Raúl Pérez López-Portillo

Los mayas


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Su movilidad depende luego de la dispersión colonial y el desarrollo de la industria minera. La vertiente del golfo de México la marcan los tres picos más altos de México, el Cofre de Perote, el Pico de Orizaba y la Sierra Negra, auténticos balcones del eje volcánico. De las Huastecas de Hidalgo, San Luis Potosí y Zongolica, se desprende –con su cuenca hidráulica– el río más caudaloso de México: el Pánuco. El sudeste en cambio, se abre con la porción ístmica. Aquí el territorio se estrecha unos 210 kilómetros, entre Tehuantepec y Veracruz.

      Las dos Sierras Madres se hacen nudo en la Mixteca y se deprimen sensiblemente al penetrar el Istmo, hacia la costa pacífica: es estrecho y de corta extensión, en contra de la más amplia que se extiende hacia el golfo de México. Se forman llanuras bajas y pantanos en Veracruz y Tabasco. Si se cruza el estrecho aparecen las montañas de Chiapas y la planicie de Yucatán, con su tierra caliza al norte y su zona de jungla, donde se une con el Petén guatemalteco. Oaxaca es, asimismo, la puerta al Sur, si se cruza la sierra. Bernando García Martínez habla de “caos” montañoso, tiene topografía complicadísima y una estructura “difícil de esquematizar”. También es difícil precisar sus límites, bien con cordilleras, bien con ríos; sus frías cumbres se elevan hasta los cuatro mil metros y entre medias, quedan hermosos valles. La región está como el México central, a horcajadas sobre dos vertientes hidrográficas opuestas; sin ser altiplano, tiene rasgos del altiplano: “Oaxaca está volteada sobre sí misma”. García Martínez concluye que Oaxaca le da la espalda al mar, a las tierras bajas de la Vertiente del golfo, a las del Pacífico y a las de Tehuantepec. No obstante, es “bastante homogénea”.

      Y Chiapas, con el Soconusco, que tiene su propia conformación física y humana, aparece lejos del México nuclear. Es la periferia y además, frontera. En los tiempos prehistóricos, su importancia es indiscutible. Está muy relacionada con Guatemala en el lapso colonial. Chiapas tiene “una estructura sencilla, pero aglutina tierras muy heterogéneas”, con la costa, la sierra y el altiplano.

      Los mexicanos

      “y tengo para mí que el Nuevo Orbe e Indias Occidentales, no ha muchos millones de años que las habitan hombres, y que los primeros que entraron en ellas, más eran hombres salvajes y cazadores que no gente de república y pulida…”

      José de Acosta, Historia Natural y Moral de las Indias

      Su origen

      Los hombres que pueblan América provienen de Asia. Con el tiempo son capaces de crear una civilización, hasta el choque con la cultura europea. Con posterioridad al encuentro de Cristóbal Colón con el mundo americano, en 1492, los europeos se preguntan quiénes son estos hombres, que no son precisamente egipcios o judíos y mucho menos proceden de la Atlántida. Creen que son más bien “cosas tan de burla”, cuentos o “fábulas de Ovidio, que historia o filosofía digna de cuenta”. A estos “indios” americanos les salen muchos orígenes, pero es el padre José de Acosta el que se acerca más a la realidad: los hombres proceden del Extremo Oriente, dice. Si todos los hombres son hijos de Dios, según el Antiguo Testamento, proceden de Adán y Eva, luego entonces, “quedamos sin duda obligados a confesar que pasaron acá los hombres de allá de Europa o de Asia o de África, pero el cómo y por qué camino vinieron todavía lo inquirimos y deseamos saber. Porque no se trata de qué es lo que pudo hacer Dios, sino qué es conforme a la razón y al orden y estilo de las cosas humanas”.

      José de Acosta escribe su tesis: los hombres americanos llegaron al continente caminando. Descarta el Arca de Noé como vehículo de penetración en estas nuevas tierras y saca a relucir el imán. Lo califica de “maravilla”, porque “la aguja de marear”, que no es otra cosa que el imán, “que en su nacimiento mira al Sur, cobra virtud de mirar al contrario, que es el Norte”. Apunta que “el uso del aguja de la mar no le alcanzaron los antiguos, de donde se infiere que fue imposible hacer viaje del otro mundo a este por el océano, llevando intento y determinación de pasar acá”. Entiende que “el Nuevo Orbe, que llamamos Indias, no está del todo diviso y apartado del otro orbe” y que “…días ha que la una tierra y la otra en alguna parte se juntan y continúan o a lo menos se avecinan y alegan mucho”.

