es precisamente de alternativas: de sus consecuencias positivas y negativas y, en especial, de las vías para realizarlas. A continuación, nos referiremos a tres de los personajes más influyentes que se han vinculado desde su origen con el FSM: Susan George, Ignacio Ramonet y, por supuesto, Naomi Klein.
Susan George, autora clave en la historia del movimiento alterglobalizador, alerta, en su célebre Informe Lugano, sobre el riesgo de creer que una buena explicación de lo que debemos hacer basta por sí sola para convencer a los poderosos de que la realicen. Sería como si los artífices del apogeo liberal que hemos vivido descubrieran, de pronto, que han estado equivocados y que les faltaba una argumentación fundamentada para descubrir que llevábamos tres décadas en vía equivocada. Entonces hubieran pensado que sus planes han fracasado. Pero es justamente al revés. Desde que el thatcher-reaganismo proyectó acabar con el tan revolucionario Estado social, hemos visto cómo, bajo la presión del Banco Mundial o del Fondo Monetario Internacional, se han privatizado enormes sectores de la economía de todos los países del mundo. Además, se han incrementado las desigualdades entre países —peor aún, entre ciudadanos de cada país—, se han multiplicado las deudas de los Estados y las personas, se ha liberado a las grandes corporaciones de todo tipo de trabas a sus operaciones comerciales, etcétera. La llamada, en su momento, revolución conservadora ha sido un enorme éxito; por eso, la cuestión no es alumbrar recetas que han sido muchas veces enunciadas, sino obtener el poder para realizarlas, lo cual empieza por identificar a los enemigos y neutralizar su capacidad de actuación.
El capitalismo transnacional no puede detenerse. Con las empresas transnacionales y los flujos financieros sin inhibiciones se ha alcanzado una especie de fase maligna que seguirá devorando y eliminando recursos humanos y naturales aun cuando debilite el propio cuerpo —el propio planeta— del que depende. (George, 2008, p. 240)
Ha sido un éxito… Sí, pero el escenario que aboca esta dinámica a la humanidad es trágico y demanda un ejercicio de resistencia masivo, urgente y organizado. No es una empresa cualquiera.
Ante unas empresas transnacionales inmensamente poderosas, opacas, totalmente irresponsables y ante las estructuras de gobierno globales que están estableciendo para servir a sus intereses, la carga con la que debemos caminar el siglo que viene es nada menos que la invención de la democracia internacional. [...] Como nuestros antepasados, debemos dirigirnos desde la condición de súbditos hasta la de ciudadanos, pasar de ser víctimas a ser actores de nuestro destino. (George, 2008, p. 241)
Es relevante recalcar la trascendencia que para Susan George tiene la acción global, lo cual nos hace intuir que, dentro de la célebre consigna atribuida a los alterglobalización —«Piensa globalmente, actúa localmente»—, la autora tiende a descargar menos peso sobre el segundo aspecto. No es que sea inútil actuar localmente, sino que, en contra de la tendencia anarquista asociada a los activistas de las contracumbres, solo desde la maquinaria estatal se puede actualmente establecer la mediación entre los ciudadanos y el operativo transnacional. Sin abandonar esa perspectiva, lo que verdaderamente constituye la tarea histórica del momento es la configuración de una globalización alternativa.
