al menos desde los inicios del ya mencionado Paleolítico Superior, que se extiende entre c. 35.000 y c. 12.500 antes del presente (las dataciones prehistóricas ‘antes del presente’ toman como referencia el año 1950 de nuestra era). Estos momentos se enmarcan de lleno en el último periodo glaciar hasta la fecha, la glaciación de Würm, durante la que se produjeron a nivel mundial considerables movimientos tanto de personas como de animales, que trataban de hallar zonas donde el frío no fuera extremo. Hay que tener en cuenta además que por entonces las islas de Japón todavía estaban unidas al continente en ciertos puntos o ‘corredores’, que proporcionaban rutas de entrada. Parece que una de estas rutas conectaba con la península coreana, otra con la costa de Siberia y una tercera con la actual isla de Sajalín. Todas ellas habrían sido empleadas para llegar al archipiélago. Es posible que en las últimas etapas de la migración también se recurriese a la navegación primitiva, y muchos estudiosos defienden un componente polinesio en los grupos humanos que fueron poblando Japón.
Los ulteriores aportes de población al primitivo ‘grupo original’ de época glaciar son discutidos, aunque muchos autores aceptan que se produjeron varias oleadas migratorias en fechas más recientes. La más importante habría tenido lugar a comienzos del periodo Yayoi. Pero sobre este punto volveremos después.
Durante mucho tiempo se identificó la primera población de época glaciar con los Ainu. El pueblo Ainu es racialmente diferente del tipo humano que habita el resto del país, y ha sido tradicionalmente caracterizado por contar con vello corporal, inusitado en Japón. Según las antiguas teorías, los Ainu habrían sido desplazados más adelante por las gentes que supuestamente introdujeron la agricultura desde el continente. Hoy día no se acepta ya esta hipótesis. Pero tampoco se ha propuesto una explicación satisfactoria sobre su origen y desarrollo histórico, de modo que la ‘cuestión Ainu’ sigue todavía envuelta en cierto grado de misterio, y los posteriores aportes poblacionales siguen sin quedar claros, aunque es muy probable que se produjeran, sobre todo en ciertas zonas.
Entra dentro de lo posible que la primitiva lengua japonesa se hubiera desarrollado a finales del Paleolítico Superior, aunque otras opiniones retrasarían su aparición cinco o seis mil años. A menudo suele decirse que el japonés es una ‘lengua isla’, sin parentesco con otros idiomas. Pero este no es en realidad el caso. La lengua japonesa está relacionada con las llamadas ‘lenguas altaicas’, como el coreano, el mongol o el turco, y como ellas evolucionó desde un idioma común anterior.
Un caso aparte es el del idioma Ainu, hablado hasta hace poco en el norte de Japón. Como sucede con el tipo humano, las teorías sobre el origen de la lengua Ainu son variadas y a veces contradictorias. Su largo aislamiento ha hecho que sea poco menos que inútil tratar de reconocer una conexión con otros idiomas. No es imposible tampoco que descienda de un antiquísimo tronco común con el japonés, con el que comparte ciertos rasgos, que, por otro lado, también podrían ser simples préstamos.
Volviendo ya al registro material que nos proporciona la arqueología, hay que decir que los especialistas distinguen diversas grandes etapas en el Paleolítico Superior japonés, según el tipo de herramienta lítica predominante en cada momento. Así entre c. 35.000 y 12.500 a. p. se sucedieron cuatro fases. La primera se caracteriza por las hachas de mano, los mazos conocidos como choppers y, en general, los instrumentos grandes, realizados a partir de un núcleo de piedra. Este tipo de herramientas se han hallado por ejemplo en yacimientos como Nakazanya, Heidaizaka o Nishinodai, y desde el punto de vista europeo podría decirse que tienen un aspecto ‘musteriense’.
La segunda etapa cuenta sobre todo con cuchillos, que, como otras herramientas que se desarrollarán en momentos posteriores, no están ya fabricados a partir de un núcleo de piedra retocado hasta conseguir la forma deseada, sino aprovechando las lascas de piedra que se obtienen al golpear los núcleos. El yacimiento más representativo de la fase de los cuchillos es probablemente el de Iwajuku, cerca de Tokyo.
La tercera fase se caracteriza por herramientas compuestas por pequeños elementos de piedra o microlitos. Resulta interesante constatar que ya parece haber una tendencia a la reducción del tamaño en momentos finales de la etapa precedente, en la que, sin embargo, empleaban útiles de aspecto completamente distinto. Por otra parte, el hecho de que los microlitos sean abundantes en estos momentos no significa que no haya también otras piezas, y, de hecho, algunas herramientas grandes desarrolladas en fases anteriores siguen en uso, como se constata por ejemplo en los yacimientos de Yasumiba o Shirataki-Hattoridai.
