Felicísimo Martínez Díez

Humanos, sencillamente humanos


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el transhumanismo no solo es un asunto de ciencia y tecnología. También tiene un profundo componente de ideología. De hecho, los más convencidos representantes están haciendo un notable esfuerzo para ganar apoyos en la opinión pública. Presentan el transhumanismo como un movimiento de liberación y emancipación obligatorio en el siglo XXI. Se propone liberar al hombre de su condición natural y, en cierto sentido, de su dimensión sobrenatural. Por eso, merece ser considerado y enjuiciado, no solo desde el punto de vista de la ciencia y la técnica, sino también desde el de la antropología y, sobre todo, de la ética. Como algunos pensadores han afirmado ya repetidas veces, son la antropología y la ética las que deben guiar e informar la praxis científico-técnica y no viceversa. La ciencia y la técnica no cuentan con herramientas para señalar sus límites éticos, para indicar el sentido de la vida.

      He dedicado los últimos tiempos a leer sobre las propuestas de los transhumanistas y sobre la problemática implicada en esas propuestas. Lo he hecho con mucho interés y con mucha atención. Mi reacción ha sido de sorpresa creciente a medida que avanzaba en la lectura. Son muy radicales las propuestas que hace el transhumanismo ya a corto plazo. Y, por consiguiente, son muy profundos los problemas éticos implicados en esas propuestas. Tampoco pretendo dar respuesta a esos problemas. También superan mi capacidad. No ofrezco un trabajo de bioética. La problemática en juego me supera. Doctores hay en el campo de la bioética que deberán afrontar los severos problemas éticos planteados por las propuestas transhumanistas. Yo solo me atrevo a ofrecer algunas meditaciones que han nacido al hilo de mis lecturas.

      Ofrezco estas meditaciones evocando el asombro del salmista en otro de los salmos de la Biblia judeo-cristiana. El salmista se asombra a un tiempo de las maravillas de la creación y del infinito poder del ser humano. «Señor, dueño nuestro, ¡qué admirable es tu nombre en toda la tierra!... Cuando contemplo el cielo, obra de tus manos, la luna y las estrellas que has creado, ¿qué es el hombre para que te acuerdes de él, el ser humano para darle poder? Lo hiciste poco inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y dignidad, le diste el mando sobre las obras de tus manos, todo lo sometiste bajo sus pies...» (Sal 8). Los no creyentes pueden prescindir del Señor. Pero nadie puede ignorar las maravillas de esta «creación» y el enorme poder del ser humano. El progreso de la ciencia y de la técnica es hoy una prueba manifiesta de este poder incalculable del ser humano. El transhumanismo es, en cierto sentido, una confirmación de las emociones que embargaban al salmista.

      Una meditación siempre tiene algo de soliloquio. La meditación es, en el fondo, un ejercicio de humildad. Porque es un decirse a sí mismo sin pretender decir a los demás o un decirse a sí mismo los propios pensamientos sin pretender ejercer ningún magisterio ante los demás. Meditar es un ejercicio de inteligencia. Es un esfuerzo por comprender. Y, en algunos casos, es un ejercicio de sabiduría, un intento de saborear cualquier nuevo descubrimiento. Meditar es intentar comprender y saborear aquello que se ha comprendido. Es intentar tomar contacto con la verdad, encontrarse con la realidad, descubrir el sentido de las cosas, de los acontecimientos, de la vida misma. Meditar es reaccionar. Esto quieren ser las siguientes meditaciones: mis reacciones frente a las propuestas de los transhumanistas y frente a los problemas que, si se llevan a cabo esas propuestas, se le avecinan a la humanidad. Compartir los propios pensamientos es útil a quien los comparte y, a veces, a algunas personas más.

      Hace algunos años publiqué un libro con el siguiente título: Creer en el ser humano, vivir humanamente. Antropología en los evangelios. Al escribirlo, no había tomado contacto con los temas y la problemática que plantea el transhumanismo, ese ciclón de posibilidades y riesgos que llegan desde el progreso científico y tecnológico. Si hoy lo volviera a escribir, el mensaje de fondo sería el mismo. Pero me vería obligado a reformular algunas páginas teniendo en cuenta las propuestas transhumanistas.

