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ni norteamericano sobre España, el interés norteamericano era primordialmente geoestratégico; su preocupación por el devenir español se incrementó notablemente tras el 25 de Abril en Portugal, desde Estados Unidos se utilizó al máximo la vinculación de dos conceptos, el de liberalización y el de conexión con Occidente y, paralelamente, la Administración Ford insistió en que sus socios europeos secundaran su actuación en España. Todas estas ideas se conectan entre sí entretejiendo la trama de las actuaciones norteamericanas con respecto al futuro político español.

      Desde el punto de vista politológico esta consideración cobra el máximo interés ya que en el transcurrir de los años 1974-1976 en la península Ibérica se elabora, comprueba y perfecciona el modelo reformista de llegada a la democracia por la vía pacífica y mediante una evolución gradual, que tan buenos resultados dio en la implantación de las nuevas democracias a lo largo del último tercio del siglo anterior –en las páginas que siguen se comprobará que existía plena consciencia de estar ante un experimento. Por ello he considerado la transición española como uno de los primeros momentos de la globalización. La idea resulta sugerente cuando vemos actuar junto a Kissinger y Ford a Richard Cheney, Donald Rumsfeld, el general Brent Scowcroft, Helmut Sonnenfeldt –este último era el verdadero ideólogo de la doctrina del equilibrio–, los artífices de la política exterior norteamericana en la primera década del siglo xxi. Hoy una pregunta queda sin la debida respuesta y es si existió conexión entre el repliegue americano de los setenta tal como lo vivieron estas personalidades y la política intervencionista de la Administración de George W. Bush.

      La terminología, no obstante, a veces resulta insuficiente. Se puede hablar de un proceso gradualista –reformista– para el cambio político español y de que sobre ello coincidían los intereses de los reformistas españoles y amplios sectores ciudadanos, de la Administración Ford y de los gobernantes europeos occidentales y, sin embargo, el alcance y el ritmo de los cambios, que unos y otros nombraban de la misma manera, podría ser diferente y así era. Hay una conversación que ilustra maravillosamente los límites de la convergencia y la divergencia. El 25 de enero de 1976, Kissinger, que visitaba Madrid por la firma del nuevo Tratado de Amistad y Cooperación, habló tranquilamente con Areilza y Fraga sobre el futuro inmediato español. En las páginas que siguen se pormenorizará el contenido del diálogo, ahora interesa observar la recomendación final del secretario de Estado en el sentido de que los nuevos gobernantes avanzaran por el camino más lento, que la Monarquía no cediera capacidad ejecutiva y concentrara el máximo de poder, que el juego de partidos solo incluyera a los moderados, que no se apresurara la concesión de libertades y que no se cediera ante quienes desde Europa reclamaran mayores avances y la declaración de que desde Estados Unidos no recibirían presiones para que se incentivaran las reformas.

      “Luns: Estamos preocupados por Portugal […]. Si cae Portugal, será muy duro en España.

      Presidente: ¿Hay algún significado en el aplazamiento de la votación? [Las elecciones portuguesas que se aplazan a abril].

      Luns: cuanto antes, mejor.

      Kissinger: Soares se está convirtiendo en alguien como Masaryk, una fachada democrática tras la cual los comunistas controlan las