      El padre cierra con brillantez su exposición: “tengo para mí que el nuevo orbe e Indias Occidentales, no ha muchos millares que las habitan hombres, y que los primeros que entraron en ellas, más eran hombres salvajes y cazadores que no gente de república y pulida; y que aquéllos aportaron al Nuevo Mundo por haberse perdido de su tierra o por hallarse estrechos y necesitados de buscar nueva tierra, y que hallándola comenzaron poco a poco a poblarla, no teniendo más ley que un poco de luz natural, y esa muy oscurecida, y cuando mucho algunas costumbres que les queda de su patria primera (…)”.

      Así pues, los hombres de América llegan de Asia, cruzan el estrecho de Bering, desde la punta asiática, el cabo Dezhnev, la península de Chukotka, Siberia y el cabo Príncipe de Gales, península de Seward, en Alaska. Unos ochenta kilómetros, por encima de las capas de los hielos, salvan asimismo las dificultades cuando aprovechan el paso por las dos islas que hay entre los dos continentes, la Gran y la Pequeña Diomede. Más al sur hay otras tablas de salvación: las islas Aleutianas y no cuenta el grado de dificultad que tienen durante la travesía, sino el nivel cultural de los que lo intentan. Estos hombres nómadas y cazadores siguen la ruta de los grandes mamíferos prehistóricos. La travesía también es posible si cuentan con algún tipo de embarcación de cierta categoría. El escenario es la época del Pleistoceno, en la era de las glaciaciones. Hace unos 30.000 años, probablemente. Cruzan todo el continente hasta la Patagonia, hace unos 9.000 años. Los hombres que se quedan en México, más o menos hace 21.000 años, utilizan la piedra, el fuego y la oxidiana. Vienen con perros. Probablemente tejen cuerdas y redes para pescar. Hay dudas sobre este hombre: se ignora si utiliza arco y flechas para cazar o sólo armas arrojadizas. Ignacio Bernal cree que están dentro de un “horizonte del salvajismo” o arcaico, porque es una etapa de transición. Y aun más: hay otra duda, el momento en que nace la cerámica. ¿O aparece primero la agricultura?

      Con el llamado hombre de Tepexpan, etapa lítica, se sitúa en torno a los 7.000 años antes de nuestra era. Es una mujer de unos cuarenta años, de un metro sesenta y ocho de estatura. Se encuentra bajo una capa de arcilla arenosa, mezclada con restos de mamut. Es el vestigio humano más antiguo de México. Sus restos están a unos 300 metros del mamut.

      El camino hacia la agricultura, coloca a los hombres de México en otra fase superior, hace unos 3.500 años antes de nuestra era. Se abre la ruta al sedentarismo y como consecuencia, a la agricultura: Los pobladores consumen diversas clases de aguacates, semillas de mezquite, amaranto, tunas, chile, calabaza, frijol, ciruela, cosahuico, varias especies de acacias y maíz, la base de su alimentación.

      La dimensión tridimensional

      “El buen alfarero: pone esmero en las cosas.

      Enseña al barro a cantar, dialoga con su propio corazón.

      Hace vivir las cosas, las crea…”.

      Códice Matritense de la Real Academia, España

      La situación de México, “tridimensional”, tiene mucho que ver con su situación geográfica. El clima depende menos de que se viaje de Norte a Sur “que de la altitud de un lugar determinado” y las condiciones varían mucho en distancias cortas. Nigel Davies dice en Los antiguos reinos de México que los contrastes climáticos son “básicos” para la historia mexicana. La marcada diferencia entre las tierras altas templadas y la costa tropical, funciona como aliciente, primero para el comercio y, más tarde, para la conquista. La civilización desarrollada florece “por primera vez en la costa” y después se traslada al Altiplano, “pero gran parte de su religión se basaba en tradiciones tropicales y su cumplimiento requería de toda una gama de productos costeros, como atractivas plumas y pieles de jaguar”.

      Sucede entonces la “revolución neolítica”, el tránsito de la recolección al cultivo. No todos están de acuerdo en llamarla así porque las “plantas culturales” de América “fueron domesticadas en regiones muy diferentes y en varias formas, de modo que no podemos pensar en un único centro donde habría ocurrido el cambio de la recolección a la horticultura”, como afirma Haberland.