jesús pasara por muchas cosas, y quiere que él vuelva a vivirlas en nosotros y a través de nosotros. Se nos concede asemejarnos a Jesús. Que Dios Padre haya podido tratar tan duramente a su Unigénito es algo que lógicamente constituye un misterio para la razón natural. Es un misterio en la vida del Señor. En mi vida dicho misterio no sería tan hondo y grande si estuviese convencido de que Dios me ha creado para que en mí Jesús viva, continúe y consume nuevamente toda su vida. Por cierto podemos de alguna manera estar orgullosos y es una cierta alegría que el Padre del Cielo nos asocie de ese modo al destino de su Hijo Unigénito.

      Nuevamente - y no tenemos que olvidarlo -: todos somos miembros del cuerpo místico de Cristo, pero lo somos de manera original. Vale decir, cada uno de nosotros participa de manera originalísima en la vida de Jesús. En cada uno el Señor vuelve a vivir su vida de manera original. Aquí tenemos, nuevamente lo que hoy es tan importante para nosotros: Comprender y dar respuesta a la oscuridad en todos sus matices. Soy tratado por Dios de manera diferente de cómo él trata a otro hermano o hermana. Dicho de modo familiar: en mi caso, cuando cae la rebanada de pan con mantequilla al suelo, cae sobre el lado untado; en el caso de otros, caerá sobre el otro lado. ¿Por qué ocurre así justamente en mi caso? Expresado popularmente: Nosotros, que hemos sido tan fieles, que hemos seguido a pie juntillas los mandamientos de Dios, que hemos acatado hasta la menor indicación divina, ¿por qué hemos sido tratados como por una madrastra? Ya les he dicho que la respuesta es: En este mundo Dios quiere recompensar a otros por todo lo bueno que hicieron; en cambio para mí la recompensa queda reservada para la eternidad.

      He aquí una respuesta.

      Pero la segunda respuesta me parece mucho más profunda, de sentido más hondo, más gratificante. Precisamente por ser la más heroica: por esa vía ofrecerle oportunidad al Señor de vivir y padecer nuevamente en mí. Ofrecerme muy personalmente a Dios Padre, a su plan, al plan que cumplió en la vida de Jesús, ¡qué enorme desprendimiento de mi “yo” supone tal ofrecimiento, qué gran liberación de mí mismo, qué silenciamiento de todas las pulsiones egoístas! Para el entendimiento es una luz resplandeciente.

      Naturalmente el corazón no dice