Usumacinta, y se asegura el acceso a los productos de la costa y “seguramente dominó a las poblaciones asentadas al norte, entre ellas y la cuenca del río San Pedro Mártir”, señala Benavides Castillo. Aquí se labran 35 estelas que narran la vida de siete soberanos. Los prisioneros carecen del rasgo maya y a pesar de que las escenas bélicas no alcanzan el número de las de Bonampak o Yaxchilán, en la región del Usumacinta da la impresión de un aumento del militarismo, a la par que se refinan las artes plásticas, en las que, como apunta Beatriz de la Fuente, en la plástica maya, a diferencia de la postura de los hombres del altiplano mexicano, “los seres humanos no tienen el modesto papel de servir a los dioses”. El hombre, dice, no es subordinado, el igual a la deidad, es el que controla la naturaleza gracias a sus conocimientos en calendarios, números y astronomía. “El jerarca maya tiene seguridad en sí mismo y los dioses son un recuerdo para imponer su dominio sobre la comunidad”. Su poder le lleva a independizarse. Estamos así a las puertas de una nueva fase en la historia de los antiguos mayas.
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