Felicísimo Martínez Díez

Humanos, sencillamente humanos


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evolución como un proceso que va desde las partículas primordiales hacia estadios cada vez más complejos y a la vez más unificados de la naturaleza. En este proceso evolutivo constituyen estadios definitivos y verdaderos puntos de inflexión la aparición de la vida y la de la autoconciencia. Para el autor la evolución no tiene lugar por mero azar, sino que hay fines y objetivos muy concretos en la naturaleza, no siempre conocidos por el ser humano. El objetivo terminal de la evolución será la plenitud y unificación de toda la realidad en el Punto Omega. Este punto será la plenitud de la conciencia y la plena unificación de toda la realidad en Dios. Aquí adquiere la teoría evolucionista de Teilhard de Chardin el carácter de una auténtica confesión de fe y se convierte en una verdadera teología cósmica, manantial de esperanza. Nada tiene de extraño que Teilhard proclamara: «El futuro pertenece a aquellos que dan a la siguiente generación razón para la esperanza».

      Más allá de las fortuitas coincidencias, el transhumanismo se distancia radicalmente de las teorías evolucionistas en la búsqueda de la mejora de la condición humana. Y se distancia sobre todo en un doble sentido.

      En primer lugar, porque busca las mejoras de la condición humana, no mediante un proceso natural y al azar, sino mediante el progreso científico y técnico, racionalmente calculado y programado. Un eslogan del transhumanismo es el siguiente: «De la posibilidad a la elección» (From Chance to Choice). El transhumanismo supone un salto cualitativo con respecto a la evolución natural: es el salto desde la evolución natural hacia la evolución científico-técnica. En aquella el hombre es resultado pasivo y, en el mejor de los casos, beneficiario de la evolución; pero no se considera agente principal. En esta el ser humano es protagonista, agente principal, capaz de dirigir la evolución hacia unas mejoras previamente señaladas y programadas. El progreso científico-tecnológico apenas tiene nada de natural. Es esencialmente manipulación de la naturaleza. Esto supone una notable diferencia entre las teorías evolucionistas y el transhumanismo. En el transhumanismo el ser humano ha pasado a tomar la evolución en sus manos, gracias al desarrollo de la ciencia y al progreso de la tecnología.

      En la evolución natural hay un punto de inflexión: la aparición de la conciencia. Cuando Teilhard de Chardin habla de la «noosfera», está hablando de un momento decisivo de la evolución, ese momento en el cual la evolución lleva la materia a un alto nivel de complejidad y de conciencia. La presencia de la conciencia en el proceso evolutivo permite a los seres humanos tomar hasta cierto punto en sus manos la orientación de la evolución. También este estadio de la conciencia sigue un proceso evolutivo. Se va desarrollando la inteligencia teórica que permite interpretar el sentido y el destino de la realidad y de la historia. Y le sigue cada vez más una inteligencia práctica que permite a los seres humanos actuar sobre la evolución natural. La inteligencia práctica otorga a los seres humanos una cierta capacidad para transformar la realidad y conducir la historia. Quizá hay que buscar aquí el punto de encuentro entre la ciencia y la técnica.

      La inteligencia y la conciencia constituyen un núcleo específico de la identidad humana. En la teología cristiana son consideradas y valoradas como «una participación de la luz divina», «una centella de luz desprendida de la sabiduría divina».

      Esta evolución de la conciencia y la inteligencia evoca de alguna forma la famosa ley de los tres estadios del filósofo positivista Auguste Comte. Según este autor, la conciencia y la inteligencia han conducido el conocimiento o los conocimientos humanos a través de tres estadios: el estadio teológico, el estadio metafísico y el estadio científico-positivo. El estadio teológico es el estadio de las explicaciones míticas y religiosas. Se explica la realidad y la historia acudiendo a seres sobrenaturales: dioses, ángeles y demonios. Aquí se han de situar las mitologías de la antigüedad y las teologías de ayer y de hoy. El estadio metafísico es el estadio de las explicaciones racionales. Se explica la realidad y la historia apelando a grandes principios y, sobre todo, al principio de causalidad. Aquí se han de situar los grandes sistemas filosóficos que van desde la antigüedad hasta la actualidad. El estadio positivo-científico es el estadio de las explicaciones científico-técnicas. Se explica la realidad y la historia mediante leyes descubiertas empíricamente y aplicadas técnicamente. Aquí se han de situar las grandes teorías científicas y las técnicas que se han desarrollado especialmente a partir del Renacimiento.