La cuarta y última etapa del Paleolítico Superior japonés se distingue por sus puntas de flecha y jabalina. Hay que destacar que las etapas líticas que se acaban de describir no son homogéneas en todo Japón, sino que presentan variaciones locales. A grandes rasgos, se puede distinguir una zona nordeste y otra sudoeste, con un área de influencias mezcladas en la parte central de la isla de Honshu.
Del mismo modo que la ocupación humana del archipiélago nipón sigue hoy sujeta a debate, también la aparición de la cerámica es un tema controvertido. Los hallazgos parecen indicar que su llegada al Japón siguió una doble vía. Por una parte, arribó desde Siberia a través del lago Baikal y de la región del río Amur. Pero también, a la vez se expandió por un segundo camino, que entraría en Japón por el sur del archipiélago. Sea como fuere, la cerámica marca el paso a la primera edad prehistórica de Japón que definimos con un nombre concreto: el periodo Jomon. La denominación está tomada, precisamente, de los primeros tipos cerámicos empleados en Japón, y significa ‘diseño cordado’, en alusión a la decoración de las piezas.
La transición entre la estricta Edad de Piedra y el periodo Jomon es confusa, y algunos autores defienden la existencia de un periodo Mesolítico entre c. 11000 y c. 7500 a.C., que para otros debería calificarse de Jomon ‘incipiente’. Sin entrar en esta cuestión, hay que decir que, a grandes rasgos, la época Jomon suele dividirse en Jomon Inicial (c. 5300-c. 3600 a.C.), Jomon Medio (c. 3600-c. 2500 a.C.) y Jomon Final (c. 2500-c. 1000 a.C.), etapas a las que hay que añadir un prefacio conocido como Jomon Temprano (c. 7500-c.-5300 a.C.) y un epílogo llamado Jomon Tardío (c. 1000-300 a.C.).
Al contrario de lo que suele ser habitual en Occidente, donde cerámica y agricultura van de la mano, Japón es uno de esos lugares del mundo en que ambos fenómenos se desarrollaron de manera temporalmente independiente. La sociedad Jomon no era agrícola, sino que se basaba en la caza, la pesca y la recolección, actividades que se llevaban a cabo con herramientas de piedra, más evolucionadas que las de época paleolítica, pero realizadas con el mismo material. La cerámica, sin embargo, era variada y compleja. No estaba elaborada a torno, pero sí muy decorada, y a veces alcanzaba grandes tamaños; algunos ‘vasos para cocinar’ Jomon resultan aún hoy realmente impresionantes.
Las primeras cerámicas Jomon siguen asociadas a conjuntos microlíticos similares a los que caracterizan la última etapa del Paleolítico Superior japonés. Algún tiempo después se desarrollarían herramientas de piedra más grandes, que se volverían desde entonces típicas del mundo Jomon. Esta etapa inicial del mundo Jomon coincide con el final de la glaciación y con el inicio de las condiciones climáticas y geográficas que, con relativamente pocas variaciones, han perdurado hasta nuestros días. La costa japonesa se fue poblando de asentamientos Jomon, con sus típicas casas ovales parcialmente excavadas en el terreno o tateana. En algunos lugares de topografía privilegiada y abundantes recursos naturales, como la bahía de Tokyo, las aldeas florecieron en gran número. Pero también se fundaron poblados en el interior montañoso, como por ejemplo en Fudodo o en Togariishi, donde hoy hay, precisamente, un museo dedicado al periodo Jomon.
La sociedad Jomon puede enmarcarse, en principio, dentro de los tipos más ‘sencillos’ de organización. Y, sin embargo, sus asentamientos, como el de Sannai Maruyama que se analizará más abajo, no son simples agrupaciones desordenadas de elementos. De hecho, aunque no presenten un esquema claro y repetido, sí parecen seguir un cierto plan en su construcción. Este dato es de enorme relevancia, pues nos indica que ya en la época Jomon existía en Japón un ordenamiento de la vida social. Se han identificado incluso estructuras que, por su tamaño y características, podrían ser de tipo comunal, tanto en el propio Sannai Maruyama como en otros poblados, como por ejemplo en el ya citado Fudodo o en Mizukami. La existencia de lo comunitario, por otra parte, no