      Ni la antropología filosófica ni la antropología teológica pueden ya ignorar los problemas planteados por el desarrollo de las ciencias y de las nuevas tecnologías. Este desarrollo afecta tan al fondo del ser humano, de la vida humana, que plantea de la forma más radical preguntas como las siguientes: ¿Cuál es la identidad del ser humano? ¿Se puede seguir hablando de la naturaleza humana? ¿Es la actual etapa de la humanidad una simple «estación de paso» hacia una vida posthumana? ¿Es el Homo Sapiens la última estación de la historia? Yuval N. Harari lo dice de forma muy ingeniosa: en el siglo XXI partirá el último tren desde la estación del Homo Sapiens; quienes pierdan este tren no tendrán otra oportunidad; solo les espera la extinción.

      Las preguntas son tan radicales que no pueden ser contestadas exclusivamente por científicos y técnicos. Necesitan ser consideradas desde visiones más amplias. Se deben buscar respuestas transversales y globales acudiendo al diálogo interdisciplinar. Son preguntas tan decisivas y definitivas para el futuro de la humanidad que necesitan el concurso de todas las áreas del saber: la ciencia y la tecnología, todas las ciencias que tienen que ver con el ser humano, las antropologías filosóficas y teológicas... y sobre todo la ética. Lo que está en juego no son pequeños cambios en la vida humana, sino el sentido y el destino de la misma humanidad.

      Mis meditaciones se sitúan en el campo de la antropología filosófica y teológica. Es el campo en el que siempre me he movido. Es el campo que me ha proporcionado inevitablemente el horizonte o la perspectiva de mis lecturas sobre el transhumanismo. E inevitablemente es también el campo que me proporciona el horizonte y la perspectiva de las presentes meditaciones. De ello soy muy consciente, así como de la especial atención y del gran respeto que me han merecido los enormes interrogantes éticos que plantean las propuestas transhumanistas. Semejantes avances en la investigación científica y en las posibilidades tecnológicas requieren más que simples meditaciones. Requieren un desarrollo acelerado de la ética. En este momento personas muy autorizadas reconocen que no tenemos ética para tanta ciencia y tanta técnica.

      Para ambientar las siguientes meditaciones, me permito reproducir el texto del Manifiesto transhumanista elaborado en diciembre del 2017 por reconocidos representantes del transhumanismo. Han asignado a este nombre el signo H+, para subrayar el «trans-» o la aspiración a traspasar los límites de los actuales humanismos para acceder al posthumanismo.

      MANIFIESTO TRANSHUMANISTA (H+)

      1. En el futuro, la humanidad cambiará de forma radical por causa de la tecnología. Prevemos la viabilidad de rediseñar la condición humana, incluyendo parámetros tales como lo inevitable del envejecimiento, las limitaciones de los intelectos humanos y artificiales, la psicología indeseable, el sufrimiento y nuestro confinamiento al planeta Tierra.

      2. La investigación sistemática debe enfocarse en entender esos desarrollos venideros y sus consecuencias a largo plazo.

      3. Los transhumanistas creemos que siendo generalmente receptivos y aceptando las nuevas tecnologías, tendremos una mayor probabilidad de utilizarlas para nuestro provecho que si intentamos condenarlas o prohibirlas.

      4. Los transhumanistas defienden el derecho moral de aquellos que desean utilizar la tecnología para ampliar sus capacidades mentales y físicas y para mejorar su control sobre sus propias vidas. Buscamos crecimiento personal más allá de nuestras actuales limitaciones biológicas.

      5. De cara al futuro, es obligatorio tener en cuenta la posibilidad de un progreso tecnológico dramático. Sería trágico si no se materializaran los potenciales beneficios a causa de una tecnofobia injustificada y prohibiciones innecesarias. Por otra parte, también sería trágico que se extinguiera la vida inteligente a causa de algún desastre o guerra ocasionados por las tecnologías avanzadas.

      6. Necesitamos crear foros donde la gente pueda debatir racionalmente qué debe hacerse, y un orden social en el que las decisiones serias puedan llevarse a cabo.

      7. El transhumanismo defiende el bienestar de toda conciencia (sea en intelectos artificiales, humanos, animales no humanos, o posibles especies extraterrestres) y abarca muchos principios del humanismo laico moderno. El transhumanismo no apoya a ningún grupo o plataforma política determinada.

      El simple manifiesto invita a una profunda meditación. Refleja los ambiciosos programas del transhumanismo y las buenas intenciones de los mismos, poco más. Es un manifiesto que procura