Ante ello, el objetivo prioritario es seguir la pista del dinero. Como demuestra la Gran Recesión y el consiguiente austericidio, que implicó por ejemplo en la Unión Europea la confiscación del patrimonio de la ciudadanía para rescatar a unos bancos irresponsables y, en muchos casos, dedicados al bandidaje, las cargas tributarias se dirigen al dinero inmóvil, es decir, el de empresas y asalariados locales. El capital móvil o nómada de los sectores financieros y las grandes corporaciones debe ser recaudado a través de medidas de fiscalización de los intercambios financieros, que, según George, hay que gravar para recuperar servicios públicos, combatir la miseria y detener la devastación medioambiental. Esto supone generar una inmensa presión ciudadana sobre los Gobiernos a nivel global con el objetivo de repartir las cargas tributarias de forma equitativa. En la conclusión del Informe Lugano, Susan George asevera que sí hay elección; además, señala lo siguiente:
El viejo principio es aplicable en el ámbito internacional: gravar lo menos deseable y desgravar lo más deseable. Desgravar el empleo y los ingresos, gravar la contaminación y los residuos para obligar a las empresas a que sigan el camino medioambiental correcto. (George, 2008, pp. 245-246)
El periodista español afincado en Francia Ignacio Ramonet es una de las figuras centrales del movimiento altermundista. Ha aportado textos e intervenciones influyentes y destaca su papel fundacional en ATTAC o la dirección de la publicación Le Monde Diplomatique. Ramonet ha insistido en la consigna «Otro mundo es posible» como alternativa a la resignación extendida por los dirigentes mundiales, empeñados en convencernos —contra los principios mismos de la política— de que la globalización liberal es un fenómeno irremediable y que no existen otras opciones. El FSM surgió cuando se hizo evidente que la hegemonía se había trasladado desde la representación política y las maquinarias institucionales hacia los mercados financieros, las corporaciones transnacionales y los megagrupos mediáticos. Débiles o incluso cómplices, los partidos de izquierda y otros organismos fundados para practicar el contrapoder han abandonado una escena en la que solo aparecen como fantasmas útiles. Es imprescindible la emergencia de un poder civil tan global como las fuerzas que disponen los nuevos amos del mundo: las contracumbres que se inician en Seattle son los primeros pasos en la senda de un nuevo modelo mundial de democracia.
Todas las medidas propuestas por Ramonet se inician por la necesidad de desactivar el poder de las finanzas. Como sabemos, la organización ATTAC (Asociación por la Tasación de Transacciones Financieras y por la Acción Ciudadana) surgió con el objetivo de crear grupos de presión para imponer la llamada tasa Tobin. Esta pretensión parece haber perdido fuerza en los últimos años tal y como fue formulada inicialmente, pues la velocidad a la que se producen los movimientos especulativos hace problemática su aplicación, al menos como fue propuesta por el neokeynesiano James Tobin en 1971. No se ha abandonado —y eso explica la supervivencia de ATTAC— la propuesta de gravar los intercambios financieros y las rentas del capital, medidas a las cuales se añade el combate encarnizado contra los paraísos fiscales, sumidero de las grandes rentas y del dinero negro por los que se deslizan las economías del mundo hacia una catastrófica desigualdad.
En diferentes ocasiones, Ramonet ha insistido también en la necesidad de distribuir tanto el trabajo como las rentas. Es uno de los pioneros en la propuesta de la después llamada renta básica, que se concedería a cada individuo desde su nacimiento, independientemente de las circunstancias en las que haya ocurrido. Se incluye la condonación de la mayor parte de la deuda de las naciones pobres, la promoción de las economías basadas en recursos locales, el comercio justo, la protección de los indígenas, las leyes en contra de la discriminación de la mujer, los tribunales internacionales, la sanción por contaminación, etcétera. «Utopías hasta ayer, convertidas en objetivos políticos concretos para este siglo XXI que comienza» (Ramonet, 2012, p. 184).
¿Y Naomi Klein? No podemos ignorar sin más su aportación en el tema de las alternativas al capitalismo. Lo interesante de sus escritos, artículos o intervenciones públicas radica más en las propuestas estratégicas que en las demandas porque, entre otras cosas, las incertidumbres y la controversia tienen que ver mucho más con la cuestión de cómo alcanzar poder que con la de las medidas para propiciar una sociedad más justa y con mayor libertad y bienestar.
Definida por algunos como defensora del socialismo democrático, Klein se ha expresado a menudo en contra de todas las formas de nacionalismo con las que las comunidades han reaccionado a la globalización. Los éxitos electorales de personajes como Le Pen, Trump o Bolsonaro, el sorprendente triunfo del brexit, o las interminables discusiones sobre proteccionismo o globalización en las instituciones internacionales del comercio dan a pensar que los marcos estatales seguirán siendo una referencia válida. Pero, irremediablemente, las viejas demandas locales referentes a derechos laborales, libertades o protección medioambiental han de aspirar a trasladarse a instancias extranacionales. Lejos de la panoplia del «Prohibido prohibir», asociada al libertarismo de los sesenta, la tarea consiste en establecer reglas a nivel global que protejan los derechos civiles.
Ahora bien, dentro de esa tensión entre lo local y lo global, que afecta de lleno al movimiento de la alterglobalización,