Denisse Quezada

Mi 27F


Скачать книгу

qué pasa. Necesito saber cómo están, no puedo seguir esperando. Apenas llegue Rodrigo le diré que me acompañe a la comisaría, y que viajemos a buscar a Mathias inmediatamente”.

      Habían pasado al menos once horas desde el momento del terremoto, cuando durante la tarde llegó Rodrigo, muy tranquilo, como si no hubiese pasado nada; le conté, por si no sabía, que el epicentro había sido donde estaba Mathias y llorando le pedí y le rogué desesperada para que fuéramos a buscarlo. “No sabemos nada, quizás necesiten ayuda y nosotros aquí a casi 500 kilómetros sin saber y sin poder hacer nada de nada... ¿Me entiendes? hay muchos muertos y heridos”.

      —Él debe estar bien, tienes que estar tranquila, tus padres lo adoran, es su único nieto, y harán todo lo que tengan a su alcance por salvarlo —me respondió muy tranquilo.

      —¡¿Qué…?! —le respondí muy molesta.

      —¿Tienes una bola de cristal? ¿cómo se te ocurre decir algo así?, voy a ir a la comisaría de Miguel Claro, (ubicada en la comuna de Providencia) a ver si saben algo ¡Si quieres me acompañas!

      Cuando se dio cuenta de mi estado de angustia y de lo alterada que estaba, accedió a acompañarme, y fue él quien habló con los carabineros.

      —No sabemos nada, manejamos la misma información que ustedes, hasta ahora no tenemos ninguna comunicación con las zonas afectadas —nos dijeron.

      —¡¿Pero cómo?! ¡No lo creo! ¡Es imposible! ¡Cómo nos da una respuesta así! necesito y exijo saber cómo están en esa zona, Curanipe, Pelluhue, Chanco, Constitución, es imposible que ni ustedes ni el gobierno tengan información ¿No tienen radios satelitales? ¡No lo entiendo! —mi decepción era evidente.

      —Señora, lamento decirle que no tenemos forma de comunicarnos con esa zona, estamos igual que usted, sin saber nada-- Lamentablemente, lo que nos decían los carabineros en ese momento era la dura realidad. En el Chile de 2010, y en algunas zonas del país hasta hoy mismo, ante una catástrofe natural el país quedó completamente incomunicado. Y no tan sólo por los daños estructurales de puentes, caminos, etcétera, sino que también porque las empresas de electricidad y las sanitarias quedaron absolutamente sobrepasadas y con una casi nula capacidad de respuesta. Me fui indignada, planeando cuál sería mi próximo paso a seguir. Analicé las distintas alternativas de qué hacer, a quién llamar y cómo viajar. En el intertanto, me mantenía comunicada con mi prima Karina. Y entre llamadas y mensajes de texto, le dejé claro que mi intención era viajar, pero que Rodrigo no me quería acompañar.

      —Flaca, la cosa está grave, si pasa un rato más y no sabemos nada, yo dejo a la Flo (su hija) con Víctor (su marido) y voy a ver cómo están ¿Te parece?, porque por lo que he escuchado en la radio es imposible viajar desde Santiago, los caminos están cortados; a mí por lo menos por la costa me queda mucho más cerca, así que por favor espera mi llamado.

      Debo admitir que esa llamada me tranquilizó un poco ¡un rato!; pero pasaban las horas y Karina no me respondía, intenté hacerlo una y otra vez y no entraba la llamada; sentía que sólo estaba perdiendo el tiempo y en esos momentos el tiempo era muy importante. Debía ir ¡sí o sí!

      En medio de mis divagaciones sobre cómo emprender el viaje, le pedí por última vez a Rodrigo que me acompañara, y me contestó:

      —No tengo bencina ni los papeles del auto al día, no me voy a exponer a que me saquen una multa o a quedar parado en la carretera— ¡Se subió al auto y se fue a trabajar!

      Su respuesta me pareció insólita, hasta que pasado unos minutos pensé con claridad “¿Cómo salió en el auto si dijo que no tenía bencina?”. En ese momento, estaba demasiado desesperada como para responderme de manera contundente, y sin duda no me atreví a hacerlo, pero me sentí completamente engañada y lo odié con todas mis fuerzas. Justo cuando más lo necesitaba me dejaba sola para irse a “trabajar”, a las horas de haber ocurrido uno de los terremotos más grandes de la historia del país. Fue uno de esos momentos en el que las personas se develan en toda su magnitud y te guste o no, te ves en la obligación de mirar lo que antes no habías querido.

      Al rato, me llamó mi amiga Pamela Fernández, quien en ese tiempo era pareja de Fernando Cabezas —uno de los guardaespaldas de Sebastián Piñera, el presidente electo en ese entonces— y me comentó que, justo en esos momentos, Fernando sobrevolaba en helicóptero la zona de la catástrofe. —Pamela, tú sabes lo grave de la situación, el epicentro fue en el mismo lugar donde está Mathias y no sé nada de él, no tengo cómo viajar, Rodrigo se fue a trabajar y me dejó sola, no tengo cómo ir, cuando te llame, por favor pregúntale si me puede llevar.

      Un poco más tarde, nos volvimos a comunicar y me contó que Fernando le había descrito un panorama bastante desolador: los caminos estaban cortados, no había ningún tipo de transporte público y habían muy pocos autos circulando. Su sugerencia fue que si yo aún no tenía noticias de Mathias ni de mi familia; que si aún no sabía si están vivos, heridos o muertos, viajase como fuera, pero que en esas circunstancias era impensable que él pudiese hacer alguna gestión para llevarme.

      Lloré mucho, mucho, pataleé otro rato, me lavé la cara, me cambié de ropa, tomé mi mochila, una chaqueta, mi cédula de identidad, y me puse de pie por mi hijo. En ese instante, me prometí que nada más de llantos y me coloqué manos a la obra; pero no tenía dinero. “¿Qué hago?” –pensé– y me fui al departamento de mi vecino, Alejandro Llambias, que era papá de Gustavo, un amigo de piscina de Mathias.

      —No doy más, viajaré caminando y llegaré como sea a ver a mi hijo —le anuncié con total seguridad —Denisse, estás loca, es muy peligroso, mira las imágenes de cómo está nuestro país, sobre todo en esa zona ¡Hubo un tsunami, entiende, piensa un poco por favor!

      —Alejandro, la decisión está tomada. Por favor quédate con las llaves de mi departamento -le indiqué donde estaba cada cosa, pólizas, documentos, etcétera- si me pasa algo entrégale todo a mi prima Karina, ella sabrá qué hacer con mis cosas.

      Él me miró estupefacto, y con una mezcla de ironía y asombro me espetó: —¿Es broma que Rodrigo no te acompañará? si no puede ¡Que al menos te pase el auto!

      —Se fue a trabajar en el auto —le respondí.

      —Lo siento Denisse ¿Qué hacemos? no puedo acompañarte ¿Qué puedo hacer, cómo te ayudo? ¿Qué llevarás?

      —Voy con mi mochila, mi carnet de identidad, una chaqueta, un rosario y mi querubín.

       —¿Y dinero?

      —No tengo y los cajeros no funcionan, en todo caso es lo que menos me importa. No lo necesito.

      —Toma esto, es todo el efectivo que tengo, espero te sirvan estos 40 mil pesos. Cuídate, que Dios te acompañe —y recibí un fuerte abrazo de él, que nuevamente me hizo llorar. Me di media vuelta y me dispuse a caminar.

      Конец ознакомительного фрагмента.

      Текст