      De entrada, los transhumanistas se identifican sobre todo con este tercer estadio, puesto que la base del transhumanismo es el progreso científico y tecnológico. Es precisamente este progreso el que permitirá a la humanidad tomar definitivamente en sus manos las riendas de la evolución. Pero asociar el transhumanismo con el tercer estadio descrito por Auguste Comte sería rebajar demasiado los logros y las perspectivas transhumanistas. El transhumanismo supone otro punto de inflexión en la evolución que va mucho más allá del tercer estadio soñado por Comte. Ese punto de inflexión es lo que algunos transhumanistas han llamado «la singularidad tecnológica».

      La «singularidad tecnológica» quiere reflejar lo más singular, lo más nuevo, lo más decisivo del transhumanismo. Los nombres más asociados con este tema de la singularidad tecnológica son J. von Neumann, R. Kurzweil, I. J. Good, V. Vigne... Designan singularidad tecnológica a ese momento del desarrollo científico-técnico en el cual tendrá lugar una especie de «explosión de la inteligencia». La combinación de progreso científico y desarrollo tecnológico permitirá crear una inteligencia sobrehumana, mucho más poderosa que la inteligencia humana, una superinteligencia capaz de automejora sin intervención humana. La singularidad supondrá el advenimiento de máquinas inteligentes, autónomas, autoconscientes, capaces de reproducirse a sí mismas. Al hablar de la singularidad en este sentido es casi obligado relacionarla con el trascendental fenómeno de la «inteligencia artificial».

      Los transhumanistas hablan de esa explosión de la inteligencia en los siguientes términos: «Un intelecto superinteligente (una superinteligencia, a veces llamada ultra-inteligencia) tiene la capacidad de superar radicalmente a los mejores cerebros humanos en prácticamente todos los campos, incluida la creatividad científica, la sabiduría general y las habilidades sociales» (The Transhumanist FAQ). Naturalmente, una superinteligencia de estas características revolucionaría las actuales cosmovisiones antropocéntricas. Esta superinteligencia «podría lograrse mediante la carga y la mejora posterior o mediante el aumento gradual de nuestros cerebros biológicos, mediante futuros nootrópicos (fármacos de mejora cognitiva), técnicas cognitivas, herramientas informáticas (por ejemplo, computadoras portátiles, agentes inteligentes, sistemas de filtración de información, soſtware de visualización...), interfaces de computadora neuronal o implantes cerebrales» (The Transhumanist FAQ).

      El momento de tal «singularidad» puede suceder cuando el hombre actual se dé por satisfecho de sus conquistas o incluso llegue a avergonzarse de no estar a la altura de sus productos, de ser inferior a los aparatos que produce. Es lo que se ha llamado la «vergüenza prometeica». Será el momento en el cual la máquina llegará a ser preferida al ser humano. Entonces habrá llegado «la hipertrofia de la técnica» que Ortega y Gasset denunciaba ya en 1933.

      Desde este momento los seres humanos podrían perder definitivamente el control del futuro. Ya la dirección de la evolución se les escapará de sus manos. Quedará fuera del control humano. Máquinas y robots dispondrán de una total autonomía y serán capaces de tomar sus propias decisiones y de automejorarse y autorrectificarse. Naturalmente, la singularidad tecnológica tendrá repercusión inmediata en la singularidad social: producirá cambios radicales en la sociedad gracias al aporte de los nuevos cambios tecnológicos.

      La confianza y la seguridad de la plena realización de esta singularidad tecnológica se basa, para la mayoría de los autores, en el crecimiento exponencial de la tecnología informática sugerido por la Ley de Moore. Esta ley establece que el número de transistores en un microprocesador se duplica cada dos años: es decir, la capacidad de la computación progresa de forma exponencial. Este crecimiento exponencial señala la dirección y la velocidad del proceso hacia la singularidad.

      La «singularidad tecnológica» ha adquirido tal importancia entre algunos autores que ha dado nombre a una Universidad. En el año 2008 se creó en California la «Universidad de la Singularidad», con el patrocinio de Google y de la NASA. Los más entusiastas de esta teoría